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Luces Rojas

Me tienen sin cuidado los pobres

Me tienen sin cuidado los pobres

Luis Fernando Medina

Debo confesarlo: me tienen sin cuidado los pobres. Es un sentimiento que se viene incubando hace tiempo pero que hizo explosión en estos días. Tal vez fue el debate entre Amartya Sen y Jagdish Bhagwati. El hecho es que ya me tiene hastiado el tema de los pobres. No quiero pensar más en ellos. Ni yo ni mi familia somos pobres, no tengo ningún amigo pobre, no tengo ni idea de cómo viven los pobres, solo de vez en cuando he interactuado con ellos, solo he visitado sus viviendas muy de vez en cuando. A veces los veo por la calle, pero a duras penas cruzo palabra con ellos.

Por lo que leo, a Sen y a Bhagwati les importan muchísimo los pobres, especialmente a Bhagwati, que no se cansa de recordarnos que lleva toda la vida pensando en ellos. En cambio yo no. A diferencia de estos prominentes economistas, y de todas las legiones de economistas y funcionarios dedicados día y noche al tema de la pobreza, a mí me tiene sin cuidado la relación entre crecimiento económico y erradicación de la pobreza. No sé cuánta gente sube por encima de la línea de pobreza por cada punto porcentual de crecimiento del PIB. De hecho ni siquiera sé exactamente dónde queda la línea de pobreza. No tengo ni idea si funcionan mejor las estrategias de "empoderamiento local" (¡vaya neologismo!) o las de focalización, o las transferencias condicionales.

Antes me costaba trabajo reconocerlo. Pero ahora que lo he pensado más, me siento mejor sobre mi incuria. La verdad, si yo fuera pobre me enfurecería que tanta gente estuviera pensando en mí. Cuando yo me enfermo, simplemente voy al médico y éste hace lo mejor que pueda. Nadie anda pendiente de si mi mejoría contribuye al PIB. De niño tuve acceso a todas las vacunas necesarias porque sí. Porque mis padres no querían que me enfermara. Nadie vino a estimar cuánto contribuirían las tales vacunas a mi "capital humano." Fui a la escuela y luego a la universidad también porque sí. Si lo que aprendí sirve o no para mejorar la productividad de la economía, no tengo ni idea. Nadie se ha puesto a evaluarlo. Sospecho que no sirvió para nada.

Muchos años he vivido de ayudarle a jóvenes de las clases altas a obtener credenciales universitarias. Vienen a mis clases a oírme hablar sobre cálculo diferencial, sobre Platón, sobre política monetaria, en fin, lo que se esté cocinando ese día y ni ellos ni yo tenemos ni idea si eso contribuye a la competitividad del país (a veces ni siquiera está claro cuál es el país relevante porque yo soy extranjero, ellos también y nadie sabe dónde van a terminar viviendo). Nunca he estado desempleado, pero sé que si algún día me quedo sin trabajo, o simplemente decido no trabajar, habrá por ahí entre la familia y los amigos algo de dinero para mantenerme un tiempo. Nadie se va a poner a hacer estudios sesudos, con evidencia "incontrovertible" sobre el "efecto incentivos" ni nada de esas cosas.

En cambio, la vida de los pobres está todo el tiempo bajo escrutinio y es fuente de estudios, debates, conferencias, etc. Si va a haber suficiente medicina en el hospital vecino, o profesores en la escuela del barrio, o si simplemente la casa va a estar hecha de material sólido, depende de toda una discusión entre sociólogos, microeconomistas, macroeconomistas, banqueros centrales, expertos internacionales sobre si es mejor "priorizar el gasto social" o más bien "liberar las energías del mercado para estimular el crecimiento." Y la cosa no para ahí porque toda esa discusión se traduce luego en programas, así que toca votar por el partido que tenga el "diagnóstico correcto" (y confiar en que gane) y luego esperar a que se llene de "voluntad política" y aplique la estrategia de manera correcta.

A veces incluso, para que descubra la estrategia toca darle tiempo a que aprenda de la experiencia, a que los expertos se informen de programas similares a miles de kilómetros de distancia, a que los consultores hagan las evaluaciones, las recomendaciones, y así sucesivamente. Si yo fuera pobre, viviría hastiado de todo eso, de tener tanta gente pendiente de mí, de mi vida, de qué como, de qué enfermedades tengo, de cuántos hijos tengo, de qué hago cuando descanso, de qué cosas aprendo cuando estudio.

No conozco muchos pobres en mi vida, de modo que no puedo presumir de ser un experto en cómo viven. Pero estoy seguro que los pobres se parecen mucho a mí en las cosas esenciales. Quieren comer, tener una casa que no se les caiga encima, tener alguien que los cuide cuando se enfermen, educar a sus hijos, ¡ah! y trabajar lo menos posible.

Ahora, cuando estoy a punto de tener una recaída y preocuparme de nuevo por los pobres, de tener otro rapto de "consciencia social", me acuerdo de que una de las premisas esenciales de nuestras sociedades modernas es que, supuestamente, no andamos hurgando en las decisiones de vida de los demás. Hoy en día si alguien venera a una deidad u otra o ninguna, es un problema privado. Aunque aún ocurre, cada vez es más raro que las mujeres profesionales solteras tengan que aguantarse a algún "distinguido prohombre" (con sotana o sin ella) diciéndoles que tienen que casarse, o tener hijos. Poco a poco las minoría sexuales han logrado que nadie esté pendiente de qué hacen en sus habitaciones (o en sus saunas, o donde sea). Pero ese consenso libertario no cubre a los pobres.

Es fácil ver qué haría falta para incluir a los pobres en ese consenso: crear un pacto social en el que cosas como la salud, la educación, la vivienda, la comida y el ocio fueran derechos inalienables, cosas que se tiene porque sí, no porque los coeficientes de productividad son correctos según el último estudio de los mejores expertos, no porque son compatibles con las nuevas metas estratégicas de competitividad en el mercado global o cualquier otra monserga de esas. Pero, ahora que lo pongo en esos términos, veo también por qué es tan difícil de que ocurra. ¡Vaya paradoja! Escribí esto para despreocuparme y termino más preocupado de lo que empecé. --------------------------------------

Luis Fernando Medina es Investigador del Centro de Estudios Avanzados en Ciencias Sociales del Instituto Juan March, realizó el doctorado en Economía en la Universidad de Stanford, ha sido profesor de ciencia política en las Universidades de Chicago y Virginia (EEUU) e investiga temas de economía política, teoría de juegos, acción colectiva y conflictos sociales. Es autor del libro A Unified Theory of Collective Action and Social Change (University of Michigan Press, 2007).

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