Desde de la tramoya

Welcome Mr. Rajoy

Recuerdo que había churros y un zumo de naranja fresquísimo, sobre una mantelería blanca en una sala de rancia belleza en el Palacio de Santa Cruz. Nos vimos con Moratinos para preparar la puesta en escena de su muy ansiado encuentro con la secretaria de Estado Condi Rice. La cita de ambos fue el 15 de abril de 2005 y la presión era muy alta, porque Zapatero, que llevaba algo más de un año en el Gobierno, aún no había ido a la Casa Blanca ni se había encontrado en reunión formal con George Bush, después de su famosa “sentada” ante la bandera estadounidense a su paso por el Paseo de la Castellana, siendo líder de la oposición, y la más grave “ofensa” provocada por la repentina retirada de las tropas españolas en Irak.

De manera que la prensa estaba entonces genuinamente obsesionada por cualquier gesto que confirmara los relatos dominantes: que Zapatero no tenía la más mínima intención de caerle especialmente bien a Bush, que las relaciones políticas entre ambos países eran por tanto frías, y que, sin embargo, y ese era el mensaje que acordamos trasladar, España y Estados Unidos eran “aliados y amigos” con independencia de las discrepancias políticas. Los reporteros cronometraron al segundo la duración de la reunión (tres cuartos de hora aproximadamente), escrutaron las caras y los gestos de ambos interlocutores (sin grandes descubrimientos) y la cosa no fue a más.

Zapatero sólo traspasó la verja de la Casa Blanca por primera vez en noviembre de 2008 cuando Bush ya estaba en funciones tras la elección de Obama, y no como invitado exclusivo, sino como participante en una recepción al G-20. Zapatero sería invitado a la Casa Blanca en reunión bilateral ya con Obama de inquilino y ambos no se llevaron nada mal. Tras una de las citas de Obama con Zapatero se generó aquella famosa foto de las hijas del presidente español. Moncloa conoció entonces el llamado “efecto Streisand” (por la actriz y cantante Barbra, que trató de evitar que se publicaran imágenes de su mansión en Malibú): cuanto más tratas de retirar algo de internet, más contagioso se vuelve el virus y más persistente su presencia.

Así como para los estadounidenses la visita de un presidente español es como si a nosotros viniera a vernos el presidente de Paraguay o de Croacia (acontecimientos que vendrían a generar un espacio mínimo en los medios de comunicación), el hecho de que un presidente español visite la Casa Blanca sí es un acontecimiento interesante para la prensa española. Lo cierto es que esos encuentros no suelen tener mayor relevancia práctica en las relaciones entre ambos países. Pero sí pueden tener bastante importancia simbólica en algunas ocasiones.

Para Suárez era trascendental el aval del presidente de Estados Unidos al proceso de transición pilotado por el rey y por él mismo, y por eso tuvo significado la visita a Carter en 1977, dos meses antes de las primeras elecciones democráticas. Luego volvió ya en visita de Estado como presidente legitimado por los votos.

Las visitas de Felipe González (cinco en total) no tuvieron esa carga simbólica, quizá con la excepción de los encuentros con Bush padre en plena tensión con Nicaragua y con Panamá, con España ejerciendo ese papel –hoy degradado– de complicidad con América Latina. Felipe convivió en su largo mandato con tres presidentes y fue recibido por todos ellos en la residencia de Washington: Reagan (una vez), Bush padre (dos) y Clinton (otras dos).

Las visitas sin duda más controvertidas fueron las de Aznar. A algunos nos parecía que aquel presidente se había vuelto de pronto medio loco, afectado por una suerte de fascinación adolescente por Estados Unidos, como la de quien se queda embobado cuando ve Times Square por primera vez. Aznar se hizo amigo del alma de George Bush hijo, se puso a estudiar inglés, y no tuvo ningún reparo en romper el tradicional alineamiento español con el núcleo franco alemán de la Unión Europea, para abrir aún más la brecha sobre Irak. De manera que se pavoneaba de manera extraña, porque aquí en su país Bush caía realmente mal; España era en la época de la “guerra contra el terror” el país con una opinión más antiamericana de toda Europa, solo después de Turquía. Y así, hasta nueve veces se vieron Aznar y Bush en Estados Unidos, en la Casa Blanca o en el rancho de Crowford, Texas. Y cuanto más se veían peor nos caían a muchos.

Rajoy se reunirá el 13 de enero con Obama en la Casa Blanca

Rajoy se reunirá el 13 de enero con Obama en la Casa Blanca

El próximo lunes 13, cuando Rajoy se encuentre con Obama, no habrá quizá la tensión dramática de las citas de Carter y Suárez, o la que se vivía en los encuentros de Bush con Aznar, o el escrutinio de los gestos y palabras de Zapatero en la era de Irak. Pero es seguro que Moragas y Margallo y sus respectivos servicios estarán suplicando en estas horas alguna declaración que de una palmadita en la espalda al presidente Rajoy. “Felicitamos al presidente Rajoy por las reformas emprendidas…”, “nos alegramos por la recuperación económica que ya llega a España”, “deseamos que se confirme cuanto antes la mejora de los indicadores”, “el presidente Rajoy ha sido valiente y tenaz…”…. Cualquiera de esos elogios vendría como anillo al dedo a Rajoy, para que él pueda seguir proclamando esa gran falacia, sin embargo tan verosímil: que es gracias a él y sus reformas que nos recuperamos, cuando es más bien a pesar de él que la economía española muestra síntomas de una raquítica recuperación. Ya en la noche del jueves Moncloa se encargaba de contar a la prensa que ese era el objetivo de la reunión y lo que cabía prever de ella.

La prueba de que eso, y nada más que eso, es lo que busca el Gobierno español, es esa actuación de nuevo rico, ese dispendio inútil, esa ridiculez que a este servidor le provoca vergüenza ajena, que consiste en convocar a las principales empresas del país (el llamado Consejo Empresarial de la Competitividad) para que se reúna en Washington y asista a una conferencia de Rajoy, como para hacerle todos juntos la ola al presidente español durante su encuentro con Obama. Como si fuéramos una república bananera en la que empresa y política se funden sin más, o un país atrasado en la que no hay límites para gastar en comitivas, reuniones, aviones, escoltas y suites de hoteles. Sí, se trata de una iniciativa privada, dicen, pero es evidente que esa reunión no se promueve si no es a instancias de Moncloa o, como mínimo, con su aplauso. No costará dinero público, suponemos, pero la acabaremos pagando todos los consumidores, aunque sea en los precios que luego se nos aplican en nuestro consumo privado.

Así que asistiremos el lunes y el martes a un show paleto en toda regla. La televisión nos regalará con toda probabilidad unas imágenes en las que Obama tenderá la mano a Rajoy, ambos sonreirán, con un poco de suerte para la delegación española los americanos regalarán unos elogios más o menos contundentes, y podremos ver a los grandes empresarios españoles (Alierta, Botín, Fainé y una decena más), haciendo la ola y sonriendo ante un discurso económico de Rajoy agradecido y promisorio. Nada de eso se contará en el Washington Post ni en el New York Times, muy probablemente, pero la disciplinada televisión pública española y los medios afines al Gobierno se encargarán de contarnos una vez más la película ya conocida: se confirma que, gracias a Rajoy, ya salimos. Por si no te lo crees, lo dicen Obama y los grandes empresarios del país. Y si los trabajadores y las clases medias se quejan de que no lo ven, o de que la factura la han pagado ellos en su totalidad, y a esos peces gordos la recuperación les ha salido gratis, es porque el país está lleno de cenizos, tristes y desagradecidos.

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