Detrás de la tramoya

Cinco malas excusas y una verdadera para no celebrar primarias abiertas

El PSOE decide el sábado cuándo y cómo elige a su candidato o candidata a la presidencia del Gobierno, en el presupuesto de que serán elecciones primarias. Es un momento importante en ese proceso larguísimo, que se remonta a los años 90, cuando tras la dimisión de Felipe González el partido experimentó con las primarias para elegir a José Borrell, que finalmente no logró mantener su liderazgo, aunque la dirección del partido tampoco se lo pusiera precisamente fácil. Las decisiones que tome el Comité Federal del partido serán importantes para vencer ese mal recuerdo, para recuperar la iniciativa política hoy claramente perdida y para marcar un antecedente que importa al PSOE, pero también al resto de los partidos y a la ciudadanía en general.

Según parece, la dirección del partido se muestra conservadora en el diseño de su propuesta, que estos días anda rematando. Es comprensible. Más allá de la defensa teórica de la participación, de la proclamación grandilocuente del poder del voto y de las promesas de apertura, un partido como el PSOE es una máquina profesional de distribución del poder; y es natural que quienes la controlan se predispongan poco a compartirlo. Cuanto más abiertas son unas primarias menos importan las maniobras en los despachos y las agrupaciones, las pandillas y las tribus. No soy de los ingenuos que piensan que la gente no se equivoca nunca. Hemos visto movimientos inspiradores aupados por la gente que han quedado en nada, o que incluso han provocado una decepción en el electorado. Véanse Beppe Grillo, el 15M o la Primavera Árabe.

Está bien esa vitalidad popular más o menos espontánea, alternativa y horizontal, pero necesitamos canales estructurados y formales para que la opinión de la gente se oiga como corresponde, sin sobresaltos, modas pasajeras o efervescencias coyunturales. Por eso es especialmente importante lo que decida el PSOE el sábado: porque se trata de un partido centenario y central en la historia de la democracia española y de su gobierno. El PSOE no es un experimento sino uno de esos viejos partidos socialdemócratas esenciales para entender la historia del país. La prudencia es pues, buena consejera. Pero una cosa es la prudencia y otra el conservadurismo, la modorra, el miedo. Una cosa es la prudencia y otra, la peor, la miopía estratégica.

Sería en efecto miope no ver la gran oportunidad que se podría abrir para el PSOE si decidiera, cosa hoy muy improbable, hacer realmente unas primarias abiertas y libres. Para que las primarias sean abiertas, no deben ponerse obstáculos a la participación de la gente. Una vez que el partido homologa la idoneidad de los candidatos (a través de los avales), las elecciones son abiertas si se permite que participe cuanta más gente mejor. La actual dirección del PSOE no parece verlo y, en contraste con los modelos de Francia, de Italia o, aquí, del PSC para Barcelona, se apresta a exigir un censo previo que debería ser diseñado en las agrupaciones. Imaginemos: si usted quiere participar, tal como le promete el PSOE, deberá pasar antes por una agrupación del PSOE (vaya usted a saber dónde está eso…) y apuntarse previamente en un censo, pagando uno o dos euros y firmando un papel de adscripción a ciertos principios progresistas. Luego volverá el día de otoño (ya casi invierno) que toque para votar. Según parece, se prevé que participen de esa manera unas 500.000 personas.

Sin duda, es un progreso sobre lo que hace el resto de los partidos, y un gran avance también con respecto a lo que el PSOE hacía hasta ahora. Pero, ¿por qué no seguir el ejemplo de los socialistas franceses o de los progresistas italianos del Partido Democrático, que con éxito reconocido han permitido que vote cualquiera de una sola vez? Un proceso como el italiano o el francés podría llevar a las urnas a más de dos millones de ciudadanos españoles, ilusionar a la izquierda en un proceso innovador y verdaderamente participativo, dar a conocer mucho mejor a los candidatos y dar una lección al PP y al resto de los partidos. Hay unas cuantas excusas para no hacerlo. A mi me salen cinco falsas y una verdadera.

1. “Sería caro.” Una campaña institucional del PSOE para dar a conocer el proceso costaría un millón de euros. Un programa informático para coordinar la entrada correcta de los números de los documentos de identidad, unos 20.000 euros. Supongamos que tenemos cuatro candidatos y se otorga a cada uno una cantidad de 50.000 euros para pagar costos básicos como viajes, oficina, algo de publicidad, etc. Cada cual luego que se pague su campaña, con un tope de gasto que convendría fijar, con aportaciones individuales transparentes. El Estado, ya se sabe, presta urnas. El partido y también UGT y las organizaciones no gubernamentales podrían prestar sedes. Una urna aguanta unos cien votos a la hora. Unos mil en una jornada de diez horas. Bastaría pues con unas 2.000 sedes como colegios electorales. No es muy complicado. Habría voluntarios de sobra. En fin, queda margen aún para los dos millones de euros que se recaudarían con la participación si se llegara a los dos millones de votantes y se solicitara un euro. No digamos si se piden dos. En Italia ha sobrado dinero. Dos millones de euros para elegir un candidato o candidata presidencial en un proceso democrático es un coste más que razonable.

2. “No tenemos censo: podría haber fraude”. Sería ingenuo pensar que Rajoy y el ministro de Interior – y los servicios jurídicos del Estado, que podrían en este caso justificar una cosa y la contraria – van a ponerlo fácil al PSOE. Mejor pensar que no habrá censo electoral disponible. Pero eso no importa mucho. La experiencia italiana y la catalana (en Francia sí hay censo nacional disponible), es que con un sencillo programa se puede registrar el voto de cualquiera evitando duplicidades de documento de identidad. Y se puede también comprobar fácilmente la ausencia de fraude. No hay que reinventar la rueda en esto. A estas alturas del siglo XXI sería prehistórico argumentar inseguridad o posible doble voto: hay mecanismos baratos y seguros al cien por cien para evitarlo.

3. “Vamos a facilitar la participación electrónica. El que quiera que se afilie y se registre y vote por internet”. Bueno, muchas gracias, pero ahí es donde puede residir el fraude con más facilidad. Quien controla la máquina controla el proceso. Es más fácil, en la situación actual del PSOE, que haya un control garantista de 2.000 sedes por todos los candidatos, a través de sus voluntarios interventores, que un control de un sistema ad hoc de registro y voto electrónico.

4. “Podemos sufrir asaltos por parte del adversario”. asaltosEsa es una excusa típica y comprensible. La primera vez que participé en un proceso de elecciones abiertas hace un lustro (¡en Colombia!) me sorprendió que un partido permitiera que cualquiera pudiera decidir sobre su candidato. “Los adversarios podrían movilizarse y elegir en contra de los intereses del afectado”, pensé. Error. La experiencia en decenas de países y cientos de casos demuestra que eso no sucede. En sociedades como la nuestra la gente no hace tales cosas. Es absurdo pensar que haya hordas de votantes del PP firmando una declaración de principios progresistas, entrando en una sede del PSOE o de Solidaridad Internacional, pagando un euro y votando a tal candidato socialista porque competiría peor con Rajoy. Algún idiota habría, pero no serían muchos en comparación con la buena gente que con su mejor espíritu daría opinión a través de su voto.

El Comité Federal del PSOE despeja hoy las incógnitas sobre sus primarias abiertas

5. “Las primarias son buenas si las hacen todos”. Esa es la excusa más rancia de todas. La idea de que las primarias crean divisiones en quien las celebra, mientras el adversario se va de rositas. Es la excusa preferida de Felipe González. Le oí decírselo en un corro en Nueva York al líder de la oposición venezolana Leopoldo López. Leopoldo hizo primarias, la oposición a Chávez hizo primarias y hoy la oposición puede plantar cara con legitimidad a Maduro, aún con todas las dificultades. Las primarias son buenas si se hacen bien. La legitimación de un líder elegido por muchos es mucho mayor que la de alguien elegido por pocos. Por lo demás, las divisiones no desaparecen aunque no haya primarias. Todo el mundo sabe que en el PP hay dos almas, como las hay en el PSOE y en la mayoría de los partidos. Es mejor que esas diferencias se diriman de forma abierta y con sana competición. Es cierto, sin embargo, que los efectos beneficiosos de unas elecciones primarias en contextos nacionales grandes se ven muy limitados en las primarias en escalas menores y los riesgos de manipulaciones, asaltos del adversario y tensiones innecesarias, aumentan cuando se trata del ámbito regional o local. Las reticencias de los líderes regionales son razonables: en sus casos es preferible que haya un censo previo.

Y la verdadera excusa: “Con unas primarias realmente abiertas, la dirección actual controlaría menos el resultado y la Ejecutiva actual podría quedar deslegitimada”. Cuanto menos abiertas, más controlable será el proceso y el resultado. La dirección del PSOE se debate en los últimos tiempos en esas contradicciones: democracia, pero la justa; participación, pero solo de los míos; apertura, pero sin excesos. Por eso, lo que propone la dirección ahora es un conjunto de limitaciones para que haya muchos candidatos (bajo número de avales y límite en los que se pueden obtener), pocos votantes (imponiendo un censo y votando en agrupaciones) y una sola vuelta, de manera que podríamos tener a un candidato o candidata a la presidencia del Gobierno quizá con un 15 o un 20 por ciento de los votos, procedentes en su mayoría de militantes o personas muy cercanas a militantes. Lo veo como si ya hubiera sucedido: una candidata, o candidato, a quien ha votado un 20 por ciento de su electorado, ante a un secretario general votado por el 51 por ciento del suyo en aquel famoso Congreso de Sevilla.

Podría repetirse así aquella lamentable “operación Borrell” con sus resultados conocidos: gana el candidato contra el aparato en unas primarias limitadas, el aparato del partido le complica la vida al ganador y éste se va a su casa devolviendo el poder al perdedor. Poco tiempo después, el PSOE obtiene un resultado desastroso en las elecciones, dándole a Aznar la mayoría absoluta.

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