Análisis

La socialdemocracia en el laberinto del euro. (Sobre 'El dilema' de Zapatero)

1. Tres registros de lectura

El Dilema (Planeta, 2013) de José Luis Rodríguez Zapatero contiene, al menos, tres registros de lectura. El primero y menos controvertido consiste en un examen exhaustivo de la crisis del euro, hecho por alguien que ha vivido dicha crisis en primera línea. Creo no exagerar si digo que desde este punto de vista el libro resulta de excepcional interés: no sólo revela muchos detalles hasta ahora desconocidos, sino que además proporciona un análisis técnico de gran nivel que sirve de complemento a los trabajos académicos y periodísticos que se han publicado hasta el momento. En este sentido, el libro será una referencia inexcusable en los estudios que se hagan en el futuro acerca de la crisis del euro.

El segundo registro tiene que ver con el significado de la decisión en política. No en vano el libro se titula El Dilema: Zapatero tuvo que tomar decisiones de largo alcance en tiempo real, sin apenas margen para la reflexión y con el país al borde del rescate. La lectura llega a producir agobio: los mercados atacando la deuda soberana española, las presiones de Alemania, de la Comisión Europea, del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Central Europeo (BCE), las críticas internas en España, la falta de colaboración de Mariano Rajoy ante el ajuste de mayo de 2010, la reacción de decepción entre la base electoral del PSOE… En fin, una especie de tormenta política perfecta que el autor describe con detalle y que invita a revisar muchas de las críticas que se han vertido sobre su gestión económica, las cuales parecen situarse en un plano pre-político por no hacerse cargo de la situación en la que se encontraba el Gobierno en aquellos momentos; son críticas que no explican qué otra cosa podía haberse hecho dadas las limitaciones y presiones con las que el presidente tuvo que actuar.

Acaso la mejor muestra de esa aproximación pre-política al problema sea la tesis, defendida sobre todo entre la izquierda, según la cual Zapatero debería haber dimitido antes que dar el giro hacia la austeridad en mayo de 2010. Pero como él mismo explica al principio del libro (pp. 13-14), un político no puede abandonar por el hecho de que las circunstancias se vuelvan difíciles o antipáticas. El liderazgo político se demuestra precisamente cuando todo se tuerce.

El tercer registro, que es el que en mayor medida se presta a la polémica, se refiere a la defensa y justificación que Zapatero hace de las decisiones económicas que tomó durante la crisis, con gran abundancia de datos económicos que el autor aporta para hacer ver al lector que hizo lo correcto dadas las limitaciones con las que se encontró. Voy a centrar mis comentarios en este último aspecto.

2. El ajuste de mayo de 2010

La crisis de la deuda se inicia con las revelaciones sobre el déficit oculto de Grecia en el otoño de 2009. Hasta ese momento, la visión dominante en el G-20 era que para salir de la recesión había que poner en marcha programas de estímulo de la demanda, dejando de lado las preocupaciones ortodoxas sobre el equilibrio fiscal. Aunque Zapatero admite que fue un error por su parte negar o minimizar el alcance de la crisis, demuestra en el libro que no se quedó de brazos cruzados: España fue uno de los países que durante 2008 y 2009 puso en marcha políticas expansivas de mayor alcance y ambición. Hoy sabemos, además, que tuvo que hacerlo a pesar de la resistencia del entonces vicepresidente económico, Pedro Solbes, quien no creía en la efectividad de estas medidas (Recuerdos. 40 años de servicio público, Deusto, 2013, cap . 9).

Todo cambió en la primavera de 2010. El autor lo expresa de forma muy sintética con esta frase: “Hasta mayo de 2010 combatí la crisis económica; a partir de entonces me defendí de la crisis de la deuda” (p. 91). Ante el deterioro de la situación en Grecia, los Estados europeos comenzaron a debatir un plan de rescate de ese país y se propuso la creación de un cortafuegos financiero por valor de 750.000 millones de euros para frenar los ataques a la deuda de los países periféricos. Alemania acabó dando su consentimiento, pero con la condición de imponer un plan de austeridad a los países más endeudados con el exterior, entre los que estaba España.

Objetivamente, la situación de la deuda pública española no era preocupante en aquel momento. Así lo reconoce Zapatero, subrayando que España dedicaba tan sólo el 2% del PIB al pago de su deuda (menos que la mayoría de países europeos) y que la prima de riesgo estaba en torno a los 100 puntos. No había, pues, razones económicas urgentes para asumir un ajuste del 1,5% del PIB: si se hizo fue para desbloquear la oposición de Alemania al rescate griego y al fondo de estabilización. El Gobierno español pensó que actuando así conseguiría evitar el contagio de Grecia, aunque, como luego comprobamos, no funcionó. Estábamos en los prolegómenos de la crisis de la deuda.

En cuanto al contenido del ajuste, por valor de 15.000 millones, Zapatero insiste en el libro en que no se tocaron los pilares básicos del Estado de bienestar: sanidad, educación y pensiones. Se congelaron las pensiones (aunque quedaron exentas las más bajas), se eliminó el cheque bebé, y se recortó la inversión pública, los salarios de los funcionarios y la ayuda al desarrollo. Apelando a estos datos, el expresidente se defiende de la acusación de traicionar los ideales socialdemócratas: diseñó el ajuste tratando de minimizar el coste social. No obstante, si Zapatero hubiera permanecido más tiempo en el poder, no habría tenido margen para no recortar el gasto social. La política de austeridad, que coloca la reducción del déficit como máxima prioridad, conduce inevitablemente a dicho recorte. De ahí que Solbes dijera recientemente en una entrevista que “el PP ha continuado, ampliado y profundizado en una necesaria política de ajuste, la política que ya inició el Gobierno de Zapatero a partir de mayo de 2010” (El País Semanal, 17/11/2013).

Zapatero apenas entra en la composición interna del ajuste (muy escorado hacia el recorte del gasto frente al aumento de ingresos). A este asunto le dedica solamente 8 líneas en la p. 47. Es especialmente extraño que el ajuste se concentrara en el gasto cuando el aumento del déficit público se debió sobre todo a la caída de los ingresos, que cayeron seis puntos de PIB entre 2007 y 2009 (el principal agujero estuvo en el impuesto de sociedades). En ningún otro país de la UE ha ocurrido algo similar.

La principal línea de defensa de los recortes que adopta el expresidente en el libro (“no recortamos el Estado de bienestar”) es un buen ejemplo del problema que tiene la socialdemocracia en Europa: defiende el statu quo, las conquistas realizadas, pero no trata de corregir las injusticias y los privilegios que han quedado al descubierto durante la crisisstatu quo. Zapatero, por ejemplo, nunca hace referencia al drama de los desahucios, ni, más en general, a la asimetría en el reparto de los sacrificios, muy concentrados en los hogares con menores recursos. Tampoco explica, por ejemplo, por qué no se tomaron medidas extraordinarias contra el fraude fiscal (España es, junto con Italia, el país de Europa occidental con menos inspectores fiscales).

Argumentar, pues, que no se tocó la educación y la sanidad en el primer ajuste de la crisis no parece suficiente para calmar el desasosiego de los ciudadanos progresistas. El Gobierno, ciertamente, protegió todo lo que pudo a los parados (de nuevo, una política tradicional, parte del statu quo), pero no ayudó a las familias desahuciadas, no tomó medidas para corregir el fuerte impacto de la crisis sobre los jóvenes y no modificó apenas el statu quo fiscalstatu quo , principal causante del enorme agujero de las cuentas públicas españolas.

3. La contradicción de la crisis del euro y la reforma constitucional

En mi opinión, hay una contradicción larvada en el libro. Por un lado, Zapatero disecciona de forma profunda y a la vez pedagógica el funcionamiento (defectuoso) de la unión monetaria, mostrando con claridad que España estaba a merced de lo que decidiera el BCE. Con su talante habitual, es extremadamente respetuoso con las decisiones de Merkel, Barroso y Trichet, aunque el texto trasluce en varias ocasiones la decepción que esas decisiones le causaron y el enorme coste que tuvieron para nuestro país. Queda claro, en cualquier caso, que la evolución de la prima de riesgo dependía en mayor medida del BCE que de las políticas nacionales del Gobierno español.

Por ejemplo, en Gran Bretaña, con unos datos de deuda y déficit parecidos a los de España, la prima de riesgo no subió porque el Estado contaba con un Tesoro propio dispuesto a apoyar la deuda pública cuanto hiciera falta. En el área euro, sin embargo, el BCE no quiso cortar de raíz los ataques a las deudas periféricas hasta el verano de 2012, cuando parecía que el sistema iba a colapsar: entonces Draghi pronunció las “palabras mágicas” (“El BCE hará todo lo necesario para sostener el euro. Y, créanme, eso será suficiente”) y a partir de ese momento las primas de riesgo de Grecia, Portugal, España e Italia comenzaron a bajar. Si el BCE no quiso resolver antes el problema fue porque quería forzar a estos países a realizar los ajustes y reformas que Alemania exigía.

La mejor prueba de que las políticas nacionales sirvieron de poco es que las primas de riesgo de España e Italia evolucionaron prácticamente al unísono. La comparación con el caso italiano debería bastar para poner en cuestión la tesis de que las reformas que se adoptaron eran necesarias para afianzar la solvencia de España: en Italia se hicieron las cosas de otra manera y los resultados fueron muy parecidos.

Zapatero admite que había un problema “sistémico” en el área euro que no podía resolverse únicamente mediante reformas nacionales y que requería una actuación decidida del BCE, así como la solidaridad de los países acreedores, con Alemania a la cabeza. Pero, al mismo tiempo que reconoce esto, considera que las políticas del final de su mandato fueron acertadas. Tras los recortes de mayo de 2010, vinieron la reforma de las pensiones, la reforma del mercado de trabajo, la reforma financiera y, ya en el verano de 2011, la reforma constitucional. Zapatero las defiende con convicción en el libro. Pero ninguna de esas reformas sirvió para frenar el ascenso de la prima de riesgo, por las razones “sistémicas” que él mismo expone.

Parece haber aquí una contradicción, ya que todas aquellas reformas se aprobaron para generar confianza en la solvencia de España, pero lo único que tranquilizaba a los inversores era lo que hacía el BCE. Desde luego, esa contradicción no era tan fácil de percibir en su momento como lo es ahora.

Quizá el resultado más contradictorio de todos sea el de la reforma constitucional, que fue una decisión autónoma y personal de Zapatero (no figuraba en la famosa carta firmada por Trichet y Miguel Ángel Fernández Ordóñez). La enmienda sanciona el principio de estabilidad presupuestaria, según el cual el déficit estructural tiene que ser (prácticamente) cero. Además, establece la prevalencia de los acreedores sobre los deudores (el pago de la deuda gozará de “prioridad absoluta”, no pudiéndose modificar las obligaciones adquiridas por el Estado). El Pacto Fiscal alcanzado unos meses después, en diciembre de 2011, exige que los Estados del área euro asuman la regla de oro, pero no obliga a que dicha regla se blinde constitucionalmente.

La principal razón que aduce Zapatero para incluir la regla de oro fiscal en la Constitución es que, ante los ataques a la deuda y el riesgo de intervención, había que mandar una señal contundente sobre el compromiso de España con la estabilidad presupuestaria. Con ese propósito, la reforma ata las manos de los Gobiernos futuros (con lo que eso supone de pérdida de soberanía democrática), cegando por ejemplo la posibilidad de que España pueda restructurar su deuda, algo que solo favorece a los acreedores y que no responde a ningún fundamento económico.

La reforma no sirvió para resolver el problema de la solvencia del país, como se puso de manifiesto en el aumento prima de riesgo a las pocas semanas de aprobada la enmienda constitucional. Por otro lado, Italia sufrió en esos meses igual que España, pero no introdujo en su constitución la regla de oro, sin que ello precipitara el rescate. A mi juicio, Zapatero, tuvo, en esta ocasión, un exceso de celo fiscal.

4. Europeísmo incondicional

Un lector imparcial del libro sacará una impresión más bien negativa del funcionamiento de la UE: no hay suficiente cooperación entre los países, la Comisión se ha puesto de parte de las políticas de austeridad y el BCE se ha resistido a atajar los ataques contra la deuda soberana de los países periféricos. Como consecuencia de todo ello, estos países se han visto obligados a realizar costosísimos sacrificios económicos que han retrasado enormemente la salida de la crisis.

En el libro, no obstante, parece haber una desconexión entre el análisis de la crisis del euro y las conclusiones que saca Zapatero, que son un apoyo absoluto e incondicional al euro y al proyecto de integración europea. Hay unas palabras en el epílogo que reflejan muy bien esta desconexión:

"La UE y el euro son proyectos irrenunciablesLa UE y el euro son proyectos irrenunciables, y más aún en la era de la globalización. La fuerza de los valores que inspiran la unidad europea es superior a cualquier circunstancia, por muy adversa que esta sea (p. 377)". Este tipo de afirmaciones categóricas son propias de sistemas ideológicos cerrados. Apostar por un ideal político al margen de sus consecuencias para la sociedad es un dogma. Aunque el texto que acabo de reproducir pueda parecer un tanto extremo, creo que es revelador no solo de las creencias de Zapatero, sino también de las élites económicas y políticas españolas, que están cada vez más distanciadas de la sociedad en su defensa inquebrantable de la UE.

La crisis del euro nos ha dejado un país más pobre, más desigual y más injusto. España, en estos momentos, encabeza el ranking europeo de desigualdad y de paro. ¿Cuál es el nivel de sufrimiento de España que nos obligaría a replantearos nuestros compromisos con la unión monetaria? Suponer, como hace Zapatero, que no hay límite, que por muy adversas que sean las circunstancias hay que seguir apostando por el proyecto del euro, resulta, a mi juicio temerario. Si, dado el conflicto de intereses entre países acreedores y deudores en la UE, no se avanza en la integración política que los países periféricos reclaman, ¿Qué debemos hacer? ¿Continuar esperando indefinidamente a que la UE cambie al margen del coste social que ello supone para el país?

La gran pregunta de la crisis del euro es por qué los países que han sufrido la sinrazón de la austeridad no se han unido y han plantado cara a los centros de poder europeos. Quizá parte de la respuesta tenga que ver con el europeísmo incondicional de las élites políticas del sur de Europa.

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