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Nacido en los 50

Vuelven los buenos tiempos

El Gran Wyoming

Eso de que los antidisturbios peguen a los ciudadanos a la menor oportunidad se está convirtiendo en una costumbre que, además de ser muy fea, goza de una total impunidad, al punto de que los delegados del Gobierno de las respectivas comunidades autónomas saltan a la palestra ante la menor insinuación de exceso del uso de la fuerza por parte de esas fuerzas y, valga la redundancia, aseverando lo impecable del ejercicio de su función.

Con esa costumbre de crear dos bandos, el de sus fuerzas y el de los ciudadanos como enemigos, promueven la idea de que estos policías no forman parte de un servicio que pagamos todos, sino de un ejército pretoriano privado al servicio de la clase dirigente y cuya única misión sería la de preservarles del contacto con esa terca ciudadanía, que cual mosca cojonera no hace más que perturbar su siesta al negarse con empecinamiento a aceptar los inevitables dogmas que dicta el dios Mercado a través de su suma sacerdotisa La Economía, ese pueblo intransigente y salvaje que se resiste a ser inmolado en el ara, incapaz de entender que su sacrificio no es estéril sino que cumple un designio divino: que ellos vivan mejor.

Cada vez se inculca más la sensación de que esas masas que salen a la calle no son sino el ganado que, asilvestrado, necesita ser reconducido por los perros pastores de vuelta al redil, reduciendo las legítimas protestas ciudadanas a algaradas antisistema de radicales que con un exclusivo fin político alteran ilegalmente el orden establecido, mientras sus concentraciones, por ejemplo, "a favor de la vida”, se convierten en expresiones ciudadanas de júbilo, en aras de un mundo mejor. Debemos entender que al formar parte del conjunto complementario, los demás estamos “a favor de la muerte”, lo que ensucia nuestros propósitos de forma profiláctica en el momento mismo de la convocatoria y nos convierte en seres “apaleables” desde el desprecio.

Como si se dirigieran a entes con un coeficiente intelectual menguado, estos señores intervienen con la arrogancia del poderoso defendiendo la profesionalidad de los agentes y su alta cualificación. Como ya he comentado otras veces, nadie duda de que pegan muy bien, pero el uso de la porra se está institucionalizando como algo legítimo en las manifestaciones sin que se haya producido jamás una disculpa por parte de los responsables políticos por esas acciones, ni siquiera un diplomático “investigaremos para exigir las oportunas explicaciones y asumiremos las responsabilidades correspondientes si hubiera lugar”, exigibles y consustanciales al sistema democrático que incluye, claro está, y hay que recordárselo constantemente a estos señores que se engallan afirmando con rotundidad que “nadie les da clases de democracia”, la crítica legítima a la autoridad competente.

Siempre identifican la crítica a la autoridad con la crítica al sistema, proclamando de nuevo “el Estado soy yo”, al tiempo que reivindican la legitimidad que les otorgan las urnas proclamando el absolutismo desde la democracia que, precisamente, nació para acabar con él.

Es posible que, además de ser los mejores en fútbol, seamos también líderes en prudencia a la hora de utilizar la represión contra los ciudadanos, sólo así se justificaría que jamás haya habido un comentario negativo o se haya llegado a conclusión alguna tras abrir investigaciones sobre posibles excesos cometidos por las fuerzas del orden. Podemos afirmar, si nos creemos las versiones de los responsables de la “seguridad”, que disponemos de las más comedidas, mejor instruidas y más respetuosas fuerzas del orden de todo el mundo.

Claro que no todos participan de esa euforia institucional y algunos cargos de otra índole cuestionan la legitimidad de muchas de esas acciones.

Recientemente el señor Wert ha visitado La Laguna, donde ha recibido en primera persona una muestra del cariño que despierta desde su función de ministro de Educación y Cultura. No ha podido ver sino, más bien, sentir esas manifestaciones porque un dispositivo de trescientos antidisturbios tenían tomada la ciudad en previsión de posibles algaradas. La visita se producía con motivo de la inauguración de la catedral y esos agentes del orden impidieron que las protestas llegaran al recinto inaugural.

Por tres veces cargaron contra los manifestantes y hubo algunas detenciones.

Como siempre que ocurren estas cosas existen dos puntos de vista. Uno el de los compañeros del ministro que, como en otras ocasiones criminalizan las protestas y hacen responsable a su rival político, en este caso el PSOE, de los hechos acusándoles de calentar el ambiente. La delegada del gobierno en Canarias, María del Carmen Hernández Bento, ha lamentado la falta de “respeto institucional” de muchos políticos de Tenerife a los que acusa de incitar a las protestas y en especial se ve sorprendida por la actitud del primer teniente de alcalde de la localidad que se encontraba en el otro lado de la cerca. Esta delegada olvida que esa ciudad, además de la catedral, tiene también una universidad donde se calcula que cerca de mil alumnos no podrán seguir estudiando debido a la política educativa de su compañero ministro y que, como ha saltado a los medios, hay un estudiante con un expediente impecable, de los que le gustan a Wert, que amenaza con ponerse en huelga de hambre porque le han denegado una beca a la que, por lo visto, tenía derecho porque le exigen la declaración de la renta de su padre que ya ha muerto.

Es probable que en vista del ruido mediático consiga su objetivo, pero la verdad es que a ellos no les importan este tipo de situaciones, todas sus medidas van en dirección contraria porque en la igualdad de oportunidades reside el fin de los privilegios de la clase dominante a la que pertenecen unos y aspiran los otros. Esa es la esencia del neoliberalismo, lo que llaman la libertad de elección: que los hijos de los ricos puedan ir a colegios exclusivos muy caros, pagados en parte con el salario de los que no pueden encender la calefacción. Y esto no es demagogia es la constatación de la realidad.

Cuando se gobierna contra el pueblo no se le puede exigir que aplauda al paso de la comitiva. Estará siempre enfrente, nunca al lado. Mientras, esas fuerzas profesionales que operan como un servicio de seguridad privado les despejarán el camino, les limpiarán el paisaje de chusma para que puedan pasear en sus actos inaugurales por esas calles y plazas inmaculadas, como en los tiempos de extraordinaria placidez, los buenos tiempos.

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