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Chaves Nogales y el “viejo oficio de narrador”

“Mi viejo oficio de narrador”: ésta fue la fórmula con la que, expatriado en París, Manuel Chaves Nogales definió el periodismo, el trabajo que se aprestaba a reemprender para varias publicaciones de América Latina. Todo lo auténtico e imperecedero que pueda decirse sobre el periodismo está en esas pocas palabras; el resto son debates bizantinos sobre el sexo de los ángeles, fugaz espuma de los días, ganas de marear la perdiz.

“Oficio”: una actividad tan humilde y necesaria como la del albañil o el bombero. “Narrador”: contador de historias –verdaderas en este caso–; no portavoz, copista o notario.

Acabo de ver El hombre que estaba allí, un documental de apenas media hora sobre la vida de Chaves Nogales realizado por Daniel Suberviola y Luis Felipe Torrente. No soy quién para decir si debe o no ganar el premio Goya para el que compite en su correspondiente apartado. Permítanme, en cambio, que lo recomiende a todos los aprendices de periodistas. Es probable que les enseñe más verdades sobre este maravilloso ganapán que muchas horas de clase en las facultades.

Se dice muy pronto en el documental que Chaves Nogales se dedicaba a “mirar, ver y contar”: tal era su “oficio”. Es lo que el sevillano hizo en España, Alemania, la Unión Soviética, Francia y Reino Unido: ir a los lugares donde ocurrían cosas relevantes –en avión desde muy pronto, lo que era una novedad–; hablar con toda la gente a su alcance –desde el ministro de turno al campesino analfabeto víctima de sus políticas–; tomar notas de lo que veía y le decían, y procurar escribir una buena historia en su Underwood. Con la mayor rapidez y en el mejor castellano posibles.

Lo hizo el Nuevo Periodismo estadounidense de los años 1970, lo hace ahora la Nueva Crónica latinoamericana, pero también se ha hecho en España, aunque no se hable de ello en los reiterativos coloquios sobre el porvenir del oficio y de la industria. Lo hizo Maruja Torres en los años 1980 y 1990, y lo hizo Chaves Nogales en los 1930 y primeros 1940. Entre otros, que conste.

El hombre que estaba allí reconstruye la vida de Chaves Nogales a partir de las no excesivas huellas que dejó de su paso por la tierra –artículos de periódicos, libros, fotografías y cartas– y de los testimonios de conocedores de su obra como María Isabel Cintas, Andrés Trapiello y Antonio Muñoz Molina. Suberviola y Torrente sólo han podido encontrar unas imágenes en las que se le ve en movimiento: una filmación en la que aplaude emocionado al primer presidente de la II República en el día de su jura del cargo. También han contado con la colaboración de Pilar, hija de Chaves Nogales, que, en un momento dado, dice: “Era republicano al cien por cien”.

Hijo de un redactor jefe del diario sevillano El Liberal, reportero desde muy joven, autor de una biografía del torero Juan Belmonte, director del diario madrileño Ahora, fumador impenitente de cigarrillos Lucky sin filtro, vestido casi siempre con un traje de raya diplomática y una pajarita, Chaves Nogales ha sido citado en los últimos años como la encarnación de la tragedia de los ilustrados españoles que terminaron aplastados por el choque de trenes de los totalitarismos de los años 1930. Como un ejemplo más del infortunio de una prometedora república que terminó siendo arrasada por los malos vientos de la época en la que le tocó nacer.

Juanmi Baquero gana el Chaves Nogales por una crónica sobre las fosas comunes

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Eso es cierto. Aunque tal vez, para atajar alguna que otra interpretación torticera que circula sobre Chaves Nogales, convenga citar las palabras pronunciadas en la BBC por su amigo Antonio Soto el día de su muerte, en Londres. Ese 9 de mayo de 1944, Soto contó que Chaves Nogales le había dicho: “Si los españoles abusan alguna vez de la libertad, démosles más libertad. Los males de la libertad sólo con libertad se curan”. Y también que el periodista estaba muy entristecido al intuir que iba a morir antes de poder ver “la derrota del fascismo”. No, amigos, Chaves Nogales no era un conservador. Era un liberal en el buen viejo sentido de la palabra, no el que le dan hoy algunos liberticidas de la derecha carpetovetónica.

Pero me interesa más el periodista, lo que su ejercicio del oficio nos puede enseñar. Por ejemplo, que en 1933 viajó a la recién estrenada Alemania nazi y acertó a contar en sus crónicas los componentes de antisemitismo, militarismo y doctrinarismo que la hacían tan peligrosa. No se limitó a reflejar la propaganda de color de rosa que el III Reich ofrecía a los corresponsales extranjeros en el transcurso de afables y copiosos almuerzos en el Hotel Adlon. Al contrario, Chaves Nogales, periodista como hay que ser, sagrado con los hechos, libre y crítico en la visión, entrevistó a Goebbels, transcribió sus declaraciones e informó a sus lectores de que le había parecido un tipo muy peligroso, “de esa estirpe dura de los sectarios”, uno de esos fanáticos que “fusilarían a su padre si se les pusiera por delante”.

Chaves Nogales siempre practicó el reporterismo. Aún siendo director de Ahora, pasaba más tiempo viajando que en su despacho. Probablemente, porque intuía eso que Andrés Trapiello dice en El hombre que estaba allí: “Quien cuenta el mundo se cuenta a sí mismo”.

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