A la carga

La otra impunidad

Imagen de Rodrigo Rato

Creo que la pestilencia de la corrupción no es tan dañina como la impunidad que la acompaña. Resulta tremendo haber descubierto que el PP lleva décadas financiándose ilegalmente, pagando sobresueldos en negro y defraudando a Hacienda. Pero más tremendo y desmoralizador resulta todavía que el PP continúe gobernando España como si no hubiera pasado nada, con el correspondiente destrozo de las bases de la democracia representativa. De este asunto ya me he ocupado en algunas colaboraciones pasadas en infoLibre (por ejemplo aquí).

¿Hasta qué punto este fenómeno de la impunidad es específicamente político? Sin negar que quizá se dé con más intensidad en la política que en otros ámbitos, me gustaría mostrar, mediante una simple lista de ejemplos, que la impunidad está muy extendida en nuestra vida pública.

Comencemos por los empresarios. Tenemos el caso recientísimo de la reelección de Arturo Fernández como presidente de la Confederación Empresarial de Madrid-CEOE. Baste recordar que los propios trabajadores de su negocio denunciaron que recibían parte de sus salarios en negro. Los escándalos que persiguen a Fernández son múltiples (recuerden, por ejemplo, sus generosas donaciones a Fundescam, una de las tapaderas de la financiación ilegal del PP), pero ahí lo tienen, reelegido por los empresarios de Madrid. ¿Cómo puede representar a los empresarios alguien que defrauda a la Seguridad Social?

Ya nos hemos acostumbrado a los excesos de las grandes empresas, donde una élite de consejeros y altos directivos se embolsan en forma de salarios, pensiones y comisiones cantidades estratosféricas de dinero. Se blindan con contratos que contemplan indemnizaciones millonarias en caso de despido, mientras proclaman gravemente que los trabajadores deben ganar menos y que el mercado laboral es demasiado rígido.

Carlos Fonseca, en su reciente libro Tipos Infames, hace un repaso exhaustivo de estos excesos. De todos los ejemplos que pone, quizá sea el de Rodrigo Rato el más llamativo. El antiguo político, tras el hundimiento de Bankia, cuyo rescate ha costado más de 20.000 millones de euros, ha sido contratado, con cargos de diferente responsabilidad, en Telefónica, el Santander y Servihabitat (la inmobiliaria de Caixabank). Impunidad en estado puro.

Si pasamos del mundo de la empresa al del periodismo, nos encontramos también con que las malas prácticas salen gratis. Se pueden traer a colación múltiples episodios, unos más anecdóticos, otros menos. Hermann Tertsch grabó una crónica sobre el “fracaso” de la huelga general del 14 de noviembre de 2012… antes de que esta tuviera lugar. Y ahí lo tienen, diciendo estupideces a diario con tono de santa indignación.

El director de Abc, Bieito Rubido, declaró en la Cope que Eduardo Madina “simpatiza más con lo que representa ETA que con lo que representa el PP”. Que una bajeza así le haya salido gratis y que sus colegas continúen dirigiéndole la palabra es bastante revelador de la degeneración profesional del periodismo en España.

Pero sin duda el caso más llamativo es el del diario El Mundo. Este periódico, bajo la dirección de Pedro J. Ramírez y Casimiro García Abadillo, lleva años mintiendo e intoxicando sobre el atentado del 11-M. Han pagado a algunos de los implicados en el caso para que cuenten bulos que alimenten sus teorías conspirativas y han destrozado la vida de algunos policías con sus campañas de desprestigio, pero ahí están Ramírez y García Abadillo, dando lecciones de ética política y periodística a diario. En un país un poco menos encanallado, estas dos personas habrían tenido que abandonar la profesión hace mucho tiempo.

Si nos vamos al mundo de las letras, tenemos a un académico de la lengua como Arturo Pérez-Reverte condenado en firme por plagio. Muy edificante, sobre todo si tenemos en cuenta que esta persona escribe las mayores barbaridades contra nuestra clase política (ejemplos aquí y aquí). Sus compañeros de la Real Academia y sus amigos escritores no han pedido su dimisión. Él, lejos de pedir perdón o abandonar el cargo, arremete contra todo el que se atreve a criticarle, dando un ejemplo tan o más lamentable que el de los políticos pillados con las manos en la pasta.

En el fondo, hace bien, pues el plagio es práctica habitual en las letras españolas, sin que hasta el momento haya tenido muchas consecuencias para los plagiarios. Además de Pérez-Reverte, tenemos a Luis Racionero, que fue director de la Biblioteca Nacional, Luis Alberto de Cuenca, que fue Secretario de Estado de cultura, Lucia Etxebarria (plagiaria multi-reincidente), Jorge Bucay… y, por supuesto, Ana Rosa Quintana.

Un inglés que se vino a vivir a España ya de adulto me comentó en una ocasión que uno de los aspectos que más le chocaba de nuestro país era la extraordinaria capacidad de aquellos que han ganado presencia en la vida pública para permanecer en su posición indefinidamente. Si un empresario, político, periodista o escritor llega a ser bien conocido y establece las adecuadas relaciones con el establisment, formará parte del mismo hasta el día del juicio final, con independencia de que su obra decaiga y deje de estar a la altura de lo que la sociedad demanda. Se produce así esta impunidad generalizada tan característica de la vida española que alcanza en el campo de la política su expresión máxima pero que resulta fácilmente detectable en muchos otros ámbitos de la esfera pública.

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