Muros sin Fronteras

Sudán del Sur, la catástrofe más joven

El país más joven del mundo, Sudán del Sur, ha perdido la alegría. En Juba hay tensión, miedo y polvo. Las noticias de matanzas se suceden. Lo que parecía un sueño de libertad se desliza peligrosamente hacia un conflicto étnico, una guerra de consecuencias catastróficas. Los dos bandos, los dinka y los nuer, ambos pastores, cristianos y nilóticos, se hacen la guerra desde hace cuatro meses matándose civiles uno a otro. La esperanza del país nuevo ha saltado por los aires. El odio ha reemplazado a la ilusión. En Juba, la capital, se respira tensión.

Aún no es Ruanda, cuyo genocidio cumple 20 años esta primavera entre frases rimbombantes de líderes incapaces y sin memoria de sus responsabilidades. Tampoco es Somalia ni la región de Darfur o la República Centroafricana, pero el clima de tragedia es el mismo.

Las matanzas de civiles, como la de Bentiu, al norte (ver el vídeo que encabeza este texto), contienen un mensaje claro: si no hay una acción decidida y rápida de la comunidad internacional, Sudán del Sur entrará en el olimpo de los genocidios, de las hambrunas o de ambas, como la República Democrática de Congo.

Según la ONU, siete millones de personas están en riesgo potencial, es más de la mitad de un país de 12 millones de habitantes. Estamos al inicio de la temporada de lluvias. La guerra desplaza a los agricultores e impide una siembra que será esencial en agosto, septiembre y octubre. Si no hay cosecha, habrá muertes por hambre.

 

Naciones Unidas tiene una misión en Sur Sudán llamada UNMIS. Es una misión imposible, como tantas. Vino para consolidar la independencia, pero desde el 15 de diciembre el país se encuentra en los albores de una guerra civil. El escenario ha cambiado, pero los medios siguen siendo los mismos. ¿Cómo puede haber más medios para Sudán del Sur si no los hay para Siria y otras catástrofes más evidentes y mediáticas?

El país inventado y apadrinado por las iglesias cristianas estadounidenses y por Hollywood ha caído en el olvido. Ahora, cuando más lo necesitan, Sudán del Sur es un país africano invisible más, un conflicto de segunda división.

La ONU no es solo su personal desplegado sin medios para llevar a cabo misiones casi imposibles, la ONU son los cinco países con derecho a veto que se sientan en el Consejo de Seguridad. Ellos son el Gobierno de la moralidad y los principales exportadores de armas.

El ataque de la semana pasada contra el campo de desplazados de Bor, protegido en teoría por los cascos azules, causó la muerte a 49 nuer. El motivo de esa acción llevada a cabo por jóvenes dinka fue la celebración de los desplazados por la toma de Bentiu por la guerrilla nuer. Los dinka de Bor lo consideraron una afrenta intolerable.

El lunes se supo gracias a UNMIS que en la caída de Bentiu, que era un enclave dinka, había ocurrido una gran matanza: esta vez los dinka pusieron los muertos y los nuer los asesinos. Ahora todos temen la represalia dinka. El jefe de UNMIS, el británico Toby Lancer, recién llegado de Bentiu, dijo que era lo peor que había visto en su vida. Lancer es un hombre con experiencia: ha estado en Timor Leste, Darfur, Angola y República Centroafricana, entre otros.

Las guerras entre dinkas y nuer no son nuevas. Hubo otra en 1991 que duró tres años y tuvo un final apresurado, una paz teatral que dejó fuera los asuntos importantes. Un hombre que regresaba de Malakal, la tercera ciudad del país, en la que también ha habido matanzas, declaró a un representante humanitario: “Estos meses de guerra civil han causado más destrucción que tres décadas de guerra entre el Sur y el Norte musulmán”.

El actual estallido de violencia surge en diciembre debido a la rivalidad de los líderes: el dinka Salva Kiir y el nuer Riek Machar. Todo parecía 'atado y bien atado'. El primero era el presidente y el segundo el vicepresidente. Ambos eran los delfines del gran líder de la guerra por la liberación del Sur, John Garang, muerto el 30 de julio de 2005 en un extraño accidente de helicóptero tras firmar la paz con Jartum. Garang no era independentista, quería ser presidente de un Sudán unido. Un millón de personas le vitoreó en la capital tras el acuerdo de paz. Esa popularidad puso en guardia al Gobierno de Jartum. Veinte días después murió al estrellarse su helicóptero. Nadie cree que fuera casual.

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El anuncio del nuer Machar de que pretendía presentarse a las elecciones en Sudán del Sur provocó la ira del presidente Kiir, quien lo destituyó acusándolo de un golpe de Estado cuando quien lo ha dado en realidad ha sido él. Kiir gobierna ahora de manera no democrática. Hay persecución de periodistas críticos y de los reporteros extranjeros. Hasta la familla de Garang, irónicamente en el exilio, apoya a Machar. La primera batalla entre ambos se libró en Juba, con cientos de muertos, la mayoría nuer.

Roto el diálogo, ambos han vuelto al origen, a las armas. Son dos señores de la guerra que están destruyendo un sueño. Un país con petróleo, del tamaño de Francia y solo 12 millones de habitantes, tenía todo a favor. Solo una nueva élite puede salvarlo.

Antes de las soluciones políticas a largo plazo, están las urgencias a corto: salvar a millones de personas de la barbarie de la guerra y del hambre. ¿Esperaremos a otro genocidio para decir que nos equivocamos? La respuesta vuelve a estar de nuestro lado.

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