El vídeo de la semana

El famoso “debate” y el miedo a la verdad

Tengo hace tiempo una inquietud que se va tornando en perfilada certeza con el paso de los años, y es que las clases dirigentes en general y los políticos en particular pierden con sorprendente facilidad el sentido de la realidad.

El hecho es observable con más frecuencia a medida que va siendo más alta su responsabilidad, hasta llegar a convertirse en universalmente generalizado a partir de ocupaciones como ministro o consejero delegado de corporación.

Estos últimos tiemblan cuando las referencias públicas o sociales a su empresa no son positivas o elogiosas y consideran fuera de toda posibilidad reconocer un error o asumir una verdadera transparencia pública en su gestión. Salvo honrosas y contadas excepciones, casi todos se cortan en ese patrón que debe ser cosa de timorata escuela de negocios o consecuencia del miedo a perder el puesto tan dolorosamente peleado.

En este caso me preocupa poco: allá cada cual con su responsabilidad, y allá los accionistas y propietarios con el personal que ponen al cuidado de sus haciendas. Pero lo de los políticos, en tanto representantes de la ciudadanía, resulta especialmente incómodo.

Las palabras y la expresión de Dolores de Cospedal recogidas más arriba no son probablemente la imagen más sobresaliente de la semana, pero sí el reflejo de ese universo político fuera de la realidad que se ha manifestado de manera inequívoca y diría que hasta feroz con el famoso rifirrafe Cañete-Valenciano: “lo que hacemos está bien, y además siempre ganamos”.

No entraré en la “benevolencia” del exministro hacia su oponente “por si la superioridad intelectual se considera machismo”, porque se comenta por sí misma, pero sí tomo lo de esa supuesta superioridad para negar absolutamente que allí apareciera el intelecto por ninguna parte.

El encuentro, al que llamar debate es una clamorosa falta de rigor, discurrió entre estrechos cajones construidos por los dos partidos para impedir que se escapara la más mínima idea interesante o novedosa, no fuera a ser que se vieran obligados a no decir lo que estaba en el guión. Volvieron a demostrar incapacidad y miedo, y una escandalosa falta de respeto por la audiencia de la radiotelevisión pública.

Un Cañete acartonado y lastrado por los papeles, trató de no dejarse ni uno sin leer, tuvo frente a él a una Valenciano más suelta y hábil argumentando, pero mutilada también por ese pobre concepto del debate televisado que siguen mostrando los grandes partidos políticos.

En realidad, siguen teniendo un pobre concepto de la comunicación en general y la tele en particular. Siguen creyendo que lo importante es que se diga y se vea lo que quieren ellos que se diga y se vea, no lo que le interesa a los ciudadanos que es con lo que se ganarían nuestro respeto. Creen que por repetir un mensaje en la tele una y otra vez, terminaremos creyéndolo, y así gastan tiempo y energía en desprestigiarse cada vez más. Prefieren la pobreza frustrante de poner límites al tiempo y las palabras, a la riqueza creativa de dejar que fluyan las ideas y se expresen. Optan por la torpeza de ocultar y silenciar en lugar de desarrollar la habilidad de la transparencia y la cercanía que generan credibilidad y afecto social.

Aunque quizá no sea sólo torpeza ese común adorno de las élites de no ver la rentabilidad social de la verdad y la ética. Es posible que su incapacidad para entender esta idea sea más fruto de la necesidad de sobrevivir que de la ignorancia. Porque, naturalmente, la verdad sólo es rentable cuando no tienes nada que ocultar.

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