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Buzón de voz

Si no está roto, no lo arregles

Lo recuerda el profesor de ciencia política José Ignacio Torreblanca en su último y recomendable ensayo, titulado "¿Quién gobierna en Europa? Reconstruir la democracia, recuperar la ciudadanía". Se trata de una conocida y pragmática expresión anglosajona: "If it ain't broken, don't fix it", es decir, "si no está roto, no lo arregles". Torreblanca la utiliza para explicar cómo durante las primeras décadas de integración europea nadie se preguntaba por la calidad democrática, puesto que todas las miradas estaban puestas en los beneficios económicos que esa integración aportaba a amplias capas de la ciudadanía. Hoy, seis años después de haber estallado la crisis, el mito europeo se difumina a los ojos de esa misma ciudadanía cuando comprueba que instituciones como el BCE o el Eurogrupo, no elegidas democráticamente, imponen decisiones a gobiernos sí elegidos que asumen recetas (prioritariamente beneficiosas para los poderes económicos y financieros) sin siquiera amagar con cualquier otra alternativa. Mientras todo iba aparentemente bien, apenas asomaban los avisos de que la arquitectura institucional del euro era defectuosa, sufría una especie de aluminosis. Ahora urge la recomposición del edificio, quizás desde los cimientos, antes de que se venga abajo.

Valdría perfectamente ese mismo dicho anglosajón para sugerir a la autoridad competente que no se esforzara en vender a los ciudadanos mensajes increíbles sobre la abdicación de Juan Carlos I en el príncipe Felipe, por mucho que los difundan y amplifiquen los numerosos palmeros mediáticos. "Si no está roto, no lo arregles". Empeñarse en contar, como este martes ha hecho Mariano Rajoy, que "estamos dando una magnífica imagen ante el mundo" por "la transparencia y la normalidad con que se está llevando a cabo la sucesión en la corona" es bastante absurdo. Por supuesto que sería mucho peor que anduviéramos a garrotazos como los que pintaba Goya, pero pretender que el resto del mundo observa el cambio como un "relevo generacional" concienzudamente preparado pese a contar con un monarca en muy buena forma y amado por su pueblo es un pelín exagerado. Si la institución no estaba rota, ninguna necesidad había de arreglarla.

Lo que se cuenta fuera

No hay más que repasar las principales cabeceras periodísticas internacionales para hacerse una idea de la actual Marca España en lo que se refiere a la abdicación. Desde Le Monde a Financial Times pasando por The New York Times o Der Spiegel han relacionado explícitamente el cambio con "la pérdida de credibilidad y popularidad" de la corona, "blanco de duras críticas, de una investigación penal y del ridículo público", y han repasado causas como "el desfalco de millones de euros" protagonizado por Iñaki Urdangarin, la implicación en el mismo de la infanta Cristina, el "escándalo de la caza de elefantes en Botsuana" o el origen de "una fortuna real estimada en 1.800 millones de euros", según el diario francés Le Monde.

Aquí había algo roto o muy deteriorado, y más valdría reconocerlo, o al menos no dar de comulgar con ruedas de molino. Este jueves se inaugura el reinado de Felipe VI con una promesa implícita de regeneración. Ya hemos insistido en que lo verdaderamente urgente es la 'reconstitución' democrática, más allá del legítimo debate monarquía/república que a menudo sirve para sacar a pasear los fantasmas del miedo al pasado en lugar de despejar las incertidumbres del futuro.

La gestión opaca y paternalista de la abdicación se ha llevado por delante también los restos del laureado consenso de la transición, logrado en buena parte por la fuerza del miedo al golpismo. Ni los problemas ni las circunstancias son comparables. Al margen de las verdades y mentiras, de las luces y las sombras de la transición, lo cierto es que España no afronta ahora el paso de una dictadura a una democracia, sino el reto de mejorar con urgencia la calidad, el funcionamiento y la representatividad de esta democracia, por sí misma y dentro de un marco europeo al que cabe exigir que ayude a resolver problemas en lugar de agravarlos.

La tentación de 'las tres R'

Puede que a algunos se les haya hecho largo y a otros demasiado corto, pero el domingo pasado, 15 de junio, se cumplieron 37 años de las primeras elecciones democráticas después de 36 años de dictadura. Es significativo que, casi cuatro décadas después, sigamos asistiendo a una generalizada y empalagosa adulación de la monarquía, y haya que buscar en las cabeceras extranjeras, en el territorio digital o en alguna gaceta humorística el análisis más crudo y sincero de la crisis institucional, de ese 'roto' que necesitaba un 'arreglo'. 

Una vez que pasen los emotivos discursos de este jueves, las recepciones multitudinarias, los desfiles, la agitación de banderas y los ágapes de palacio, quizás los apodados en la villa y corte como las tres R (el Rey, Rajoy y Rubalcaba) se queden muy satisfechos con el "deber cumplido" y con "la imagen de España ante el mundo". Algunos de sus asesores confiaban además en que el Mundial de fútbol mitigaría (sobre todo si España hubiera cumplido las expectativas) cualquier otra sombra de incertidumbre y relajaría el ambiente hasta después del verano. Difícil. No ya por la derrota fulminante en el Mundial, sino porque ni el paro ni la cuestión catalana ni otros 'rotos' pendientes desaparecerán.

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(Actualizado jueves a las 13,15 horas).

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