Muros sin Fronteras

¿Teoría de la conspiración o mediocridad?

La vida real no se mueve en periodos electorales de cuatro años. Ni empieza y acaba cuando los medios de comunicación decidimos que un conflicto es importante, que la pequeña historia cotidiana de unas personas merece conocerse. Vamos del país A al país B sin terminar de contar la película entera. Nos bastan diez minutos para hacernos una idea de la realidad. Luego vienen las sorpresas, los Bin Laden.

La canción se llama La voz de la libertad. Fue uno de los emblemas de la revuelta de la plaza Tahrir de El Cairo, la que acabó con el régimen dictatorial de Hosni Mubarak el 11 de febrero de 2011. Lo llamamos Primavera árabe. El Egipto laico, joven, moderno, el de las redes sociales nos fascinó tanto que creímos que esa minoría era la mayoría. Soñamos con otro país que no tenía nada que ver con el real, con el que latía bajo lo evidente. En Egipto solo hay dos partidos: los militares y los hermanos musulmanes; el resto es ficción.

Antes nos habíamos enamorado de Túnez, del pacífico derrocamiento de su dictador Ben Alí cuyo partido adscrito a la Internacional Socialista fue borrado de la memoria de todos los que lo compartieron. Después llegaron las primaveras de Yemen y Bahrain. Esta ya se torció un poco porque no necesitábamos cambio de régimen en un país que es sede de la V Flota de la Marina de EEUU y tiene petróleo.

En Bahrain hubo represión, mayor que en Egipto, pero por algún motivo milagroso apenas tuvo eco en los medios de comunicación occidentales. Bahrain es un país de mayoría chií con una dinastía real suní. Es una pieza importante en la guerra que mantienen suníes (léase Arabia Saudí) con los chiíes (léase Irán).

Después llegó Libia. Nadie creyó que aquellos incidentes aislados en Bengasi en febrero de 2011 pudieran acabar con Muammar el Gadafi. Ayudó mucho que la OTAN declarara una zona de exclusión aérea para proteger civiles, un eufemismo con el que ocultaba la verdadera intención: cambiar de régimen. A Occidente le gusta mucho jugar al Risk, cambiar Gobiernos, invadir países. Para jugar al Risk es necesario leerse muy bien las instrucciones que en el caso de la vida real se llaman Historia.

Después empezó Siria. Bashar el Asad es menos listo que Gadafi pero no está tan solo. Es la cabeza de una comunidad, los alauíes, que son una secta chií (recuerden la guerra entre Irán y Arabia Saudí) que representan más del 10% de la población de Siria. Pese a ser una minoría manejan el Ejército y la Administración. Si cae Asad cae toda la comunidad, sería una carnicería. El miedo al exterminio les mantiene unidos.

EEUU y sus aliados europeos, además de los árabes de Qatar y Arabia Saudí (suníes) decidieron apoyar a una incipiente oposición armada llamada Ejército Libre de Siria. Parecían moderados. Entre sus filas había mucho desertor suní del Ejército de Asad. Se les apoyó poco y mal y no pudieron derribar a Asad.

La guerra se empantanó. Del empate militar se definieron los bandos: los verdugos y las víctimas. El resultado de intervenir sin intervenir del todo son más de dos millones de refugiados y una pléyade de insurgencias, la mayoría radicales que se han comido a los moderados.

La principales de esas insurgencias es el ISIS que ahora avanza en Irak hacia Bagdad. Esta semana han tomado la principal refinería de petróleo del país en Baiji.

El Estado Islámico de Irak y el Levante (ISIS) nació en Irak después de la invasión. La presión militar de EEUU después de 2007 les obligó a pasar a la clandestinidad. La guerra de Siria les ha permitido regresar con fuerza. Los errores del Gobierno chií de Bagdad, el de Nuri al Maliki, han hecho el resto.

El secretario de Estado de EEUU, John Kerry, ha visitado esta semana Egipto e Irak. En El Cairo se reunió con el general Al Sisi, que es quien manda. Los militares egipcios están entrenados en EEUU. Es el segundo país de la zona que recibe más ayuda militar de EEUU después de Israel. Es difícil de creer que Washington no sabía nada de los planes golpistas de Al Sisi. Lo dejamos en una primavera ilusionante. Después hubo unas elecciones y sucedió lo que tenía que pasar: que ganaron los Hermanos Musulmanes, que era la única fuerza política con verdadera implantación.

Nos enamoramos del Egipto urbano, laico e izquierdista, pero la realidad era rural e islamista. Los Hermanos Musulmanes no fueron muy hábiles en el Gobierno y trataron de desmontar el poder militar. La confrontación era inevitable. Surgió Al Sisi, acabó con el Gobierno, encarceló a la cúpula de los Hermanos (ahora condenada a muerte) y regresamos a los tiempos de Mubarak, o quizá de antes.

Este mapa de Oriente Próximo, sin tener en cuenta el caso específico de los palestinos que merece otro artículo aparte, es la demostración de que las cosas no van bien. Hay dos hipótesis. Los amantes de las teorías de la conspiración ven una mano negra americana para controlar el petróleo y el gas de la región. Hay otra, que la torpeza y la mediocridad son motores de la política. Es posible que la realidad, esa desconocida, esté a mitad de camino.

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