Crisis en la eurozona

Salvar un euro fragmentado

Joseph E. Stiglitz

infoLibre publica en exclusiva en España esta tribuna del premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz. El texto original en inglés se publicó en el número 4 de la revista de opinión pública europea Queries.

Mientras valoramos los daños causados por los años de crisis y recesión en Europa que parece que finalmente va disipándose, se suspira con alivio al ver que la Eurozona no se ha fragmentado. Pero el retorno al crecimiento sigue estando muy lejos del retorno a la prosperidad. Al ritmo actual de recuperación, no se puede esperar ningún tipo de retorno a la normalidad hasta bien entrada la próxima década. Incluso Alemania, a menudo aclamado como el país con mayor éxito, ha experimentado un miserable crecimiento del 0,63 por ciento en los últimos 5 años –una tasa que en otras circunstancias se habría considerado un fracaso total–.

El euro no es un fin en sí mismo. Se suponía que sería el medio para conseguir una Europa más próspera y una mejora de los niveles de vida. En la Eurozona en su conjunto, los ingresos actuales se encuentran un 20% por debajo de lo que habrían estado, si hubiese continuado la tendencia de crecimiento que predominó en los años previos al euro. Se ha pedido a los europeos que hagan continuos sacrificios –salarios más bajos, beneficios más bajos, sistemas debilitados de protección social– todo en aras de salvar el euro.

Promover una agenda ambiciosa

Se necesita una agenda mucho más ambiciosa y diferente: es evidente que, en su forma actual, el euro está quebrantando el continente, sin embargo, permitir la disolución de la moneda sería sumamente costoso. Lo que se necesita, sobre todo, es una reforma fundamental en la estructura y en las políticas de la Eurozona. A estas alturas, se conocen perfectamente las medidas necesarias que deben impulsarse:

  • Una unión bancaria real, con una supervisión común, un seguro de depósitos común y un mecanismo de toma de decisiones común; sin todo esto, el dinero seguirá fluyendo de los países más débiles a los más fuertes.
  • Algún tipo de mutualización de la deuda, como pueden ser los eurobonos: con el ratio de deuda/PIB de Europa menor al de los EEUU, la Eurozona podría tomar prestado a tasas de interés reales negativas, tal como hace EEUU.
  • Políticas industriales que permitan a los países rezagados se pongan al mismo nivel que los otros. Las restricciones actuales prohíben dichas políticas por considerarlas como intervenciones inaceptables en los mercados libres.
  • Un banco central que no solo se centre en la inflación, sino también en el crecimiento, el empleo y la estabilidad financiera.
  • Reemplazar las políticas de austeridad que van en contra del crecimiento por políticas favorables al crecimiento centradas en la inversión en personas, tecnología e infraestructuras.
  • Un fondo de solidaridad para la estabilización –al igual que ha existido un fondo de solidaridad para ayudar a los nuevos países entrantes en la UE–.

Gran parte del diseño del euro refleja las doctrinas económicas neoliberales que predominaban en el momento en que se concibió la moneda única. Se pensaba que era necesario mantener una baja inflación y que ello sería casi suficiente para lograr crecimiento y estabilidad; que hacer que los bancos centrales fueran independientes era la única manera de garantizar la confianza en el sistema monetario; que niveles de deuda y de déficits bajos asegurarían la convergencia económica entre los países miembros; y que el flujo libre de dinero y de personas garantizaría la eficiencia y la estabilidad.

Doctrina erróneas

Cada una de estas doctrinas ha demostrado ser errónea. Por ejemplo, en parte porque se centraron erróneamente en la inflación en vez de en la fragilidad financiera y en parte debido a las presuposiciones ideológicas de que los mercados, por sí mismos, son siempre eficaces y que, por ello, la regulación se debería mantener al mínimo, los bancos centrales independientes, tanto en Europa como en Estados Unidos, presentaron un rendimiento mucho peor en el periodo previo a la crisis que los bancos menos independientes que se encuentran en algún mercado emergente líder.

España e Irlanda tenían superávit fiscal y unos ratios bajos de deuda/PIB antes de la crisis. La crisis fue la que causó los déficits y la deuda elevada, no al revés.

La libre circulación de personas, al igual que el libre flujo de dinero, parecía tener sentido. Pero a medida que el dinero abandonaba los bancos en los países afectados, el financiamiento se contrajo, una austeridad del sector privado que exacerbó la del sector público. Del mismo modo, la migración desde los países afectados por la crisis ha ido socavando las economías más débiles y dejó una carga fiscal cada vez más grande a los que se quedaron atrás.

Una devaluación interna –es decir, una rebaja de los salarios y de los precios internos– no es una medida sustitutiva de la flexibilidad del tipo de cambio. En realidad, existe una creciente preocupación con respecto a la deflación, la misma que aumenta el apalancamiento y la carga de los niveles de deuda, que ya son de por sí demasiado elevados.

La extrema austeridad que muchos países europeos han adoptado como consecuencia de la crisis ha sido prácticamente un golpe decisivo. Una recaída en la recesión y un aumento del desempleo son los terribles costes que hay que pagar por una ligera mejora en las balanzas por cuenta corriente –que en la mayoría de casos son mejores no tanto por el aumento de las exportaciones sino por la disminución de las importaciones–.

Alemania y algunos de los otros países del norte de Europa se han negado a ayudar a sus vecinos que luchan por salir de la crisis. Pero si continúan insistiendo en mantener las políticas actuales, ellos, junto con sus vecinos del sur, van a terminar pagando un precio mucho más elevado que si la Eurozona adopta el programa descrito más arriba.

El euro puede salvarse, pero se necesitará mucho más que refinados discursos afirmando que existe un compromiso con Europa. Si Alemania y otros países no están dispuestos a hacer lo que sea necesario –es decir, si no existe la suficiente solidaridad para lograr que las políticas funcionen– puede que se tenga que abandonar el euro en aras de salvar el proyecto europeo.

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Joseph Stiglitz es un economista norteamericano y catedrático de la Universidad de Columbia. Recibió el Premio Nobel de Economía y, además, es exvicepresidente y economista en jefe del Banco Mundial.

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