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El hábito de la desproporción

Hamás gobierna en la franja de Gaza, pero es una organización terrorista. Así lo considera la Unión Europea y Estados Unidos. Hamás comete y ha cometido crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad, torturas, asesinatos y secuestros según Amnistía Internacional o Human Rights Watch.

Hamás dispara con tecnología de última generación cohetes y misiles contra objetivos civiles en su vecina y sitiadora Israel. Hamás no esconde sus armas en búnkeres o centros militares sino en escuelas, hospitales o junto a gasolineras. Hamás utiliza sin disimulo la criminal táctica de colocar escudos humanos como barrera protectora de sus líderes y dirigentes.

Pero si Hamás es el mal, si su credo radical, su intolerante nacionalismo islámico, su forma de entender las relaciones entre los pueblos, nos resulta difícilmente soportable, ahí está Israel para darle oxígeno y por la vía de la sangrienta desproporción quitarle filo y hasta metal al alma criminal de su enemigo.

Gracias a Israel y su habitual política de responder con mares de sangre ajena las heridas que se le infieren, Hamás sigue teniendo aún cierto predicamento en Occidente, y en particular en Europa que no termina de interiorizar de qué hablamos cuando hablamos de ellos: quién es el agresor y quién la víctima.

Gran parte de la responsabilidad de lo que sucede en la Gaza de entreguerras es de Israel y su cerco militar y económico, real aunque se empeñen en negarlo. Pero quien gestiona los territorios, quien sacrifica el bienestar de su pueblo a su obsesión por la destrucción de Israel, quien rechaza cualquier diálogo que no pase por el exterminio de su adversario es el gobierno de Hamás.

Dicho lo cual, no hay más que observar atentamente el presente y repasar la historia para hacerse cargo de una realidad que sirve para volver a poner peor las cosas periódicamente: el hábito israelí de la desproporción. Que te ataquen con cohetes no justifica que mates a cuatro niños que juegan en un tejado, sobre todo cuando utilizas, y presumes de ello, sofisticado armamento de última generación. Que te ataquen con cohetes no te exime de responsabilidad criminal cuando tus batidas de caza y respuesta arramplan con todo lo que rodea a tu objetivo, su ecosistema vital sea civil, militar, escolar o ama de casa. Que te ataquen con cohetes no te da derecho a seguir arrebatando a la población de Gaza, la mitad de ellos niños, su futuro, su casa y sus familias.

Resulta inaceptable que un país que presume de tener los mejores servicios secretos del mundo, arrase un pueblo entero para castigar a los terroristas que les disparan; que un país que dice ser occidental y democrático, que se jacta de que los crímenes en su territorio sí se resuelven, “no como en Gaza”, se convierta en un régimen criminal cuando atraviesa la frontera.

La reiterada y una vez más evidente desproporción de la respuesta israelí quizá satisfaga a los menos escrupulosos y hasta atornille políticamente al gobierno de turno, en este caso a Netanyahu, pero nos sitúa de nuevo ante su desautorización moral como estado democrático e invita a una condena internacional contundente que aún no se ha producido y me temo que no se producirá más allá de algunas palabras sueltas y con la boca pequeña.

Es evidente que Hamás es un grupo terrorista y como tal tiene que ser combatido, pero la desproporción de la nueva operación israelí, los centenares de muertos que deja en el camino de esta última ofensiva no conseguirá acabar con el radicalismo y el dolor, ni traer más tranquilidad y paz al pueblo de Israel, más bien al contrario.

Lo que sí está consiguiendo es que vuelvan a difuminarse las fronteras entre democracia y terrorismo de modo que gran parte de la opinión pública mundial no tenga claro ante lo que estamos viendo cuál es la diferencia entre un Estado democrático que practica el terrorismo o un Estado terrorista supuestamente democrático.

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