Plaza Pública

¡Iceberg a proa!

Joan Boix

El viernes 25 de julio, festividad de Santiago el mayor, patrón de las Españas (para más inri), Jordi Pujol i Soley, hasta entonces “molt Honorable”, depuso una confesión tardía, victimista e hipócrita que cerraba de la peor manera su largo reinado sobre las conciencias, vidas y haciendas (porque no todo es “Madrid”) de los catalanes de estos últimos cuarenta años… Ese viernes, el Titanic del pujolismo, teóricamente insumergible, naufragó frente a las costas de Terranova, justo ahora que muchos avistan esa tierra nueva sobre la que desembarcar. El transatlántico presidencial no fue alcanzado por ningún torpedo de la pérfida armada castellana, sino que chocó de frente con unos cuantos millones de euros depositados en Andorra que probablemente no son más que la punta del iceberg contra la que se ha partido en dos el buque del armador de Convergència… Artur Mas, tan dado a las metáforas náuticas, debería revisar la historia del Titanic para no ser engullido por el remolino del naufragio. Y aunque ya sabemos que pedirá a la orquesta mediática que siga tocando hasta el naufragio final y el sacrificio propio de sus músicos, lo cierto es que la suerte está echada. Y esta vez de forma inapelable…

Para cualquier catalán que haya crecido bajo la omnipresente y obsesiva figura de Jordi Pujol, la confesión de que es un vulgar defraudador y probablemente un cómplice de la muy rumoreada pero siempre desmentida corrupción y enorme enriquecimiento de su núcleo familiar, supone un mazazo de primer orden. Como darse con un iceberg y caer al helado mar de la realidad. Porque hemos convivido hasta la náusea con la imagen del presidente austero, que seguía viviendo en su piso de General Mitre y que además, nos regañaba a todos como buen padre que era desde su enorme estatura (no pretendo hacer un mal chiste) y autoridad moral.

Jordi Pujol, ese padre de la patria catalana, el gran hacedor de nuestra Cataluña actual, no es que estuviera por encima del bien y el mal. Es que era el bien, la honestidad, la rectitud, el coraje cívico (ay, qué lejos y desdibujados quedan ahora “els fets del Palau” de la Música), la dignidad, el esfuerzo, el tesón, el sentido de Estado, la tozudez bien entendida y, por sobre todas las cosas, el caballero que, cual Sant Jordi, se enfrentaba a la bestia de la insidia “española”.

Baste recordar el archiconocido episodio de Banca Catalana para entender que Pujol era el destilado puro y último de la mejor Cataluña. Y atacar a Pujol, cosa que sólo podía hacerse por maldad, era atacar a Cataluña…

¿Y ahora qué, president? Ahora resulta que era verdad, que ni usted ni su conseller de Hacienda (¿Artur Mas se llamaba?) habían regularizado su “situación” con el fisco español (claro, esa hidra, “España nos roba”) y ambos invocan la memoria sagrada de sus progenitores para esconder sus miserias, de la misma forma que el archipresident se envolvió en la senyera y ocultó su doble moral y su desvergüenza…

La verdad: no hay palabras. Y ahora se despiertan las peores sospechas y casi tiene uno la tentación de afirmar que sí, que todo era verdad: décadas de robo y de comisiones, impunidad total, conciencia de estar por encima de la ley y de la justicia… Y no hay excusa posible ni redención que no pase por despojar al president Pujol, al ciudadano Pujol, de todos sus privilegios, títulos, honores y prebendas. Y que él y los suyos restituyan o entreguen la mayor parte de sus fortunas ocultas, todas si se puede…

No más lecciones ni más discursos ni más moralina, president. ¡Basta ya! Demasiados años de aguantar un doble lenguaje cínico (“español del año” en Madrid y “català de pedra picada” en Barcelona) que al final era la doble moral de su contabilidad familiar. ¡Cuántos años perdidos y cuántas cosas tiradas por la borda, arrojadas a las profundidades!

Ahora, hay quien se consuela con argumentos disparatados: España no era una democracia consolidada y Pujol hizo bien guardando “algo” de dinero por si tenía que exiliarse; no hay que dar dinero al enemigo (porque el lenguaje bélico copa parte muy significativa de la opinión publicada catalana); el president hace el sacrificio supremo y pretende salvar a sus hijos, aunque él sea totalmente inocente; los servicios secretos del Estado corrupto y policial lo han secuestrado y le han implantado un chip que le hace decir estas cosas… En fin, que estamos, entre una parte de los que participan del llamado “proceso” (denominación adecuada: cada día un poco más kafkiano todo) ante la fase final de la borrachera según la sabiduría popular: la negación de la evidencia…

Y si el fuera de juego de Mas, hijo también de padre evasor, resultó patético al inicio de la revelación de la calaña íntima de Pujol (“es un asunto privado”, y eso sin ingerir, se supone, alucinógenos), tampoco está mal la también doble moral de Esquerra Republicana de Catalunya, que niega cualquier comisión de investigación pero condena severamente al expresident.

En fin, y para resumir, que esto sí que es lo más significativo que ha pasado en mucho tiempo en Cataluña y que el oasis catalán se ha convertido definitivamente en un lodazal. Y que algunos, Pujol entre ellos, cuando hablaban de un Estado propio reclamaban la propiedad de un Estado. O a lo peor iba en serio ese disparate que hemos escuchado en boca de algún soberanista supuestamente ilustrado: que Cataluña podría ser la Suiza del Sur. Sí, claro está, o Andorra. Ya puestos a llevar el país como la botiga de la familia, mejor que la dimensión sea manejable…

Tras la indignación y una cierta estupefacción, porque muchos catalanes que nunca habían votado a Pujol creían en su sinceridad, en su mesianismo casi religioso, en su altura de miras, en su amor a la patria por encima de todas las cosas, en su profundo desprecio, en fin, por el dinero… Tras este trago, tras derribar el “todo por la patria” que hermanaba a Convergència Democràtica de Catalunya con la Benemérita, sólo queda despertar y que actúe la justicia (por más bajo sospecha que también ella se encuentre). Habrá que volver a la frase del Rey la noche del 23-F: “Tranquil, Jordi, tranquil”. La Trinca añadía “que es la Guardia Civil, tú tranquil”. Ahora sabemos que Jordi Pujol estaba tranquilo porque siempre había tenido la pasta a buen recaudo y lejos de indiscretos recaudadores. Y sospechamos que mientras construyó un país a su medida, se forró él y se forraron sus allegados… Eso sí, siempre, todo por Cataluña y para Cataluña. Es por eso que su dinero siempre se iba “nord enllà”… en busca de un horizonte mejor y, sobre todo, libre de impuestos… ___________________________________________

Joan Boix

es periodista

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