A la carga

El lío de las primarias socialistas

El legado que ha dejado Alfredo Pérez Rubalcaba tras su paso por la secretaría general del PSOE es tremendo. Y no me refiero sólo a que con él el partido socialista haya obtenido los peores resultados electorales desde la muerte de Franco, sino también a su incapacidad para elaborar un diagnóstico realista de los problemas de credibilidad que arrostra el PSOE. En lugar de afrontar esos problemas y establecer nuevos lazos con la ciudadanía y la sociedad civil, Rubalcaba prefirió rodearse de una guardia de burócratas grises, más atentos a lo que decían los medios sobre ellos que a las demandas de la ciudadanía. Cabe reconocer que, dada su trayectoria y su perfil ideológico, no era él la persona más indicada para renovar el partido, pero eso hace aún más inexplicable su obstinación por dirigir el PSOE en estos años de crisis económica y política.

Tras el batacazo de las elecciones europeas, un Rubalcaba muy presionado por algunas de las federaciones territoriales del partido decidió quitarse de en medio… no sin antes improvisar una irresponsable venganza cuyas consecuencias están aún por determinar.

Antes de la renuncia de Rubalcaba, el plan del partido consistía en celebrar unas primarias abiertas con el fin de elegir al candidato para las próximas elecciones generales. Se trataba de un paso importante, pues la participación ciudadana en dichas primarias impediría que fuera el aparato del partido el que determinara el resultado mediante sus maniobras habituales. Rubalcaba nunca ha sido favorable a las primarias (abiertas o cerradas), como quedó claro en 2011, cuando urdió una suerte de conspiración palaciega para forzar la suspensión de las mismas y quedar él como candidato único. Tras el anuncio de su dimisión hace unas semanas, se le ocurrió una solución que, por un lado, fastidiaba a las federaciones territoriales que más le habían empujado a abandonar el cargo (sobre todo la andaluza), y, por otro, dejaba las primarias en el limbo.

La jugada es bien conocida: Rubalcaba se reunió con Eduardo Madina y a continuación anunció, de manera unilateral y sin debate alguno en el seno del partido, un cambio sobrevenido en las reglas de la elección de la secretaría general. En lugar de elegirse mediante el voto de los compromisarios, el nuevo secretario general sería aquel que obtuviese un número mayor de votos de la militancia.

Esta reforma parece irreprochable, en la medida en que supone “democratizar” el congreso extraordinario en función del principio “un militante, un voto”. Una reforma, pues, acorde con los tiempos que corren y con la exigencia de introducción de mayor democracia interna en los partidos. ¿Quién puede objetar un cambio de procedimiento que dé protagonismo y voz a los militantes? El problema radica en que el método democrático ya se había aprobado para la elección del candidato, y con una dosis mayor, dado que se permitía también votar a aquellos que se registraran como simpatizantes del partido.

La doble legitimación democrática del secretario general y del candidato es algo insólito, que, por lo que yo sé, no se da en ningún partido político grande de los países desarrollados. No puede sino generar toda clase de disfuncionalidades. Por lo pronto, obliga al partido a gastar muchísimas energías en un proceso interno de renovación casi permanente. Militantes y dirigentes pueden acabar dedicando más tiempo a los procesos de renovación de personal que al debate político nacional. Asimismo, introduce una gran dosis de incertidumbre, ya que resulta muy difícil anticipar la línea del partido si hay un baile constante de cargos. Lógicamente, dicha incertidumbre será tanto más grave cuanta mayor sea la inestabilidad que genere el doble sistema de elección popular. La inestabilidad, de hecho, me parece que es el problema más grave de todos. ¿Qué sucede si se produce un choque entre un secretario general elegido por la militancia y un candidato elegido por la militancia más los simpatizantes? ¿Cómo resolver un conflicto de esta naturaleza? ¿Debe imponerse el candidato, por tener una base de apoyo más amplia, o debe prevalecer el secretario general, elegido por quienes de verdad encarnan el partido, que son los militantes?

Pachi Vázquez concurrirá a las primarias del PSOE para la alcaldía de Ourense

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Parece más razonable que haya una división natural del trabajo, con un secretario general orgánico, dedicado a tareas más burocráticas y de organización interna, y un candidato electoral seleccionado por primarias abiertas, con participación de militantes y simpatizantes. Al tener una legitimidad distinta en cada caso, sería más sencillo resolver los conflictos. La apelación al mandato popular quedaría únicamente en manos del candidato electoral.

En el PSOE parece haber cierta conciencia de que han entrado en un laberinto decisorio (o que el anterior secretario general les ha metido en un lío). No puede negarse que muchas de las dudas acerca de la conveniencia de las primarias responden a razones auto-interesadas de candidatos que preferirían no tener que pasar por una elección popular para representar al partido, pero no cabe descartar que también haya argumentos sustantivos, dignos de atención, sobre el sinsentido de combinar una doble autoridad popular en la dirección del partido.

El nuevo secretario general, Pedro Sánchez, el mismo elegido por el censo de militantes, se enfrenta ahora a un dilema extremadamente difícil. Ha recibido una herencia envenenada que le costará mucho gestionar. Si suspende las primarias o las organiza de tal modo que le favorezcan a él y le coloquen en posición ganadora, se granjeará la reprobación de todos aquellos ciudadanos que reclaman mayor participación democrática en la vida interna de los partidos, contribuyendo de esta manera a agravar algunos de los problemas de credibilidad del PSOE; pero si las celebra, puede dar lugar a un ciclo interminable de conflictos internos en el partido, con renovación constante de sus caras visibles, que haga del PSOE un partido fundamentalmente preocupado por su vida orgánica, incapaz de atraer al electorado que necesita para volver a ganar unas elecciones.

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