Muros sin Fronteras

Inmigrantes sin voz

Muere el religioso Miguel Pajares a causa del virus del ébola y llegan a España decenas de inmigrantes por mar y a través de la valla de Melilla. No son noticias relacionadas, ni existe una causa y un efecto. Solo son dos frases, una detrás de la otra. Quizá sea también una provocación. ¿Mía o del Ministerio de Interior que ya se moviliza? Como escribía en el texto de la semana anterior, dedicado a la epidemia en sí, solo nos interesan las cosas de África si afectan al hombre blanco.

Cuando las enfermedades nos amenazan es cuando surgen las medicinas, las vacunas, la prevención. ¿Solo hay negocio cuando mueren hombres blancos? ¿Solo hay negocio con las medicinas caras y no con las accesibles a millones? Repuesta. Es un debate ético que casi nadie plantea. El efecto llamada está en el abismo entre los dos mundos y la inmoralidad de las relaciones internacionales. Este vídeo es un poco largo, pero está bien para situarnos en el contexto.

Somos reduccionistas, en el ébola y en la inmigración: nos dejamos intoxicar, manejamos cifras exageradas, recurrimos a la hemeroteca: “Es la mayor oleada desde 2010”. Especulamos sobre sus motivos: “El buen tiempo favorece el aumento de pateras”. ¿Y las personas? ¿Nadie se interesa por las personas, por las vidas de las que quieren escapar? 

Regresamos narrativamente al padre Pajares y a muchos de los misioneros y misioneras que trabajan en el Tercer Mundo. Ellos sí hacen esa labor de preguntar, de compartir, de estar con ellos. Me gusta la gente que siente, la que se entrega a los demás sea cual sea su ideario y disfraz.

Estos curas y monjas, y los miles de voluntarios de las ONG, son lo mejor que tenemos, la cara ejemplar de este mundo egoísta que no ve personas, solo estadísticas y negocio sin reglas ni salarios mínimos ni sindicatos, sea petróleo, oro, coltan, germanio, madera, pesca o cualquiera de los minerales que hacen funcionar nuestras máquinas. La extorsión y la injusticia es lo que hace funcionar al sistema.

Y estamos también los periodistas, atentos siempre al titular llamativo. "Good news, no news", reza el dicho, pero hay "good news" que merecerían ser atendidas.

Las Áfricas no son solo varias en su diversidad cultural e histórica, lo son también en su desarrollo. Convive la región del Sahel en una hambruna de baja intensidad que se hace visible en las épocas de sequía con países como Ghana, en los que ha surgido una clase media, impensable hace años.

Son miles los africanos que salieron de sus países para estudiar en el Reino Unido, Francia, Bélgica, Alemania o España y ahora regresan esperanzados por poder abrirse un porvenir. Ya no aprovechan los estudios en Europa para quedarse en Europa. Hay motores de esperanza también en los que convendría trabajar para que nada descarrile, deberíamos cambiar la caridad por cooperación. El caso de España es dramático: los recortes han arruinado el trabajo de décadas de la agencia española de cooperación, la AECID, y ha afectado ONG y órdenes religiosas.

Los misioneros viajan al país que les tocó en suerte imbuidos de su fe

, de las normas de la iglesia y sus superiores, dispuestos a convertir, y los primeros convertidos son ellos, aparcan la evangelización fácil y se ponen a ayudar. Los hay ejemplares. Solo mencionaré tres casos: Quique Figueredo por su trabajo con los amputados en Camboya; Chema Caballero por su trabajo con los menores soldado en Sierra Leona y José Carlos Rodríguez Soto, por su trabajo en favor de la paz en el norte de Uganda. Los dos últimos ya no son curas, pero siguen teniendo ojos, siguen luchando por las personas. No verlo, nos empequeñece. No reconocer su trabajo, nos deshumaniza.

Las ONG te explican por qué un millar de inmigrantes cruza el Estrecho a la desesperada en pleno agosto

Bru Rovira, un extraordinario reportero catalán descarrilado de La Vanguardia, escribió un reportaje sobre inmigración en su sección Carreteras secundarias. Habló con un etíope que trabajaba en una cadena de montaje en Barcelona. El hombre era periodista, un trabajo imposible para él en el Primer Mundo. Cuando terminaron la conversación, el hombre le dijo que él debería escribir su propia historia y no Bru, que en la globalización les habíamos robado incluso la posibilidad de narrar sus propias vidas, de tener una voz.

Pienso en ese hombre y en la conmoción que le produjo a Rovira cada vez que veo imágenes de inmigrantes mudos cubiertos con una manta de la Cruz Roja, cada vez que veo la alegría dibujada en sus rostros por haber alcanzado el paraíso. Paraíso, pese a la crisis, es comer tres veces al día, tener la posibilidad (en esto sí uso la estadística) de vivir el doble y mejor. Las migajas que caen de nuestras mesas son los manjares de ellos.

Hablamos de mafias, que existen, que se lucran subiéndoles a pateras y lanzándoles a una travesía incierta y peligrosa, pero nunca hablamos de las mafias que se lucran aquí con el trabajo esclavo, clandestino, el que hace funcionar el chiringuito del progreso, nuestro chiringuito.

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