El vídeo de la semana

No deja de sonar la música aunque se baje el volumen

Como ciudadano celebraría con regocijo que el jefe del Gobierno de mi país me dijera cómo demonios piensa resolver lo de Cataluña. No porque lo espere. Tampoco porque crea que tiene la cintura y la visión política que en esta tesitura sería necesario. Ni siquiera porque sea su obligación. Simplemente estaría encantado de que contara a la ciudadanía de qué habla cuando dice que tiene un plan y si ese plan es tan sólo acudir al Tribunal Constitucional para que detenga la consulta, o es que en Moncloa están trabajando de verdad para encontrar una salida a esta complicadísima situación.

Algún indocumentado o alguien con mala baba, o las dos cosas, podría pensar que:

A) El plan de Rajoy pasa por poner el ventilador delante de los Pujol y que el veneno de ese aire rebajara o hasta anulara la euforia nacionalista. Las palabras atribuidas a su asesor Moragas sobre lo importante que sería que la ex nuera del molt honorable siguiera largando, “si lo contases todo salvarías España”, evidencian que el entorno del presidente establece una interesante relación directa entre la mentira fiscal del clan y el desinfle de la euforia nacionalista. Vamos, casi parece que piensan que si Pujol se hunde, su caída arrastra el independentismo.

B) Que el señor Rajoy espera que sea Europa del zumosol la que se ponga gallito ante el nacionalismo catalán, a la vista de que se empieza por Escocia, se sigue por Cataluña y en unos años más de crisis y desencanto se rompe el continente desde los bordes hacia el interior.

C) Que el plan oculto pase por sentarse a esperar que Mas se ahogue en su propia contradicción, se pierda definitivamente en el laberinto en que se metió y del que, acaso piense Rajoy, el president sólo va a poder salir rompiendo o robando la baraja que él mismo repartió con entusiasmo.

D) Y luego está lo del Constitucional que se supone detendrá la consulta, o incluso, ya puestos en una situación de desobediencia extrema, acudir a la vía penal acusando a los promotores de prevaricar o desobedecer.

La política ficción daría para mucho, pero probablemente quien esto escribe no sería capaz de acertar en su vaticinio. Sí se me antoja en cambio tremendamente peligroso que no lo haga quien o quienes han sido mandatados para gestionar la política, que es mucho más que ganar unas elecciones, publicar decretos e interpretar estadísticas.

Los gobiernos no tienen que solucionarnos los problemas a los ciudadanos, pero sí la obligación moral y legal de gestionar la cosa pública de manera que todos o al menos una gran mayoría podamos sentirnos escuchados y seguros.

Podemos especular, fabular, jugar o ironizar con la inacción o la insolvencia del gobierno o los gobiernos, pero el no hacer bien su trabajo tiene muy serias, gravísimas consecuencias, y la Historia está llena de lecciones en esa dirección.

Quien no vea que la movilización del jueves pasado, festiva, pacífica, ciudadana, es la expresión de una sociedad que reclama lo que considera suyo por equivocada que pueda estar, es que tiene dificultades para entender la realidad y no está, por tanto, capacitado para actuar sobre ella.

Duran acusa a Junqueras de romper con la unidad al apostar por la desobediencia

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Algo tiene que cambiar en la actitud del gobierno hacia este movimiento que no se va a detener ni siquiera amortiguar ni con la corrupción de históricos dirigentes, ni con la acción decidida de los tribunales de justicia, ni siquiera –me temo– con la aclaración de algunas manipulaciones históricas no menores y evidentes. Lo que pasa en Cataluña, lo que vive y siente gran parte de la población catalana que está convencida de que el futuro mejor al que aspira está fuera de España, tiene un origen, unas causas y unas consecuencias que no deben ser abordadas con recetas simples o lineales: no va a dejar de sonar la música aunque se baje el volumen.

Por eso me gustaría saber, como ciudadano primero y como permanente aspirante a atento observador después, qué piensa hacer el presidente del gobierno de mi país.

Es la hora de la política, de la imaginación y del sentido de la historia. No es tiempo de carril, silencio e inoperancia. Sería terrible que ante lo que está pasando el gobierno se tomara en serio utilizar las recetas más arriba apuntadas. Terrible.

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