Buzón de voz

Rajoy se va a la China

La ventaja de tener unos principios políticos tan asentados como los tiene Mariano Rajoy es que le deben permitir coger el sueño de un bebé sin cólicos y bien alimentado. Con esos principios se puede incluso viajar a China dejando en casa un ministro de Justicia dimitido y la incertidumbre de no saber a qué hora un Gobierno autonómico convocará una consulta por la independencia. Esos principios pueden adaptarse a cualquier coyuntura por compleja que sea. Ni siquiera hace falta haber estudiado mucha teoría política, ni filosofía ni ética. Basta con haber hojeado el refranero. Por resumirlo en un sentido barojiano, la armadura ideológica de Rajoy oscila entre “lo que sea costumbre” y “lo que manden”, sin olvidar un solo momento lo que el gurú Pedro Arriola vaticine que inclinará el voto del electorado conservador.

Un par de ejemplos calientes sirven para comprender el riesgo que el ejercicio de estos principios supone (para los demás) en términos democráticos.

La ruptura de España

Supongamos que Rajoy no hubiera impulsado, apoyado u ordenado la estrategia del PP contra la reforma del Estatut. Aquí se ha impuesto el relato de que todo lo que ocurre hoy en Cataluña tiene como origen el compromiso de Zapatero con Maragall de aceptar “cualquier reforma que salga del Parlament”. Hay un relato alternativo. Porque el PP no sólo recurrió (lo cual es perfectamente legítimo) ante el Tribunal Constitucional el texto del Estatut pese al “cepillado” que se le aplicó en el Congreso, sino que Federico Trillo se encargó de recusar además al magistrado Pérez Tremps y de maniobrar por tierra, mar y aire para que el llamado 'trío de la Maestranza' acordara una sentencia que reconvertía el Estatut final en una soberana chapuza. Soberana porque además se ejecutó después de que el texto hubiera sido aprobado por los catalanes en referéndum (legal, por supuesto).

Más allá de las tácticas del independentismo para llevar el ascua a su sardina, lo cierto es que sin aquellos barros no pisaríamos ahora estos lodos. Porque aquella operación en la que sí coincidían por completo Rajoy y Trillo y Aguirre y Aznar y Gallardón supuso la puntilla del desprestigio del TC y un agujero negro en la confianza en España entre los catalanes no soberanistas. Y estuvo aliñada (en coherencia con las trabas que también se colocaron al proceso para el fin de ETA) con aquel discurso de “se rompe España”. En el núcleo duro de Rajoy siempre se ha pensado que la tensión con los nacionalismos no sólo engorda al nacionalismo catalán o al vasco, sino también al nacionalismo español. Lo cual se traduce en los cálculos de Arriola en votos para el PP en todo el Estado.

¿Alguien es capaz de imaginar qué estaría diciendo el PP si a estas horas un presidente de Gobierno de otro partido volara hacia China con la Generalitat a punto de convocar una consulta independentista y el 70% de los ayuntamientos catalanes aprobando mociones a favor de la consulta?

Todo controlado. A Rajoy no le mueven la agenda. Ni Mas ni menos. Esta vez el PP no ve el más mínimo riesgo de ruptura de España porque se trata de aplicar la ley. Y punto. Para eso ha estado trabajando a destajo el ministro de Justicia Alberto Ruiz-Gallardón con los máximos expertos de la cosa. ¿Que dimite ese ministro de Justicia? Se nombra de inmediato para el puesto al secretario de Estado de Infraestructuras, y mientras Rajoy va y vuelve de China y hasta que el número dos de Fomento pueda tomar posesión como número uno de Justicia, ya se encarga de coordinar la respuesta a Cataluña quien coordina otros mil quinientos asuntos: la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría.

La contrarreforma del aborto

La retirada de la contrarreforma del aborto que ha provocado la dimisión de Gallardón es otro ejemplo diáfano de los principios y valores de Mariano Rajoy (y del propio Gallardón). Es posible que sin la lucha de las mujeres, de los movimientos feministas y de los grupos de oposición que han mantenido durante más de dos años la protesta contra una ley retrógrada, el Gobierno no habría aparcado el proyecto. Es lógico que muchas mujeres que conocen lo que supone la pérdida de derechos entiendan como una victoria esa retirada de la ley. Y como una clara derrota del PP.

Pero además cabe otra lectura que tiene todo que ver con esos principios “tan flexibles como un chicle” (en expresión de Almudena Grandes). Rajoy, que obviamente dio luz verde y presidió el consejo de ministros donde se aprobó el anteproyecto de esa contrarreforma, no la retira por un ataque repentino de lucidez feminista o por ganas de fastidiar a los obispos, sino por puro cálculo electoral. Del mismo modo que en su día dirigentes del PP se manifestaban contra la ley de plazos en la madrileña plaza de Colón del brazo de organizaciones ultracatólicas, ahora no les supone ningún empacho (a los mismos) descubrir que la 'ley Gallardón' no genera “consenso”.

El consejo de ministros que aprobó esa contrarreforma sabía perfectamente que no era una reclamación popular, ni siquiera un compromiso explícito del programa electoral, pero tiene razón Gallardón cuando señala que él no se inventó la cosa, sino que cumplía un encargo “del partido” coherente con el recurso de inconstitucionalidad presentado (por Trillo, claro) en 2010 contra la ley de plazos. Entonces sí se trataba de una cuestión “de valores”. Convertibles en votos del ala más conservador y católico practicante del electorado. En algunos círculos del mundo judicial tampoco se descarta que la retirada del proyecto sea sólo el preludio de una sentencia del TC que recorte la ley de plazos

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En cuanto a los principios de Gallardón, cuesta comprar su mercancía, pese a que engrosa ya la larga lista de víctimas del 'método Rajoy' de finiquitar la carrera política de sus íntimos adversarios. Si hace una semana se negaba a comentar la posible retirada de su ley con el argumento de que lo haría una vez superada la tensión sobre la consulta soberanista catalana, parece pronto para considerar que esa tensión está superada. Más bien crece.

Narra José Carlos Mainer en su biografía de Pío Baroja aquella vergonzante presencia del escritor vasco en Salamanca, el día 6 de enero de 1938, enredado por Eugenio D'Ors (y por sus propios miedos o cobardías). Se trataba de la pomposa fundación de una especie de Academia de las Academias, a mayor gloria de los franquistas, y a don Pío le daban a elegir entre prometer o jurar en honor de (entre otros entes) “el Ángel Custodio, la Catolicidad y el Caudillo”. Hay dos versiones. La primera sostiene que Baroja dijo “lo que sea costumbre”, y la segunda (más documentada) que el escritor murmuró: “lo que manden”.

En el caso de Rajoy, “lo que manden” ha sido el principio fundamental en política económica. En el resto se guía más por el cálculo electoral. Como es costumbre.

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