Nacido en los 50

Luchando contra el populismo, por fin

El Gran Wyoming

La recurrida estrategia de “Yo o el caos” que se tacha de antidemocrática cuando la usa el rival, es de obligado uso y de gran legitimidad cuando uno se ve con un pie fuera de las instituciones. Así, cuando se habla del fin del bipartidismo, da la impresión de que lo que se está produciendo es, más bien, una nueva definición, una reconversión del mismo al elaborarse un discurso único sostenido por los dos partidos que se alternaban en el poder frente a la sorprendente posibilidad de que Podemos continúe con su curva ascendente, lo que llaman los técnicos “tendencia”, y termine ganando las encuestas en todos los órdenes, incluso después de pasar por la cocina de datos. De nuevo dos bloques: los constitucionalistas democráticos a un lado, y los populistas, así etiquetados por los primeros, en el otro. Es el nuevo bipartidismo.

Resulta triste que ambos partidos, PP y PSOE, reaccionen con el mismo discurso ante este fenómeno que, como decía el Manifiesto Comunista, se ha convertido en un fantasma contra el que “se han conjurado en santa jauría todas la potencias de la vieja Europa...”

Por primera vez los dos principales partidos, antes antagónicos e irreconciliables en sus apariciones públicas, llevan a cabo declaraciones intercambiables ante el mismo fenómeno, y frente a la acusación de formar una casta que con discursos diferentes desarrollan las mismas políticas económicas, han reaccionado unificando también sus discursos. El enemigo, o el rival, como a ellos les gusta decir, del PSOE ya no es el PP ni viceversa. Entienden que hay un auge del populismo que es mucho más peligroso que cualquier otra opción y definen esta novedad como una carga de profundidad en los cimientos del propio Sistema que puede llevarse por delante la democracia y la libertad. Lo malo es que ya no está el rey Juan Carlos para salvarnos de tamaña catástrofe como hizo en el 23-F.

El problema, por más que se empeñen en convencer de que su discurso es prosistema y legítimo, no está en el carácter presuntamente populista de Podemos, sino en la ideología que subyace en ese populismo, es decir, es un populismo de la peor especie. A diferencia de los de extrema derecha, inadmisible. No hemos visto reaccionar con la misma virulencia a estos bloques ni aquí ni en el resto de Europa ante el crecimiento de los otros populismos que sí son manifiestamente enemigos de la democracia, de la igualdad de oportunidades, racistas y contrarios a los Derechos Humanos. Se hacen discursos políticos, declaraciones de intenciones, pero nada de enfrentamiento real, de acciones efectivas en defensa de la libertad y la democracia. Se aceptan como un mal inevitable e incluso se gobierna en coalición con ellos cuando hace falta y, en lugar de llamarlos por su nombre, neofascistas en el mejor de los casos, o herederos de los colaboracionistas nazis de la Segunda Guerra Mundial, como les gusta autoproclamarse a otros, se les etiqueta como “liberales”, tal es el caso de los holandeses, austriacos o suizos, que tenían en su cartel electoral a ovejitas echando a patadas del redil a la oveja negra. Racistas puros y duros.

¿Liberales de qué? Qué aberración, qué usurpación del termino, qué revisión involucionista de la historia. Los liberales eran, precisamente, la vanguardia revolucionaria del siglo XIX.

El paradigma de esta aberración lo ejemplifica Svodoba en Ucrania, que tiene nada más y nada menos que un viceprimer ministro y tres ministros en un gobierno apoyado fervientemente por la UE. ¿Hablamos de populismos? A pesar de no ser miembro de la UE, la Comisión Europea no ha dudado en salir en su ayuda ofreciendo a ese gobierno 11.000 millones de euros, esos que cuando estábamos con el agua al cuello nos negaron aduciendo que el BCE no era un centro asistencial, a nosotros, que sí somos socios, amiguetes.

Cuando por fin nos llegó la ayuda fue condicionada a que se empleara en rescatar a la banca y con la exigencia de llevar a cabo “reformas estructurales profundas” que se tradujeron, fundamentalmente, en los ya conocidos recortes en sanidad, educación, pensiones, reducción de inversión pública, abolición de servicios imprescindibles y en la ovacionada reforma laboral que sólo ha traído destrucción de empleo y precariedad además de laminar los derechos de los trabajadores, así por lo sencillo.

Nada les han exigido a estos señores nazis de Ucrania. Su exlíder Alexander Muzychko [asesinado en marzo de este año] zarandea y golpea a la máxima autoridad judicial de Rovno delante de las cámaras, sin cortarse un pelo, reteniéndole por la fuerza en su despacho, en una clara demostración de lo que significa para ellos la división de poderes; o en otra democrática acción colocando su kaláshnikov y una pistola encima de la mesa de un parlamento local desafiando a los presentes a quitarle las armas para imponer sus argumentos; o cuando otros de sus cachorros entraron en el despacho del responsable de la televisión pública y a golpes le obligaron a firmar su dimisión. Nazis con uniformes de camuflaje imponiendo su voluntad a hostias, nuestros aliados, nuestros “extravagant friends” que diría Aznar, formando parte de un gobierno proveniente de un golpe de estado y financiado por la UE. Así es, os recomiendo la visión de estas acciones en YouTube. No me ha llegado el eco de un debate encendido en la cámara de nuestros eurodiputados, imprescindible, inaplazable calificando de intolerable y de innegociable nuestra alianza mientras persista esa peste en las instituciones “democráticas” de aquel país, del que nos enteramos gracias a internet de cómo está el patio porque lo que nos venden los medios de comunicación es que son los buenos de la película.

“En el mal sentido, PP y PSOE han sido infinitamente más populistas que Podemos”

“En el mal sentido, PP y PSOE han sido infinitamente más populistas que Podemos”

Ahora llega la era de luchar contra el populismo de Podemos, y esa consigna de tacharlo de “movimiento semiautoritario y desestabilizador que acabará con todo” se acepta por los otros dos partidos con vocación de gobierno sin pestañear, así como la tormenta descalificadora que emprenden contra ese mal que florece en las crisis. A mí esta lucha contra el populismo me resulta tan legítima como el liderazgo que pretenden asumir Esperanza Aguirre y Rajoy contra la corrupción. Tuvieron ocasión de enfrentarse al populismo antidemocrático: no lo hicieron, eso sí, se escandalizaron.

Ya que no hacen distinciones, podrían empezar por exigir a “los otros populismos” los métodos democráticos que emplea Podemos en la elección de sus representantes y la elaboración de sus propuestas, en lugar de imponerlas con las armas en la mano como hacen esos señores integrados y subvencionados por la autoridad europea competente. Así, los detractores de esta erupción política que se ha producido en España aprenderían a ver ligeras diferencias entre unos y otros, precisamente ellos que se quejan de la generalización que supone ser incluido en el término casta, mientras meten a los demás en el saco de los fascistas y los nazis.

Una propuesta sencilla: Impedir el acceso a las instituciones a los partidos o movimientos que no respeten la Declaración Universal de Derechos Humanos. Claro que si nos ponemos así: ¿Qué hacemos con el ministro del Interior? Pues dejarlo en su sitio porque pertenece a las fuerzas políticas sensatas y alejadas de los planteamientos irrealizables y demagógicos.

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