Plaza Pública

El Dr. Mukwege y su lucha

Elena Valenciano

El próximo miércoles 26 de noviembre tendrá lugar en Estrasburgo la ceremonia de entrega del Premio Sájarov 2014 del Parlamento Europeo. Hace días que se conoció la identidad del premiado, el ginecólogo congoleño Denis Mukwege, y por tanto, esta cita no viene acompañada de la expectación y el carácter noticioso que atraen, como es lógico, la atención de los medios de comunicación.

Sin embargo, la importancia y relevancia de ese momento y de lo que significa, y el deseo de que cuente con la mayor repercusión posible, me han persuadido de la idoneidad de trasladar, a través de estas líneas, una breve muestra de la impresionante historia del Dr. Mukewge, de su lucha y de su causa..., de las razones que me empujaron en septiembre pasado a proponer su candidatura y que, asumida y defendida por el grupo de los socialdemócratas (S&D), ha sido finalmente la galardonada.

El Dr. Mukwege, un ginecólogo de la República Democrática del Congo (RDC), tiene 59 años, y lleva 25 años trabajando en la región del Kivu, una de las regiones de África más castigadas por la violencia. Desde 1996 desempeña su labor en el Hospital Panzi, que él mismo fundó en Bukavu, donde se ha especializado en el tratamiento de mujeres que han sido víctimas de violaciones, a menudo, colectivas a manos de grupos armados.

A lo largo de estos años, más de 40.000 mujeres han sido atendidas –algunas de ellas en más de una ocasión– por él y su equipo. Él mismo se ha convertido en referente mundial de la reconstrucción interna que requieren los órganos sexuales de estas mujeres ante la extrema violencia con que han sido violadas.

Trabaja 18 horas al día para realizar hasta 10 intervenciones en una jornada. Se enfrenta cada día ante la peor cara que puede ofrecer el ser humano. Muchas de las víctimas que trata quedan incapacitadas de por vida para tener hijos. Una de cada cinco es infectada por su agresor con el virus del sida, a menudo a propósito, para convertirla en un arma contra su parejas. Las niñas y niños que son violados sufren después del rechazo y la marginación de su comunidad, lo que les lleva a menudo a caer en manos de reclutadores de niños-soldado que les obligan a cometer las mismas atrocidades de las que fueron víctimas.

Son las terribles caras de un fenómeno, la violencia sexual contra las mujeres como arma de guerra, ante el que la comunidad internacional parece indolente. Muy lejos de haber avanzado en su lucha, desde que el Consejo de Seguridad de NNUU aprobara su resolución 1820 en 2008, su práctica parece incluso estar en aumento.

Es la dramática realidad que un excomandante de las fuerzas de paz de la ONU en el este del Congo resumía en la siguiente afirmación: "En un conflicto armado, hoy es probablemente más peligroso ser una mujer que ser un soldado".

En la RDC, en Sudán, ahora también en el territorio que controla el Estado Islámico... son las mujeres y niñas quienes cargan en su propio cuerpo la marca de la violencia y la destrucción, daños –no sólo físicos, también morales, sociales, económicos– cuyas consecuencias se sufren durante toda una vida e incluso generaciones. La mujer es utilizada de forma sistemática como objetivo porque su destrucción es la vía más potente y duradera de destruir una comunidad.

Contra ello lleva enfrentándose durante décadas el Dr. Mukwege en la RDC, uno de los peores países del mundo donde ser mujer. Se calcula que más de 1.000 mujeres son violadas cada día. Sólo un 2% de ellas decide perseguir a su agresor.

Frente a este horror, la labor del Dr. Mukwege va más allá del tratamiento estrictamente médico de las víctimas –de esas mujeres, niñas, niños e incluso bebés–. También transmite sus conocimientos a otros colegas, y sobre todo, lidera una labor crucial para la reintegración social y moral de las víctimas en su sociedad y para la concienciación internacional.

Alzó su voz para combatir el horror del que es testigo a diario y casi le costó la vida. Por denunciar la impunidad con que en su país se producen violaciones en masa ante la pasividad de la comunidad internacional y del Gobierno congoleño, el Dr. Mukwege fue atacado en su casa, donde sus hijas fueron secuestradas, y donde los disparos dirigidos contra él acabaron con la vida de su guardaespaldas. Hoy, no contando con protección del Gobierno, vive recluido en su propio hospital.

Hay multitud de razones por las que el mundo, nuestras sociedades, deben conocer la historia del Dr. Mukwege, la historia de un hombre volcado en ayudar a las mujeres.

Hablar del Dr. Mukwege es atraer la atención sobre un conflicto, el de la región de los Kivus, que se alarga sine díe ante una silente comunidad internacional que parece primar otros intereses no confesados pero por todos conocidos. Es atraer la mirada sobre África, siempre olvidada, y los múltiples conflictos que la recorren.

Hablar del Dr. Mukwege es poner el foco en todos aquellos que luchan contra la violencia sexual en los conflictos, una causa de humanidad que lleva demasiado tiempo desatendida.

Hablar del Dr. Mukwege es denunciar con un enorme altavoz la terrible realidad de desigualdad y vulnerabilidad que sufren las mujeres en todo el mundo, y reclamar una apuesta decidida por parte del conjunto de la comunidad internacional, empezando por los gobiernos e instituciones europeos para revertir de una vez esa situación.

Si a algo debe aspirar el Parlamento Europeo al conceder el Premio Sájarov es precisamente a atraer la atención de nuestra sociedad sobre situaciones que, a pesar de su gravedad, pasan a menudo desapercibidas, desatendidas. En esa tarea, indudablemente, los medios de comunicación tienen un papel principal e imprescindible.

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* Elena Valenciano es eurodiputada socialista y presidenta de la Elena ValencianoComisión de Derechos Humanos del Parlamento Europeo

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