Plaza Pública

¿Se han ahogado las ideologías?

Marc Pallarès

Uno de los aspectos que más llamó la atención cuando Podemos irrumpió en el panorama mediático fue su negativa a adscribirse a ninguno de los lados del eje ideológico. En los debates televisivos, por mucho que se insistiera, la precisión de la pregunta sobre dónde se ubicaba Podemos nunca incomodó a sus representantes. Entre sonrisas cavernosas de sus compañeros de tertulia (que no intuían el éxito electoral que la formación iba a tener), Pablo Iglesias no cambiaba el discurso de la no pertenencia a ninguno de los dos lados, y el hábil Errejón tenía muy claro lo que debía transmitir: su proyecto intentaba negociar un intercambio salvador con las personas más perjudicadas por la crisis, o con aquellas que estaban cabreadas.

Pero la estrategia no descubrió nada nuevo, se limitó a recoger una crisis ideológica que inunda a una parte de Europa, y se recondujo con pericia hacia la dualidad “los de arriba contra los de abajo”. ¿Se han ahogado definitivamente las ideologías? ¿Ya no existen? No resulta sencillo responder a estas preguntas. A pesar de algunos paréntesis, como la primera legislatura de Zapatero, la adhesión de las socialdemocracias europeas a postulados liberales viene de principio de los 90. Desde entonces, sus diferencias “reales” con la derecha se han ido evaporando gradualmente. La cogestión del Parlamento Europeo puede servir como ejemplo: el reparto de cargos entre socialdemócratas y conservadores así lo pone de manifiesto, y la socialdemocracia ha colaborado en la vertebración de las políticas liberales, dejándolas bien explícitas en los tratados europeos.

Hemos tenido, por lo tanto, una derecha moral totalmente aliada con la derecha económica y social. Y, por el contrario, una izquierda amoral que ha demostrado ser la condición ideológica de la derecha económica en su versión más cruda.

En medio de este panorama, no es de extrañar que unos días antes de las elecciones federales alemanas del 2013 Olivier Cyran publicase en diferentes medios un artículo con un título muy revelador: En Alemania, la patronal vota a la derecha, pero se congracia con la izquierda. pero se congracia con la izquierda

Y, con este caos ideológico imperante, en Francia el Frente Nacional oscila entre propuestas del todo contradictorias: en París Marine Le Pen pide la reducción de inmigrantes a la vez que en zonas como Lot-et-Garonne los agricultores que militan en su partido exigen con vehemencia mano de obra inmigrante. Y no es un caso aislado, en Holanda y en Austria la ausencia de ambición de la izquierda, o su incapacidad para plasmarla en un proyecto político, han llevado a la extrema derecha a apropiarse de una parte de sus ideas más prometedoras (hay que decir que, entonces, todo queda a cuenta y riesgo de que esta ultraderecha module con su contundencia, su aspereza y sus obcecaciones nacionales estas ideas). Se trata de una ultraderecha que se postula en el “de izquierdas en el trabajo, de derechas en los valores”; incluso llega a propugnar sistemas anticapitalistas que rechazan el liberalismo. Así, en este contexto, quedan situados en la izquierda quienes creen que la lucha debe circunscribirse a la igualdad de derechos, se ubican en la derecha quienes pretenden conservar ciertos privilegios.

Actualmente, el problema de la izquierda es su dificultad para salir de su doble encierro: el del círculo de la expiación (por la mala consciencia de su deriva hacia el liberalismo), y el de la cobardía de no ser capaz de plantar cara a una parte del establishment. Y, al sur de los Pirineos, si a ello le sumamos el ascenso imparable de Podemos, recomponer la dualidad ideológica no será fácil. Requerirá de un esfuerzo basado en la reconversión de las adscripciones ideológicas a sus pretensiones constituyentes (subir las pretensiones por desempleo, por poner un ejemplo, en el caso de la izquierda) y a sus pretensiones componentes, que se deberán canalizar en un modelo distinto de sociedad del que propone la derecha. Y más productivo les resultaría a PP y a PSOE olvidarse de Podemos. Como todo acontecimiento con un importante arraigo social, la baliza invisible de la dualidad izquierda-derecha se ha apropiado de algo más que de una mera implementación de un discurso precocinado (por los ideólogos de Podemos), puesto que fluye, sin incoherencias aparentes, en las relaciones de la vida diaria de la gente, a quien, ante la triste realidad de sus problemas, la fulminación del ancestral eje ideológico izquierda-derecha no le crea ningún tipo de controversia. Por eso se van moviendo hacia Podemos exvotantes de todos los partidos del arco parlamentario.

Al reflexionar sobre la relación entre los valores de una comunidad y los elementos sociales que la conforman nos adentramos en el fruto de sus (posibles) desarrollos y de sus consecuencias (el futuro que le espera a la ciudadanía, a la postre). Es por ello que conviene no olvidar que todo partido debe mantener una postura coherente sobre el modelo social que quiera proponer; por eso la dualidad izquierda-derecha puede tener todavía vigencia. Si es así, la izquierda debe socorrer a las ideologías, tiene que buscar la manera de generar las condiciones de una auténtica justicia social y debe ser consciente que sus palabras, sus propuestas y sus objetivos no pueden confundirse con los de la derecha. Por mucha marea que haya, si se está a flote babor es babor y estribor es estribor.

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Marc Pallarès es profesor de la Universitat Jaume I de Castelló y escritor

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