Desde la tramoya

Corta pero muy seria sociología del ‘pequeño Nicolás’

Ese divertimento colectivo que llamamos el pequeño Nicolás – él insiste en que le llamemos Fran – tiene elementos muy serios y que han ocupado a los sociólogos desde hace siglos: quién y cómo accede al poder y de qué manera se toman las decisiones en los lugares que la élite se reserva para sí.

Hasta la fecha damos por sabido que un pícaro apenas mayor de edad se sirvió de argucias, triquiñuelas y engaños para llevarse a un chalet de la zona más cara de España al presidente de la patronal madrileña y hacerle una foto sesteando; para embaucar al secretario de Estado de Comercio y declararle que era objeto de sus sueños; para darle la mano a los reyes en el día histórico de su coronación con las otras 3.499 personas más importantes del país; para presidir mesa junto a un expresidente del Gobierno o al lado de su esposa, alcaldesa de Madrid; para elevar a la estratosfera el share de un programa de televisión y embolsarse por ello algunos cientos de miles de euros; para movilizar a la Abogacía del Estado, al CNI y a Asuntos Internos de la Policía; y para convertirse en ambición de editoriales y periodistas con la misma fuerza que genera dolores de cabeza a las compañías con las que anduvo y su corte de poderosos protectores, que en este momento buscan la manera de hacer callar al chavalín.

No es sólo únicamente una cualidad humana, por supuesto: todos los seres vivos trabajan a la postre sólo para garantizar la supervivencia de la especie, y eso desencadena una lucha constante por el espacio y por el acceso a la recursos, que son limitados. El ritual del besamanos a los flamantes reyes de España es sólo una versión pasada por el tamiz de la cultura, del ir y venir de los zánganos tratando de fecundar a la abeja reina en vuelo, o de las obreras construyendo la celda más grande del panal. Nosotros hemos convertido el aullido de los lobos al salir de caza en himnos nacionales, la cueva del gorila alfa en un palacio y los cardúmenes de los peces en hemiciclos parlamentarios, pero la esencia es la misma: el acceso individual o colectivo a la energía, es decir, al poder.

Para un sociólogo o un antropólogo curioso, es una experiencia sublime observar sobre el terreno y en tiempo real esa lucha por el acceso al poder. Hay excepciones que confirman la regla, claro, pero eres tanto más poderoso o poderosa cuanto más espacio tienes, cuanto más nutrida es la corte de quienes te protegen o te ayudan, cuanto más difícil es llegar a ti, cuanto más elitista es la agenda de tus relaciones habituales. Para un pretencioso es tan emocionante sacar el teléfono y poder marcar el número de alguien con poder, como humillante para un quieroynopuedo reconocer que no tiene en su agenda el teléfono de alguien, cuando le desafían para que le llame.

Hasta tal punto es esto cierto, que el poder se puede obtener sola y exclusivamente por los símbolos externos. Tú también podrías probarlo: contrata a un par de escoltas y a cuatro o cinco fotógrafos para que te sigan por las calles de la gran ciudad y verás cómo te llega de pronto el carisma. La gente querrá fotografiarse contigo, entrarás en los restaurantes de moda sin reserva previa, querrán besarte y tendrás un montón de nuevos amigos y amigas en potencia. Hay decenas de experimentos que constatan que el poder llama al poder como el dinero al dinero o la fama a la fama (aquí y aquí puedes ver dos de esos experimentos).

El Gobierno resta credibilidad al 'pequeño Nicolás' y a sus relaciones con García-Legaz

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Todo muy natural, por tanto. El tal Fran logró colonizar su espacio pasando del barrio popular de Prosperidad, en Madrid, al muy pijo CUNEF. Fue foto en su folleto, anduvo con desparpajo por la FAES, embaucó a García Legaz y ofreció sofá al vividor presidente de los patronos madrileños. El mérito está en los comienzos. Hay que tener horchata en lugar de sangre para dar codazos a diestro y siniestro y lograr ponerte en el lugar que en principio no te corresponde. Pero luego, como hemos visto, es más fácil mantener la estafa viva.

Lo que no es tan natural, ni tan gracioso, ni tan frívolo, es que una sociedad entera descubra que un listillo como Fran puede acceder a los terminales del poder sin que éstos generen previamente anticuerpos. Me imagino al presidente de la pequeña y meritoria fundación que no entró en la lista de los 3.500 invitados de los reyes, viendo al joven haciendo la reverencia. Imagino a los trabajadores de Arturo Fernández sin cobrar mientras su jefe pasa el rato en el chalecito de El Viso. Supongo cuál será la opinión de la secretaria de Legaz viendo los mensajes con el impresentable pícaro. Barrunto cuál será la opinión de los sindicatos que querían reunirse con el magnate de Eurovegas, Sheldon Adelson, mientras el trepa Nicolás se hacía fotos con él en un despacho. Puedo suponer qué opinarán los operadores de cámara con sus precarios contratos, mientras sacan guapo al lunático contando que fue llamado por la Casa Real para resolver los problemas judiciales de la infanta por el bien de España.

Tengo la certeza, en fin, de cuál es el mensaje que damos a nuestros compatriotas, y al mundo entero, cuando exhibimos al pícaro en la televisión y nos fascinamos cuando explica cómo se relacionaba con esa gente (siempre los mismos, siempre idénticos lugares, siempre el mismo estilo de abrigo Husky y pulseritas de cuero en la muñeca), mientras el personal a duras penas obtiene respuesta de su compañía de teléfonos, o tiene que esperar al puente de la Constitución, y larga cola de una hora, para acceder al Congreso de los Diputados y apenas mirar y tocar un minuto los escaños vacíos de sus señorías.

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