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La gran paradoja del 21A: un Parlamento más soberanista, una ciudadanía menos independentista

Buzón de Voz

Los reyes son... los ciudadanos

No son los padres. Ni los de la patria ni los de la Constitución. En democracia (incluso en una monarquía parlamentaria), los reyes son los ciudadanos. Y no sólo porque decidan el Gobierno cada cuatro años, sino porque, pasito a pasito, al hilo de las no tan nuevas formas de comunicación y participación, van forzando cambios en la forma de 'ser' de la democracia y en el modo de ejercerla. Si desde la política, las instituciones, las élites del dinero o de los poderes mediáticos muchos no quieren darse por aludidos, es su problema. La cabalgata de la realidad se los llevará algún día por delante. Pero las soluciones urgen. De modo que este 5 de enero de 2015 quizás resulte oportuno enviar unos cuantos deseos a los reyes / ciudadanos, que somos todos.

1.- Exijamos transparencia

Lo cual no tiene grados, sino que, como define la Real Academia, lo transparente es “claro, evidente, que se comprende sin duda ni ambigüedad”. A menos bultos, más claridad. No hacen falta muchas leyes, sino suficiente voluntad. Toda actividad sostenida en todo o en parte con dinero público debe gestionarse de modo absolutamente diáfano. Si el rey-ciudadano pregunta, las administraciones públicas tienen que responder. El silencio administrativo es una coartada incompatible con la transparencia. Y el máximo nivel de claridad es exigible a todas las instituciones que existen por, para, gracias a… los ciudadanos. No hay excusa posible para ocultar cada detalle de las cuentas y el funcionamiento de la monarquía, el Tribunal Constitucional, el Tribunal de Cuentas, la CNMV, el Congreso, el Senado, los Gobiernos central o autonómicos, las empresas públicas…

2.- Exijamos responsabilidad

Quieren hacernos creer que en España se ha producido una especie de conjunción planetaria en la que se mezcla una frivolidad colectiva, una tendencia natural a la picaresca, una etapa de ‘vacas gordas’ en la que todos hemos vivido “por encima de nuestras posibilidades” y un posterior, conveniente e inevitable castigo que consiste en que tenemos que “apretarnos el cinturón” por lo mal que nos hemos comportado. Tal visión luterana de lo ocurrido tiene más que ver con intereses crematísticos que con la fe religiosa o con el rigor en la administración económica.

Pero lo más importante es que se trata de una trampa. Se trata (siempre se ha tratado) de disfrazar las responsabilidades individuales en la confusión de las supuestas culpas colectivas. Quien ejerce el poder es responsable de sus efectos y de sus defectos. El presidente de un partido no puede quedarse mirando a Cuenca como si no fueran con él los autos judiciales que señalan su financiación irregular o la corrupción generalizada en sus filas. El gestor de un banco no puede seguir disfrutando de una pensión millonaria cuando ha arruinado la entidad y a sus accionistas y ahorradores. Que cada vela aguante el palo que le corresponde.

3.- Exijamos justicia

No lo ha dicho cualquiera, sino el mismísimo presidente del Poder Judicial, el mismo que ha sacado a concurso la plaza del juez Pablo Ruz para meterle prisa con la Gürtel. Ha dicho que en este país la Ley está pensada para castigar a los robagallinas y no a los grandes defraudadores. Y el sacrosanto ‘sistema’ reacciona como si quien lo hubiera dicho fuera uno de tantos tertulianos.

Si es cierto (y así lo percibe la ciudadanía) lo que ha denunciado hace pocas semanas el presidente del Tribunal Supremo, debería haberse producido un escándalo político mayúsculo que derivara en una comisión parlamentaria encargada de planificar urgentemente una reforma legislativa destinada a hacer real lo que nuestra también sacrosanta Constitución sostiene: la justicia es igual para todos. Hágase. Si tan problemático y conflictivo es abrir un proceso constituyente, empecemos al menos por exigir que se cumpla ese ¿70 u 80 por ciento? del articulado constitucional que sigue sin cumplirse 36 años después.

4.- Exijamos respeto

Los ciudadanos-reyes somos mayores de edad, y eso aceptando que es arbitrario el establecimiento biológico de las mayorías de edad. ¿Estamos seguros de que Rafael Hernando o García Legaz o Arturo Fernández son más mayores de edad que el Pequeño Nicolás? Al menos no ofendan a la inteligencia. Negar la evidencia cuando está a la vista de todos es simplemente insultar, provocar y algo aún peor: confiar en el progreso del fanatismo como hilo conductor de las mayorías democráticas. Al parecer no importa la realidad si uno consigue engañar al suficiente número de votantes, o convencerlos de que es mejor mirar para otro lado que aceptar esa realidad. La Marca España seguirá fuera del marco de la normalidad democrática mientras la mentira en política salga gratis.

5.- Exijamos conocimiento

Van escuchándose cada día más voces que enfrentan la supuesta necesidad de una “revolución desde arriba” ante el riesgo de que se produzca una “revolución desde abajo”. Como en otros tiempos históricos. Y como si alguna vez hubiera habido en España una verdadera “revolución”. (Argumenta Santiago Muñoz Machado que en este país siempre se ha optado por procesos constituyentes o por golpes de Estado o por ambas vías combinadas, mientras otros países abordaban y digerían verdaderas revoluciones). Como enfrentaban sus argumentos Antonio Maura y Pablo Iglesias (I) hace más de cien años; como Ortega y Gasset o Azaña lo hacían unas décadas después.

Sí. Hace un siglo ya se hablaba de “arriba y abajo”. Y existían el caciquismo, y la compra de votos, y el encasillado y el bipartidismo. La medicina más eficaz contra la manipulación y los populismos es el conocimiento. La mejor salsa de la corrupción es la ignorancia. Exijamos educación y alentemos los méritos y las capacidades por encima del patrimonio personal o familiar. Menos José Ignacio Wert y más César Bona

6.- Exijamos tolerancia

Todos los factores están relacionados en la convivencia. Unos más que otros. La ignorancia permite la prepotencia de las élites, y la ausencia de conocimiento desata las pasiones y conduce al sectarismo. Y de sectarismos este país lo sabe casi todo. Por la derecha y la izquierda, por arriba y por abajo. Es también intergeneracional. Exijamos y practiquemos el frontispicio machadiano: “¿Tu verdad? No, la verdad; y ven conmigo a buscarla. La tuya guárdatela”.

7.- Exijamos periodismo

Ya son pocos los que cierran los ojos a la evidencia de que la crisis de este país no ha sido económica sino sistémica. No ha sido (no es) sólo una crisis de la política o de las finanzas, sino también de los medios. Ha fallado toda referencia de credibilidad. Del rey abajo, nadie se libra.

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Dicen los tramposos manuales de autoayuda que “toda crisis es una oportunidad”. Esos manuales suelen favorecer a quienes provocan las crisis y hacen dinero con quienes las sufren. Lo cierto es que la crisis de los medios de información tradicionales (muchos tan endeudados que han ido a parar a las manos de los propios acreedores) coincide con una revolución digital que no sólo permite sino que obliga a cambiar la forma de ejercer el periodismo. Adiós a los púlpitos y al sermoneo. Bienvenidos los pactos entre lectores y periodistas que dan valor a la necesidad cívica y democrática de un periodismo independiente, libre de ataduras con la gran banca, la gran empresa, los partidos o las familias políticas. Convenzámonos entre todos de que hace falta más que nunca un periodismo honesto. (Y no lo confundamos con la neutralidad o la equidistancia; hay aparentes o falsas objetividades muy bien pagadas o subvencionadas).

Dejemos ya de exigir y practiquemos. No es por reivindicar el manoseado eslogan kennedyano sobre lo que tu país te aporta y lo que tú puedes hacer por tu país. Pero es verdad que se trata de nosotros mismos. De nuestros hijos. De trazar una raya gruesa entre la descomposición de un sistema y sus posibilidades de regeneración. No son las urnas el único camino. Pero son un camino imprescindible. Y en 2015 (o desde el próximo mayo hasta el siguiente febrero, si Rajoy se empeña) se abrirán las urnas en ciudades, comunidades autónomas y finalmente en el Estado. Antes de introducir la papeleta existe la oportunidad, la necesidad, incluso la obligación de que todos nos exijamos (y practiquemos) al máximo: responsabilidad, transparencia, justicia, conocimiento, respeto, tolerancia… Todo eso que se construye cada día del mes y del año, a través de cada pequeña decisión, por medio de mínimas elecciones que, en la suma, pueden mejorar la convivencia y la democracia.

¡Feliz Cambio 2015!

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