Desde la tramoya

Consultoría internacional

En este mismo momento hay varios centenares de profesores universitarios españoles trabajando en América Latina en proyectos públicos de consultoría internacional. El asunto no tiene nada de particular. Un Gobierno o una institución estatal abre un concurso o redacta un contrato para pedir colaboración a consultores que pueden aplicar su experiencia en el país contratante. Yo mismo he participado en una decena de esos proyectos, en mi caso relacionados con la comunicación. Para eso los españoles somos especialmente queridos en América por razones obvias. En Chile o en República Dominicana la sintonía con un español es mayor que con un belga, un ruso o un estadounidense.

Por eso, nada tiene de particular para mí la noticia de que Juan Carlos Monedero facturara por servicios de consultoría internacional. Tampoco que no se facturara IVA, porque no se aplica a un cliente en América Latina. Algo más sorprendente me pareció la cifra de 425.000 euros por los servicios prestados. Por una consultoría internacional que consiste básicamente en que uno o dos o tres consultores trabajen un cierto número de días sobre el terreno o desde su país, el Banco Mundial, por ejemplo, paga entre 300 y 500 dólares por día y consultor. Esa puede ser una buena referencia. Para facturar 425.000 de euros, un consultor tendría que dedicar al asunto casi tres años con sus fines de semana incluidos y a tiempo total. No hace falta de hecho hacer un cálculo así. Basta preguntar a cualquier consultor internacional para saber que esa cifra está muy lejos de las que habitualmente se manejan en proyectos de consultoría.

Admitamos, sin embargo, que Monedero ha tenido la fortuna de ser adjudicatario de un proyecto especialmente generoso por ser multinacional y de extrema relevancia, puesto que según hemos sabido iba destinado al muy relevante objetivo de poner en marcha una moneda común en una zona de América. Tampoco admite un pero que el proyecto fuera comisionado por cuatro países muy concretos –Venezuela, Bolivia, Ecuador, Nicaragua– que son prácticamente, restando Cuba y algunos pequeños países caribeños, la totalidad del Alba, la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América, esa organización hoy moribunda que trató de unificar a la izquierda latinoamericana frente a los acuerdos liberales de libre comercio del resto de la región. Con respecto a si la sociedad que constituye Monedero es una pantalla para pagar menos impuestos, a mí tampoco me escandaliza en absoluto. Es un clásico cuestionable, pero poco sorprendente, constituir una sociedad para ocultar ingresos en realidad personales. Pues vale: si lo que hace el profesor Monedero es legal y no tiene deudas con la Administración, etcétera, etcétera, nada que decir. Y si luego él decide dedicar el dinero a hacer programas de televisión o a alimentar a las palomas, es asunto que sólo a él le compete.

¿No hay nada que objetar, entonces? Bueno, con permiso de los hooligans de Podemos que no ven la viga en su propio ojo, yo tengo una objeción esencial. Desde hace meses, mis colegas de la Universidad Complutense fundadores de Podemos están vendiendo al personal un relato regeneracionista en el que ellos son el pueblo sano y bueno que va a tomar los palacios en nombre de la gente. Su pureza consistiría en que ellos no son de derechas ni de izquierdas –eso es un “juego de trileros”, ha dicho Pablo Iglesias – y que, por el contrario, son sólo gente corriente y comprometida, que rechaza privilegios y cobra como mucho tres veces el salario mínimo. La narrativa suena bien en un tiempo como este que vivimos, pero es sencillamente falsa. Podemos es una escisión de Izquierda Unida. Monedero era asesor de Llamazares, Iglesias recogía a Alberto Garzón cuando llegaba en tren durante la última campaña electoral de IU y Errejón era miembro destacado de una organización “de izquierda, anticapitalista y antifascista” de la zona más pija de España: Aravaca, en Madrid. El grupo se llama Colectivo 1984. Bescansa, por su parte, hacía encuestas al PSOE. A mí todo eso me parece muy bien, pero es lo que es, y no otra cosa, y me parece feo esconderlo cuando vas de puro por la vida.

En 2010, mientras el consultor internacional Juan Carlos Monedero trabajaba por 400.000 euros para el Alba y tomaba café en los salones del Palacio de Miraflores, en Caracas, yo también era consultor internacional y visitaba eventualmente la ciudad. Ayudaba a Leopoldo López, hoy encarcelado en una prisión militar, a construir Voluntad Popular, un partido político progresista afiliado a la Internacional Socialista. Le había conocido en Madrid en un encuentro organizado por una fundación pública española y yo me relacioné bien con aquel joven apasionado e hiperactivo y con los universitarios que se unieron a la causa de la libertad en Venezuela. Lo hice gratuitamente porque al mismo tiempo estaba viajando mucho a Colombia para otros trabajos. De manera que si Monedero era el consultor de la casta venezolana a precios de lujo, yo ayudaba a mi amigo Leopoldo, que no pudo presentarse a las elecciones porque Chávez le inhabilitó y luego Maduro lo encarceló.

A mí me parece muy bien que cada cual trabaje en la trinchera que quiera mientras sea con respeto a la ley y las normas. Pero me repugna la hipocresía de quienes aquí en España hablan de tomar los palacios en nombre de la gente, cuando han ingresado cientos de miles de euros yendo de palacio en palacio en coches oficiales en La Paz o Managua, Caracas o Quito, mientras recomendaban en sus informes cómo esconder o aplacar a los disidentes. Uno de ellos, amigo mío, miserablemente encarcelado.

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