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@cibermonfi

Frente Popular de Judea

Entre las muchas escenas divertidísimas de La Vida de Brian, Miguel Ángel Medina, de El País, sacó hace unos días a colación en su cuenta personal en Twitter aquella en la que un grupo de resistentes a la ocupación romana discuten en el circo sobre el llamado Frente Popular de Judea. Recuerden los que han visto la película: los resistentes al Imperio Romano son apenas un puñado y aún así no se ponen de acuerdo para llevar a cabo una acción concertada. Se pelean sobre todo: sobre el nombre del movimiento, sobre sus objetivos, sobre sus métodos de lucha, sobre su organización, sobre la paridad entre hombres y mujeres, sobre su liderazgo…

El tuit de Medina suscitó un simpático intercambio al que me sumé. Remedando la escena de la película, los participantes nos acusamos unos a otros de disidentes, tránsfugas, oportunistas, vendidos, extremistas, traidores, iluminados, sectarios, individualistas, aparatchiks y todos aquellos epítetos que la gente de izquierda suele aplicar a los suyos. Cada cual propuso asimismo nombres distintos –Frente Unido, Nuevo Frente, Frente Auténtico, Judea Qué Hermosa Eres…– y nuevas causas irrenunciables que añadir a la común de la libertad de Judea –qué hay del asunto de Galilea, no hay que ignorar a los samaritanos, etc.–.

Nos lo pasamos bien durante un rato, con el regusto amargo de parodiar la endémica incapacidad de la izquierda, aquí y en todas partes, para unirse incluso en situaciones de manifiesta emergencia. El juego venía a cuento del anuncio de que Tania Sánchez dejaba Izquierda Unida pero no se sumaba a Podemos, sino que proponía la creación de un nuevo partido progresista en Madrid. Otro más.

Sabido es que las denominaciones políticas “izquierda” y “derecha” nacieron en la Revolución Francesa a causa de la posición física que sus dos principales corrientes ocupaban en la Asamblea Nacional. Desde entonces, que nadie se haga el tonto, todo el mundo sabe que la izquierda prima los conceptos de libertad y justicia y la derecha los de orden y propiedad (privada, por supuesto). Por su naturaleza misma, la izquierda es crítica y exigente con sus líderes y organizaciones mientras que la derecha es disciplinada y obediente. La izquierda tiende a fragmentarse, la derecha a agruparse.

Lo anterior tiene muchos matices, lo sé. No estoy escribiendo una tesis doctoral, tan sólo una columna de menos de mil palabras. Han existido, y existen, fuerzas de izquierda –pienso en el estalinismo– que han sido tan férreas como las más férreas de las fuerzas de derechas. Y hay gente de derechas incapaz de soportar las arbitrariedades de sus caudillos en aras de la sagrada unidad. Como también merece respeto la idea de una joven fuerza española de raíz progresista de introducir una tercera dimensión al dilema izquierda-derecha: la dimensión arriba-abajo. En estos momentos en que la crisis desvela la naturaleza más obscena del capitalismo, esa tridimensionalidad supone una interesante aportación.

Voy directo al grano: la izquierda, llamémosla así para que todos nos entendamos, es hoy políticamente mayoritaria en España a tenor de los sondeos. Sumen ustedes las expectativas de voto de Podemos, PSOE, Izquierda Unida, Equo, Compromís, los varios Ganemos y los partidos progresistas de dimensión local o autonómica, y les salen mayorías absolutas en cualquiera de los muchos comicios que vamos a celebrar en 2015. Y sin embargo, es posible que, a final de año, el PP conserve grandes parcelas de poder político con apenas el apoyo de un cuarto de los ciudadanos españoles con derecho a voto.

Al PP le favorece de oficio el sistema electoral que –para eso se hizo– regala un sabroso plus de escaños a los conservadores si se presentan unidos. Y cabe la posibilidad de que, si la derecha, aunque minoritaria, llege en primer lugar, la cúpula socialista tenga la tentación –y reciba las correspondientes presiones de los poderes económicos y mediáticos– de formar con ella una Gran Coalición, al menos, a escala nacional. La mayoría social y política de izquierdas no llegaría así a convertirse en gobierno.

La izquierda era mayoritaria en Francia durante la III República, pero casi nunca gobernaba a causa de su dispersión. Lo logró en 1936 cuando se agrupó en el Frente Popular, y eso fue porque le había visto las orejas al lobo germano… y tampoco duró mucho. Hitler no llegó a la cancillería con mayoría absoluta, como cree mucha gente, sino sólo como primera fuerza. Si la izquierda alemana hubiera estado unida, no lo habría conseguido. Pero esa izquierda estaba enzarzada en una feroz guerra civil entre socialdemócratas y comunistas.

La mención al Frente Popular levanta sarpullidos en España porque el franquismo y el neofranquismo han hecho durante décadas un intenso lavado de cerebros para asociarlo con la Guerra Civil. A los españoles se les ha bombardeado con la idea de que la guerra no empezó porque unos militares, apoyados por empresarios, terratenientes, cardenales y políticos de derechas, se alzaron contra un gobierno salido de las urnas, no. La guerra empezó porque una mayoría de los votantes españoles cometió la insensatez de votar en libertad a una coalición progresista. Manda huevos, que diría aquel.

Existen ahora intentos de formar candidaturas de unidad ciudadana y popular en las elecciones locales. Servidor, que vive en una ciudad gobernada durante lustros por los conservadores con resultados que dejan mucho que desear, les da la bienvenida. Y se pregunta por qué muchos de los promotores de esas candidaturas se niegan a usar la misma fórmula en las elecciones autonómicas y legislativas.

Sectarismo se llama la figura. Un mal crónico de la izquierda, el reflejado en la escena del Frente Popular de Judea de la película de los Monty Python. Yo no apoyo a nadie con quien no esté de acuerdo al 100 por 100. Lo dice la chica que participa en el debate en el circo de La vida de Brian: “Un grupo antiimperialista como el nuestro debe reflejar las divergencias de intereses entre las bases”. Lo que nos lleva a que, si pudiéramos, habría tantas candidaturas de izquierdas como personas hay de izquierdas. O sea, millones.

P.S: Recién publicado este artículo, salta la noticia de que Pedro Sánchez ha fulminado al dirigente socialista madrileño Tomás Gómez. What a mess!

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