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Verso Libre

Mientras tanto

Recibo y leo el nuevo número de la revista Mientras tanto. Me entero por la “Carta de la redacción” que será el último publicado en papel después de una trayectoria de 35 años. Fundada en 1979, la memoria de la revista me devuelve una constante sensación de debate intelectual y de lectura. Pienso en la tarea que los redactores asumieron en el primer número, cuando yo era todavía estudiante en la Universidad: trabajar por una humanidad justa en una Tierra habitable. Pienso en meditaciones que desde entonces me han acompañado, ese activo de palabras abiertas, entre otras muchas, por las manos de Giulia Adinolfi, Manuel Sacristán, Juan-Ramón Capella, Francisco Fernández-Buey, José Antonio Estévez, José Luis Gordillo o Jorge Riechmann.

Leer Mientras tanto era y es volver a las ilusiones y las exigencias del pensamiento emancipador, dispuesto a unir el rojo, el verde y el violeta. En medio de una inercia que tiende a fragmentarlo todo o a buscar una ambigüedad acomodaticia, la revista ha querido integrar durante años los diversos frentes de una única emancipación, el viejo esfuerzo de reunir la teoría y la práctica, la alianza entre el movimiento obrero y la ciencia. Así han pasado por sus páginas el compromiso pacifista, la batalla contra la OTAN, el cuestionamiento de la cultura neoliberal, la búsqueda de una democracia verdadera y la denuncia de un orgullo nacional ciego, prepotente e irresponsable en los años del lujo.

Tan peligrosos son los viejos cascarrabias como los jóvenes sin memoria. El tiempo es una plaza pública cuando la historia se convierte en herencia y se sienta hablar con la experiencia del presente y con un compromiso de futuro. Reconozco el espíritu de Mientras tanto en la “Carta de la redacción” que despide el papel y consolida la edición digital. Del mismo modo que hace años se asumía la feminización del sujeto revolucionario o la obligación de superar las contradicciones entre la ecología y las extensiones productivas del mundo laboral, hoy se explica el abandono de la edición impresa por el cambio del contexto social, la transformación en los hábitos de lectura de los jóvenes politizados y sus dificultades económicas para sostener la suscripción de una revista en papel.

Siento melancolía al tener entre las manos el número 122-123 de Mientras tanto. Pero si se me permite forzar las palabras, aclaro que se trata de una melancolía sin nostalgia. La emoción del recuerdo adquiere un impulso vivo cuando establece complicidad con los jóvenes politizados que necesitan la agilidad del medio digital para intervenir en la realidad. Respetar la sombra de aquel joven que, a principios de los años 80, comprendió el horror de los dogmáticos y los acomodados ante la teoría significa ahora entender la mirada de los jóvenes que intentan abrir un interrogatorio sobre las carencias y las injusticias del presente. Y si los jóvenes no se atreven a entender la razón de esta melancolía sin nostalgia, de este suceso íntimo que es el último número en papel de Mientras tanto, será que no son tan jóvenes o tan nuevos como piensan, porque responden más a una biología condenada a envejecer que a una historia llamada a imaginar el pasado y el futuro.

Soledades

Reencuentro, cómo no, a Pasolini en estas páginas. Es uno de los aliados imprescindibles para comprender el vértigo de nuestro tiempo: “Cinco años de desarrollo han convertido a los italianos en un pueblo de idiotas neuróticos; cinco años de pobreza pueden devolverle su humanidad, por mísera que sea”. Y me emociona la cita de unos versos de Valente en la voz de Fernández Buey: “lo peor es creer que tenemos razón por el mero hecho de haberla tenido”. Lo avisa también la “Loa a la dialéctica” de Bertolt Brecht que cierra el número: “Quien aún esté vivo no diga jamás. / Lo firme no es firme. / Todo no será igual”.

Pues no, no todo es igual. Pero hay un diálogo posible entre los jóvenes que vieron como la prepotencia del capitalismo homologaba las conciencias de un país y los jóvenes que necesitan ahora de la teoría para defenderse de las nuevas formas de miseria.

La historia se hace y se deshace. El pensamiento vigila, mientras tanto.

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