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Nacido en los 50

Cuando el verso es un tirachinas

El Gran Wyoming

Que nadie diga que miento si afirmo tajantementeque hay en este Parlamento,entre tanto delincuente,digamos un diez por cientode gente honrada y decente.

Así comenzaban las coplas en defensa de don Alberto Astutillo de la Vara con las que Moncho Alpuente retrataba la singular y meteórica carrera ascendente de un diputado que, saliendo de la nada, alcanzaba la gloria de la política y las finanzas, y, a pesar de ser un hombre honrado, era prejuzgado por formar parte del hemiciclo del Congreso. Todo un ejemplo de cómo alguien se puede cagar en algo cuando parece que lo está glorificando. Corrían los años ochenta y los bares estaban a rebosar. Ya tenía una carrera variopinta y cargada de genialidades. Claro que, su carrera era él y, por tanto, errática.

Decía Moncho, y no le faltaba razón, que a los periodistas que trabajaron durante el franquismo habría que darles tratamiento de víctimas.

La dictadura fue un tiempo en el que la frustración hacía mella en el cuerpo y en el alma de aquellos profesionales porque las noticias trascendían, tenían peso, motivo por el cual les obligaban a cerrar el pico. Hoy se puede escribir lo que sea, no existe censura previa, pero todo va a la basura; hoy el periodismo se ha convertido en una lucha desesperada contra la impunidad en lugar de la guillotina que fue en otro tiempo. Recuerdo que hace un par de semanas en el programa en el que trabajo sacamos unas grabaciones donde altos cargos de la Comunidad de Madrid, reunidos para que dos guardias civiles mintieran en la inminente declaración que debían prestar ante el juez, prometían a los agentes que si daban una versión diferente a la de los hechos, en la que no se viera perjudicado "Nacho", lo celebrarían con “un volquete de putas”. Así de fiesteros son. Cuando escuché esa conversación pensé que ninguno de ellos estaría al día siguiente en su despacho, por vergüenza torera, como a ellos les gusta decir, o porque alguien decente que debiera rondar por las alturas les diría: “Mala suerte, chicos, os han pillado, ya os daremos otra cosa en Telemadrid o por ahí, no os preocupéis, pero ahora toca recoger las cosas y despejar la plaza”. Al parecer no existe tal, y ante mi sorpresa no pasó nada, todo siguió igual, se aplicó la doctrina Rajoy de dejar correr el tiempo, de esperar que el temporal amainara y que la corriente del río arrastrara la maleza arrancada en la tormenta. Nadie dio explicaciones; si acaso, supongo, estarán buscando al que lo grabó, o al que lo filtró, para crujirlo.

En el tiempo que ha pasado desde aquellos tiempos a los que se refería Moncho y la actualidad, el salto ha sido notable en lo formal, pero la prensa parece tener el mismo efecto que cuando era muda. El cuarto poder ha perdido fuelle. Como ocurre con la heroína, el proceso de adaptación a la mugre impide que esta inmundicia nos afecte. La sobredosis de fechorías cometidas por los jerifaltes condiciona nuestro sistema inmunitario, y generamos un mecanismo de supervivencia para que la indignación no se transforme en procesos somáticos que provoquen ulceras cutáneas o de estómago. Nos acostumbramos, como los ciudadanos después de los bombardeos, a vivir entre escombros con ratas corriendo por todas partes, formando parte de nuestro ecosistema.

Moncho sabía estas cosas y otras muchas y desarrollaba su terapia de sublimación escribiendo versos en los que retrataba la actualidad descargando con su inigualable sarcasmo todas las toxinas que le inyectaba la actualidad. Cuando le decías: “¿Te has enterado de lo que está pasando no sé dónde?”, te respondía: “Estoy terminando Franco, el musical”. Como Quevedo, era consciente de que la burla es la mayor humillación a la que se puede someter al poderoso. Resaltar su estupidez, su ignorancia, devolverle el desprecio con el que gobierna la vida de los ciudadanos, ponerle frente al espejo que refleja la crueldad de los señoritos que han tenido siempre a España dentro de un puño, era su estrategia de venganza. Dejar constancia de su pestilente paso, cagarse, como las palomas, en los monumentos que se erigen a esta chusma nauseabunda que trabaja para mejorar su patrimonio a costa de construir un mundo inhabitable. Nunca los tragó. La vida le hizo anarquista y medio. A diferencia de estos siniestros pijo-facha-neoliberales-protofascistoides, no tuvo lo que ellos llaman la evolución lógica y su talento le permitió seguir siendo auténtico, adjetivo que se cotiza poco en el mercado, pero que es patrimonio de los pocos hombres honestos que en el mundo han sido.

Yo siempre he sido fan suyo, y cuando la edad me permitió alternar con él, nos hicimos colegas y me metió en varios proyectos suyos de teatro, radio, música y cualquiera de las cosas que se le ocurrían, que eran muchas, y en las que incluía siempre a su legión de adoptados. Era incapaz de negarle un curro a un amigo, con lo que, a veces, tenía que hacer el trabajo de la mayoría de los colaboradores que metía en los proyectos porque no estaban cualificados para el caso. Recuerdo que en La Reina del Nilo, musical de los años ochenta, colocó en el cuerpo de baile a varios colegas del barrio que no pintaban nada allí ante la cara de estupor del coreógrafo, que estuvo a punto de sufrir un síncope cuando se encontró con la tropa que le habían asignado, en la que también había, claro está, profesionales de la danza. Si le comentabas el tema te decía: “Si se les pone por el medio, que nadie los vea, no se va a notar”.

Hicimos un trío con El Reverendo y recorrimos escenarios por todas partes cantando al Quinto Centenario, sorteando carnets del PSOE falsos en una rifa amañada, homenajeando a los gregarios del equipo Kelme de ciclismo, descubriendo que el mal estado de una sopa de pescado fue el origen de la Revolución Francesa, proponiendo decenas de actos homenaje a la memoria de Federico García Lorca para emprendedores con ánimo de lucro, y un sinfín de disparates que a veces dejaban al personal en un extraño estado de confusión, porque había leña para todos y, de una forma u otra, el público acababa sintiéndose aludido.

Como suele ocurrir con los escépticos, era un visionario que acertaba siempre antes que los demás, y los personajes de sus canciones acabarían saliendo en los medios de comunicación años después por las fechorías que se apuntaban en las letras, como aquella que cantábamos dedicada a Jordi Pujol y familia que no era entendida del todo, nada menos que veinticinco años antes de que tuvieran que dar explicaciones por lo abultado de su patrimonio: "A Pujol y la Marta Ferrusola / no les gusta del 'cupón' hacer la cola / y prefieren la loto catalana / pues aunque algo pierden siempre ganan”.

Como descabezaba a todos los títeres, no era santo de la devoción de las autoridades competentes que jamás le dieron cuartel. Se quedó sin el puesto que añoraba de Cronista de la Villa, él, que lo sabía todo de la ciudad de Madrid que tanto amó, esa ciudad que le mataba. Los pájaros, los árboles, las esquinas, las anécdotas, los edificios, los bares, los museos, los bares, los pubs, los bares, los cafés, los bares, los antros y los bares. Por si no lo había dicho, también sabía mucho de bares, cualquiera diría que nació en uno de los barriles de pepinillos de la taberna de la calle de Hortaleza, que cuando cerró le dejó huérfano una vez más. Tenía una manía con eso del Cronista que no sé de dónde le venía, a mí me sonaba a cosa rancia, pero él reivindicaba que sería el mejor. Todos tenemos nuestro lado freak. freak

Noctámbulo, fumador y bebedor, dio buena cuenta de la vida, que al final es de lo que se trata, y no tenía miedo a eso que la mayoría reniega a cambio de nada, a hacer uso de la libertad, que para eso está. Como decía en una de sus canciones en referencia a cuando le echaban de un bar porque cerraban: “No lo pueden negar, le doy ambiente al bar”, es lo bueno de cantar con alguien de quien eres fan, te lo pasas de puta madre y si la cosa no gusta tanto como a ti, da lo mismo, tienes siempre claro que el error está en ellos.

Un crack, la alegría de los que le han conocido. El rey del verso al servicio de la risa y del derrocamiento. Creador e iconoclasta. Me gustaría ver ese musical sobre Franco, y estoy seguro de que no sería del agrado de esta legión de choris que hoy nos mandan. Para eso escribía, imaginando sus caras y también las nuestras, por eso se reía mucho y fuerte.

Como a partir de determinadas edades uno se niega a asumir la realidad, no pierdo la esperanza de que alguna noche, por ahí, nos encontremos en un bar y nos tomemos algo.

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