Plaza Pública

De cómo hacer la vida imposible

Nicole Muchnik

En la ciudad de Malmö en Suecia, el Museo de Bellas Artes ofrece una exposición o instalación en una sala blanca y desnuda. Se trata de dos mendigos, roms [gitanos] sentados en el suelo con sus cartones y botellas de vino… Esta sala está situada junto al restaurante del museo. Si la gente de las ciudades no se hubiera habituado ya a ver a los sin techo dormir a la intemperie bajo sus cartones con cualquier clase de tiempo, aquí están, representados como obra de arte y, quizá, inmortalizados. ¿Se vende la obra?

Hubo un tiempo en las ciudades en que había bancos en los que sentarse. O sea, superficies planas, hechas de una plancha o varias, de madera y hierro forjado, con respaldo curvo para recibir la forma natural del cuerpo y, hasta en ciertos casos, brazos donde apoyar los codos. Verdaderos bancos públicos al servicio de la gente en casi todas partes, en las aceras, en las plazas, a lo largo de las avenidas de los parques y jardines, y hasta en las paradas de autobuses y del metro.

En Angoulême (Francia), había bancos “modernos”, es decir, placas de cemento rectangulares sin respaldo; pero el Ayuntamiento, de común acuerdo con los comerciantes, decidió encerrar los bancos en jaulas enrejadas. Después, como los jóvenes se divertían metiéndose dentro, se tomó otra decisión: conservar las jaulas pero llenarlas de piedras. Un lujo de la imaginación racional y estética al servicio de una intensión precisa: impedir que los sin techo durmieran sobre ellos.

¿Será una excepción? ¿Una anomalía en una mala gestión municipal? Para Arnaud Elfort y Guillaume Schaller, miembros del colectivo The Survival Group: "Estos dispositivos anti–SDF [Sin Domicilio Fijo] aparecieron hace una década en el metro, cuando los bancos fueron reemplazados por asientos individuales. Hoy se cuentan por centenares, de las formas más variadas, en todo París". De hecho, muchas ciudades, gobernadas tanto por la derecha como por la izquierda, hacen todo lo posible por impedir que los que no tienen otra solución que dormir en la calle se tumben en los bancos públicos o se instalen en ciertos lugares.

El mobiliario urbano, inventado hace mucho para proteger de la lluvia o permitir que descanse la gente cansada, tiene hoy por única vocación impedir la ocupación prolongada de un espacio. Para Philippe Gargov, geógrafo citado en Le Parisien, hace mucho tiempo que la política deliberada de los municipios consiste en hacer más dura la vida de esta gente. “En general, basta con impedirles dormir o sentarse en los bancos”, comenta, y añade: “Todos los métodos son buenos”. Por ejemplo, una fuerte inclinación del banco, asientos individuales estrechos en donde incluso un jubilado con buena salud no podría leer su periódico al sol. Por no hablar de las mujeres embarazadas, de discapacitados o de personas con exceso de peso. Los transportes públicos han puesto en marcha dispositivos que impiden que la gente se tumbe, poniendo brazos en mitad del banco, barras dobles o bancos assis-debout para apoyarse de pie. ¿Y qué decir de los bancos design de la calle Serrano de Madrid design, o de los nuevos asientos de espera en las paradas de autobús con forma de vaga concha de mar?

Cuando no son las empresas públicas, son los ciudadanos de a pie los que rivalizan en iniciativas, los grandes hoteles, los comerciantes que protegen sus escaparates no ya de un robo, sino de una falta de visibilidad para los paseantes: picos de metal, cantos rodados o grandes piedras pegadas al cemento; pequeños conos metálicos puntiagudos alineados apretujadamente; hileras de “plots” especie de piezas de metal delante de los escaparates; un florilegio de cactus en macetas en el suelo; indescriptibles bloques de piedra de 50 centímetros de alto en los pasajes o las galerías cubiertas. En Londres, los picos metálicos ante una finca de lujo conmocionaron a la población.

Variante de lo mismo: en Argenteuil, en 2007, el municipio utilizó un repelente, un líquido hediondo, sí, como para las palomas, las ratas, las hormigas o las cucarachas, llamado Malolor, para echar a los indocumentados del centro de la ciudad. Y en Londres, una alarma estridente concebida para espantar a los adolescentes.

Sorprende que, en este derroche de imaginación, estos arquitectos urbanos no hayan pensado en la concertina, un método simple, ligero, de instalación fácil y de un poder de disuasión incomparable en su relación calidad-precio. “Los afectados son por lo general los sin hogar, los adolescentes, los pobres, los marginados”, escribe Selena Savic en The Guardian.

El problema es que, precisamente, se trata de una población en constante crecimiento en casi todas partes y, en particular, en los países europeos afectados por la crisis, con la excepción de Finlandia y Holanda: 140.000 inmigrantes sin papeles en Francia en 2014, de los cuales 31.000 niños, un aumento de 50% en 3 años sobre una población total de unos 3,6 millones de mal alojados; 25% de aumento en Grecia entre 2009 y 2011; en Bulgaria una de cada dos personas estaba amenazada por la pobreza o la exclusión en 2012. Como el 24,85% de los europeos.

¿Tiene un niño pobre la posibilidad de convertirse en un adulto acomodado? Ninguna en absoluto. Según UNICEF, hay 30 millones de pobres menores de 17 años en los países ricos; es decir un promedio de 15% de niños de un total de 200 millones. El 25,5% de pobreza entre los niños rumanos no nos sorprende demasiado, pero ¿qué pensamos del 23,1% de niños en la misma situación en los Estados Unidos?

Los urbanistas y los arquitectos todavía tienen un bonito futuro por delante.

Para Aristóteles, Ética y Política eran indisociables. En efecto.

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