Nacido en los 50

Derechos humanos: el juego de la oca

El Gran Wyoming

Una de las conductas de hipocresía más extendida en nuestro tiempo consiste en hacerse abanderado de los Derechos Humanos para elaborar un discurso ideológico. Los Derechos Humanos se convierten así en un escudo que impide la contestación, la crítica, pues sitúa al otro en el terreno del totalitarismo, en agente justificador del crimen y la tortura.

En nuestra historia reciente recuerdo el tiempo anterior a la invasión de Iraq, un país ocupado militarmente con la excusa de la lucha contra el terrorismo, la implantación de la democracia y la defensa de los DDHH, que convertía en simpatizante de Sadam Hussein a cualquiera que se opusiera a esa masacre que no pretendía otra cosa que hacerse con el control de sus recursos petrolíferos, obsesión de la familia Bush, petroleros tejanos. Primero lo intentó el padre, su hijo culminó la faena. Como dijo el pequeño de la familia, Jeb, que actualmente se postula a la presidencia de aquel país con los republicanos, los españoles no entendimos los beneficios que se podían obtener de aquella operación. Sí lo entendimos, pero no nos gustaba aquello de sangre por petróleo. Somos raritos.

En nuestro país también se utiliza a las víctimas del terrorismo, constantemente, para obtener de forma vergonzosa réditos políticos sin contestación, calificando de proetarra al que lleve la contraria a los que exhiben el respeto a las víctimas como una patente exclusiva. Mas no de todas las víctimas, claro está, sino sólo de aquellas que se manifiestan afines ideológicamente. Con motivo del aniversario del atentado del 11-M, ningún medio ha destacado la importancia que tiene para la normal convivencia del Sistema Democrático el vacío clamoroso que ha supuesto la ausencia de las autoridades locales del PP en los actos convocados por la Asociación 11-M Afectados del Terrorismo, la que preside Pilar Manjón. Asociación que no sólo no cuenta con el apoyo de las instituciones del Partido Popular, sino que es perseguida allá donde gobierna, negándoles la menor ayuda y arrebatándoles locales y prestaciones cada vez que ganan una nueva alcaldía. Era su obligación estar allí. No sirve de excusa afirmar: “Nosotros convocamos el acto oficial y el que no acuda, allá él”. Las otras asociaciones también tendrían que decir algo aquí, no entiendo por qué callan. En fin, hasta de esto han hecho dos Españas. Bono fue a una manifestación creyendo que lo de las víctimas del terrorismo iba en serio y por poco lo muelen a hostias los alegres chavales del centro.

Ahora Venezuela se ha convertido en la diana de los nuevos cruzados de los Derechos Humanos, aquellos que afirman que los familiares de los asesinados por Franco que todavía están en las fosas comunes sólo se acuerdan de ellos cuando hay subvenciones. Está claro que cualquiera, como es mi caso, que hable de este asunto se convertirá automáticamente en defensor del “chavismo”, pero me trae sin cuidado que se tergiversen mis palabras. Ya estoy acostumbrado a tener que justificarme cada vez que me hacen entrevistas medios de la derecha en los que me suelen pedir que reniegue de Chávez y Fidel Castro como condición necesaria para que mis palabras tengan algún sentido. Yo condeno si paliativos cualquier acto de violación de los Derechos Humanos, allá donde se produzca, también en España, donde los disparos de las pelotas de la guardia civil causaron la muerte de quince personas que intentaban llegar a la costa a nado. Señor Fernández Díaz, yo no soy de comunión diaria como usted, pero les habría echado una cuerda. Condeno la violación de los Derechos Humanos en todos lados, sin excluir los países afines a lo que ellos suponen que es mi ideología. También condeno cualquier acto de terrorismo que asesina hombres, mujeres y niños inocentes, por supuesto, aunque soy consciente de que los principales valedores de la lucha antiterrorista distinguen entre las víctimas buenas y las demás. Lo que está viviendo el pueblo palestino ante la indiferencia de estos prohombres defensores de los Derechos Humanos es una vergüenza de una dimensión tan apabullante que les inhabilita para hablar en nombre de esos derechos fruto de una larga lucha del activismo civil. Baste recordar que sólo en el último ataque israelí del pasado verano, llamado “Margen Protector”, murieron en los bombardeos más de quinientos niños. Los responsables han vuelto a ganar las elecciones, que su dios les perdone a ellos y a sus votantes, yo no tengo esa capacidad, soy un simple humano. Los que amparan, justifican y promueven esos actos con su veto en la ONU, y sus colegas de gobiernos democráticos que callan y miran hacia otro lado ante este genocidio perpetrado durante tantos años, donde ya no cabe la excusa del nazismo en la que los ciudadanos contaban que no podían sospechar lo que ocurría en los campos de exterminio, esos, esos mismos, son los que llevan también lustros exigiendo el respeto a los Derechos Humanos en Corea del Norte, Venezuela y Cuba que, como todos sabemos, ha sufrido un bloqueo que ha padecido su pueblo de forma totalmente arbitraria y selectiva.

La razón es clara: a la falta de respeto a los Derechos Humanos, se suma una política que evita la expansión de eso que llaman el “libre mercado”. Si no se dan esas dos circunstancias, cualquier país puede asesinar, torturar, violar a su mujeres, secuestrar y condenar a la pobreza extrema a su infancia, que no va a obtener contestación alguna de los principales valedores de la Democracia y la Libertad.

Felipe González ha decidido echarse al ruedo de la defensa de los DDHH en Venezuela de forma activa, tal vez motivado por el aluvión de noticias que tenemos sobre Maduro, que se ha convertido en el enemigo número uno del planeta y el principal agente desestabilizador de nuestro mundo. Hay veces que el diario El País en su edición digital lleva hasta cuatro noticias sobre Venezuela, siempre de contenido político, todos los días sale al menos un artículo sobre este país en un ejemplo sin precedentes, que yo recuerde, de conducción de la opinión política de sus lectores. Sus motivos tendrán, pero viendo cómo está el mundo todo parece indicar que tamaña campaña mantenida durante meses y meses responde más a sus intereses empresariales que a un deseo de denuncia real. Si la intención es informar, pueden estar seguros que nos hemos dado por enterados. Hubiéramos agradecido tanto celo cuando en Guatemala asesinaban sin contemplaciones a los ciudadanos en lo que llamaron más tarde guerra civil, que causó cientos de miles de muertos a manos del ejército y de los escuadrones de la muerte. El padre de Rigoberta Menchú (premio Nóbel de la Paz) fue quemado con fósforo blanco junto con otros 37 campesinos en el asalto a la embajada española, su madre torturada y asesinada por el ejército, su hermano quemado vivo en una plaza pública. Las matanzas de los indios eran constantes y a las niñas las violaban y las convertían en esclavas sexuales de los soldados. Todo esto quedó probado en el juicio contra el entonces presidente Ríos Montt, que fue condenado a ochenta años de cárcel: “¡Bien, el triunfo del Estado de Derecho!”. Una vez superado el paripé y publicitada la noticia de la sentencia con gran estrépito propagandístico por todo el mundo, la anularon por un problema de forma. Miles de asesinatos y violaciones impunes por una cuestión formal. No nos machacaron con noticias sobre estos crímenes. ¿Hace esto mejor a Maduro? No, nos hace más idiotas a los demás.

Hace unos años se publicó una encuesta sobre la percepción que los ciudadanos tienen de América Latina. En el último lugar aparecía Venezuela, y Chávez como el presidente peor valorado, por encima de él estaba Fidel Castro. En el número uno aparecía Colombia, donde se habían producido cientos de asesinatos políticos en esos años, eso sí, a manos de paramilitares, que aunque luego se demostró que contaban con la bendición del Gobierno, no computan en las violaciones de DDHH porque son asesinatos “anónimos”, caídos del cielo. Así se escribe la Historia. Ni Chávez ni Fidel Castro, aunque fuera su deseo, pueden permitirse los lujos de estos jefes de Estado bendecidos por la democracia internacional con su terrorismo silente. “Son nuestros extravagant friends”,extravagant friends que diría José Mari.

En fin, la ventaja que tiene la era moderna es que, gracias a los viajes en avión, uno puede ir defendiendo los DDHH saltando de país en país como en el viejo juego infantil: “De oca a oca y tiro porque me toca”, pasando en el aire por lugares donde las masacres se perpetran con impunidad bajo la espesa foresta o el devastado altiplano.

Bienvenido sea Felipe González a la lucha selectiva de los DDHH en Venezuela. Algún día tendría que dedicar unas palabras sobre el tema a su adorado México, donde trabaja para Carlos Slim, segunda fortuna del mundo. Allí, recientemente, las autoridades democráticas y competentes han asesinado a 43 estudiantes de la escuela normal de Ayotzinapa, y buscando los cadáveres se han encontrado una y otra vez con fosas comunes de otras cosillas, alucinante. ¿Y Honduras? ¿Quién condena aquellos asesinatos políticos?

¿Acaso Venezuela es intocable? En absoluto, pero esa idea que ha tenido el señor González de crear un frente común con los expresidentes de Chile, Uruguay y Brasil, exclusivamente para el régimen bolivariano, podrían aplicarla también donde las necesidades son, al menos, igual de urgentes.

Venezuela es observada con el microscopio internacional. Tan sólo reclamo un poco de justicia con los países donde los Derechos Humanos son pisoteados ante la indiferencia de las grandes potencias porque se pliegan a entregar sus riquezas por un módico precio. En lo económico son corruptos y dóciles, pasarán la prueba del algodón democrático.

Mientras escribo estas líneas leo la noticia del encuentro entre la alta representante para la política exterior europea, la señora Mogherini, y Raúl Castro para hablar de sus cosas y no faltó, claro está, el tema de los DDHH. Por insistir un poco más diré que me temo que no se pasará por Guantánamo, donde hay faena y mucha, pero claro, ese paraíso en el limbo de la Justicia donde se retiene a seres humanos secuestrados durante años sin acusación, cargo alguno o juicio, es una cárcel de los nuestros.

'To be or not to be de los nuestros, that is the question'. Hagan ustedes política, es legítimo, pero dejen los Derechos Humanos en paz, bastante los pisotean los tiranos para que los utilicen también de comodín sus pretendidos defensores de forma selectiva para vender ideología.

Otro día hablaremos de cuando Venezuela no era noticia y gobernaba Carlos Andrés Pérez, extravagant friend de Felipe. Entonces se podía matar con impunidad, sin faltar al respeto a los que velan por los Derechos Humanos. La comodidad del que vela el sueño del amo.

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