@cibermonfi

La montaña podría parir un ratón

No habrá un nuevo 14 de Abril de 1931. Ni tan siquiera un 6 de Diciembre de 1978. Los sondeos difundidos estos días auguran que el año electoral de 2015 no concluirá con la expresión de un deseo de cambio en profundidad por parte de una mayoría de españoles. A lo sumo, un tercio del electorado depositará papeletas a favor de las fuerzas políticas –viejas o nuevas– que defienden la apertura de un proceso constituyente, reconstituyente o como quieran ustedes llamarle, de una Segunda Transición democrática en toda regla.

La vida es móvil, por supuesto. Insisto en que escribo a tenor de las encuestas de ahora, de la instantánea que ofrecen de los sentimientos de los electores en este arranque de la primavera de 2015. Sucesos imprevisibles –una tragedia, un escandalazo aún más mayúsculo que los que ya conocemos, un grave deterioro de la situación económica, una campaña particularmente brillante…– pueden cambiar esta instantánea en las semanas que quedan hasta las elecciones municipales y autonómicas y, aún más, en los meses que restan para las generales.

A fecha de hoy, lo que nos dicen esas encuestas –y el resultado de las recientes elecciones andaluzas– es que el PP y el PSOE se desinflan, pierden muchos votos, sí, pero no resultan barridos en absoluto, ninguno de los dos cae en esa marginalidad que asociamos con el PASOK griego. También nos dicen que emergen con vigor dos nuevas fuerzas –Podemos y Ciudadanos–, pero que ninguna de ellas alcanza el nivel suficiente para encabezar el poder ejecutivo, ya no digamos para gobernar en solitario. Preciso que hablo a escala española, entrar en matices locales y comunitarios exigiría cientos de palabras adicionales.

Dado todo lo que ha ocurrido, desde el empobrecimiento de millones de españoles al descubrimiento de la gangrena de la corrupción, pasando por la obscenidad en el ejercicio del autoritarismo y la injusticia, podría decirse –si estas previsiones se confirman– que la montaña parirá un ratón. Para alegría de periodistas y politólogos, que así tendrían de lo que hablar, cambiaría el mapa electoral. Para desesperación de millones de ciudadanos, la España real no cambiaría.

Una mayoría de españoles parece seguir prefiriendo lo malo conocido que lo bueno por conocer. El miedo –el más infeccioso de los sentimientos-, los reflejos conservadores –madrecita, que me quede como estoy– y el lavado de cerebro de los medios tradicionales, empujan en esa dirección. Quizá también el hecho de que, pese a todo, la miseria no ha llegado aquí a ser tan extrema como, por ejemplo, en Grecia.

Y así tenemos que, a finales de 2015, el PP podría seguir gobernando en muchos de sus feudos locales y autonómicos, y hasta en el conjunto de España, con el apoyo de Ciudadanos. Lo que habría ocurrido es un trasvase de una parte de sus votos a una marca de derechas más limpita y presentable. Pero la esencia del programa conservador español –desde la intangibilidad del modelo territorial hasta el capitalismo feroz– seguiría marcando nuestra vida.

Tendríamos, pues, nueva politiquería, no nueva mayoría política. En caso de necesidad, Ciudadanos –ese invento del IBEX 35 y sus apóstoles mediáticos– hasta podría servir para una Grosse Koalition con un PSOE neofelipista, un PSOE imbuido de pragmatismo, responsabilidad de Estado, amor a la monarquía, la Constitución de 1978 y la sagrada unidad de España, rechazo del populismo –sea lo que sea eso, que yo aún no me he aclarado– y compañerismo con los amigos de los consejos de administración. ¿Es así el PSOE de Susana Díaz y Pedro Sánchez?

El rey Juan Carlos firma la ley de su abdicación, en presencia de la reina Sofía, el pasado 18 de junio en el Palacio Real. EFE

Ciudadanos compite con Podemos en la carrera por hacerse con los votantes menos ideologizados

Ciudadanos compite con Podemos en la carrera por hacerse con los votantes menos ideologizados

Ni que decir tiene que la izquierda partidaria de un cambio sustancial también está contribuyendo a que el cabreo mayoritario no se refleje tal cual en las urnas. Ni tan siquiera es capaz de agruparse. El sectarismo del grupo dirigente de Podemos al que aludió aquí mismo Sánchez-Cuenca, las divisiones cainitas de Izquierda Unida, la sopa de siglas de los que sostienen que nuestra democracia y nuestro modelo socioeconómico son manifiestamente mejorables, resultan desesperantes. A la izquierda del PSOE se enarbolan hoy banderas socialdemócratas, las banderas de Jean Jaurès, pero son tantas y tan peleadas entre sí que la peña está mareada.

Siempre a tenor de las encuestas –y de los resultados andaluces–, Podemos se convertiría en la primera fuerza entre los que proponen jugar con una nueva baraja, no con la que, de tan usada y tan marcada, no aceptaría ni el más fervoroso creyente en los Reyes Magos. Pero su empuje del pasado otoño ha perdido vigor. Han influido, sin duda, la brutal campaña en su contra y el surgimiento de Ciudadanos, pero también su incapacidad para tender puentes con aliados potenciales, para reclutar talento independiente o procedente del PSOE e IU, para explicar bien la menudencia de algunos pecados personales, para desprenderse, en definitiva, de cierta imagen de Nueva Capilla.

España tiene, siempre ha tenido, una derecha más popular y numerosa de lo que la izquierda se imagina. Incluso Franco contó con el apoyo de una parte notable de la población. Y España siempre ha tenido una izquierda comme il faut, o sea, propensa a la división. Si a la derecha hastiada del PP se le propone un yerno presentable, si el PSOE sigue abducido por el felipismo y si las fuerzas a su izquierda persisten en el espíritu del Frente Popular de Judea, el resultado puede ser el soñado por el establishment: que siga lo mismo con algún ligero retoque.

Más sobre este tema
stats