A la carga

Entre la pureza y el temor

La prioridad, en estos momentos, consiste en echar al Partido Popular del poder. La corrupción sistémica del PP es incompatible con un ejercicio responsable de la representación democrática.

En países desarrollados, un político como Rajoy habría dimitido en el momento mismo en el que los papeles de Bárcenas que demostraban la financiación ilegal del partido salieron a la luz. No tiene sentido que el presidente del Gobierno sea el responsable de una organización política que, durante décadas, ha estado defraudando a Hacienda mediante un sistema de contabilidad paralela.

Que Rajoy no haya dimitido todavía constituye una anomalía democrática que es preciso corregir.

Debido a la fragmentación partidista que muestran las encuestas, podría suceder que en muchas comunidades autónomas y municipios continúe gobernando el Partido Popular gracias al concurso de Ciudadanos. En ausencia de Ciudadanos, bastaba que el PP perdiese la mayoría absoluta para que se abriese la posibilidad de acuerdos de gobierno de izquierdas. Ahora todo se ha vuelto un poco más complicado. Pero precisamente por ello es alarmante que las fuerzas de izquierda estén tan divididas y enfrentadas entre sí.

En la izquierda hay ahora mismo tres fuerzas, PSOE, Podemos e IU. Los podemitas y los de Izquierda Unida desprecian al PSOE, al que consideran parte de la casta, el bipartidismo y el régimen del 78, concluyendo que es indistinguible del PP. Por su parte, los pesoístas no dudan en ver a sus competidores como neocomunistas, radicales, sectarios, pueriles y faltos de preparación para la gestión pública.

Con respecto a Podemos, va siendo hora de que abandonen su ensoñación inicial de alcanzar el poder mediante una victoria electoral. Todo parece indicar que obtendrán un buen resultado, por encima del 15%, pero muy alejado en cualquier caso del porcentaje que les permitiría gobernar. Igualmente, toca que se olviden de su proyecto constituyente de refundación política de la democracia española.

Eso no va a suceder, se pongan como se pongan: España, desde luego, tiene muchas imperfecciones y limitaciones, pero es un país desarrollado que ha alcanzado un nivel de renta en el que una mayoría amplia de la sociedad no ve con buenos ojos la inestabilidad y la incertidumbre que traería aparejado un periodo constituyente en el que se hiciera tabla rasa de todo lo conseguido hasta el momento.

De la misma manera, creo que son muchos quienes no entenderían que, por puro sectarismo político, Podemos no quisiera apoyar un Gobierno del PSOE y dejase que el PP se mantuviese en el poder. Esa especie de pureza ideológica podría encontrar cierta comprensión entre los más doctrinarios, pero no entre amplias capas de la sociedad que aspiran a un Gobierno más digno, limpio y solidario que el que hemos tenido estos últimos años.

En cuanto al PSOE, sería absurdo que dejara al PP seguir gobernando si pudiera evitarlo mediante algún tipo de acuerdo con Podemos; o que siguiese acariciando el plan de formar algún tipo de gran coalición con el PP (o con el PP más Ciudadanos) que marginara a un sector muy importante de la izquierda.

El PSOE debería abandonar su temor a encabezar un Gobierno de izquierdas. De hecho, la socialdemocracia necesita sacudirse sus inercias y pensar en nuevas formas de aumentar la justicia social, corrigiendo (o impidiendo que vuelva a surgir) la brutal desigualdad que ha aparecido durante los años de crisis.

No estoy hablando de reditar un “Frente Popular”, sino tan solo de no desaprovechar las oportunidades que puedan darse, antes o después de las elecciones, para formar alianzas que impidan la supervivencia del PP en el poder. Eso requiere que los podemitas abandonen su pureza y los pesoístas sus temores.

Si así lo hicieran, si alcanzaran algún tipo de entendimiento, Podemos conseguiría bajar a la Tierra y poner en práctica algunas de sus propuestas, demostrando que no son utópicas o dañinas. El PSOE, a su vez, podría superar sus problemas de credibilidad: mucha gente no se fía de sus promesas actuales porque no olvida las renuncias que realizó en sus periodos anteriores de gobierno. Si no lo hicieron entonces, ¿por qué lo van a hacer la próxima vez?

Si Podemos tirara un poco del PSOE hacia la izquierda y el PSOE consiguiese que Podemos hablase con algo más de fundamento y de realismo sobre cuestiones económicas, la izquierda en general saldría ganando. Habría muchas consecuencias positivas: el PSOE podría adoptar una posición más crítica con la integración europea y Podemos podría reconocer las limitaciones que supone formar parte de la unión monetaria; el PSOE no podría dejar la política económica en manos de economistas liberales, pero Podemos tendría que reconocer que la recaudación fiscal no aumenta por mera voluntad política; el PSOE tendría que dar más importancia a la igualdad y la redistribución y Podemos tendría que pensar más seriamente en cómo aumentar la eficiencia del país; y así sucesivamente

En el actual panorama político, esta vía argumentativa puede sonar totalmente extemporánea. Podemos ha crecido en buena medida por la decepción de muchos votantes con la socialdemocracia del PSOE. Y el PSOE sigue considerando que Podemos es un molesto fenómeno coyuntural asociado a la crisis que le resta posibilidades de gobernar. Los líderes de Podemos piensan que su objetivo consiste en remplazar al PSOE en la izquierda, mientras que los pesoístas consideran que cualquier acercamiento a Podemos les quita respetabilidad.

Todo esto ya lo sabemos. Pero no está de más recordar que lo que quiere una mayoría de españoles es que termine la pesadilla de este Gobierno del PP. Y la fragmentación de la izquierda y su enfrentamiento cainita solo alarga el despertar de la pesadilla.

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