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La gran paradoja del 21A: un Parlamento más soberanista, una ciudadanía menos independentista

Nacido en los 50

Sin tregua

El Gran Wyoming

La mañana del lunes que siguió a la formación de los diferentes ayuntamientos y comunidades autónomas vino plagada en los medios de comunicación de la exigencia de dimisión del concejal de Cultura del Ayuntamiento de Madrid.

Un clamor universal ha barrido los medios. Ni siquiera los famosos SMS de Rajoy a Bárcenas, sin duda un caso mucho más grave, que delataron una múltiple condición del presidente del Gobierno delatándole como mentiroso, colaborador y encubridor de una trama mafiosa, que le inhabilitaba de todo punto para continuar al frente de la presidencia de la nación, suscitaron tal unanimidad y rechazo. Hubo inhibiciones clamorosas por parte de algunos medios, incluso apelaciones al derecho a la intimidad, discutibles, pero en otro contexto, como se suele decir.

Ni siquiera se molestó en dar una explicación, una disculpa, como el rey, “me he equivocado, no volverá a ocurrir”, no se dignó, nos castigó con su desprecio y siguió tan pancho, como si nada. Se dejó llevar por el sentido común: “De aquí no me voy ni de coña, hay mucha tela en juego”.

Es curioso cómo cambia el umbral de exigencia en función de quién es el receptor de la queja. Sin que una situación haga buena a la otra, y sin ánimo de entrar en el y tú más, este suceso de los chistes en Twitter que, a pesar de venir del pasado se presenta en el momento oportuno, como si fuera una bomba con temporizador activada para explotar en el momento oportuno, ha eclipsado la noticia que debería llenar los espacios de la información: por primera vez en muchos años, esa población que vivía de espaldas a la realidad política y en algunos casos abominaba, repudiaba a esa clase de la que afirmaba que no les representaba, ha salido a la calle a manifestar su alegría ante la presencia en los balcones de los nuevos administradores.

No sé si el mensaje se ha entendido bien. A pesar de que las elecciones eran para los Gobiernos locales, la idea que subyace es la de recuperar un sentido de la democracia teórico en el que representantes y representados sean una misma cosa y que los primeros, tal y como afirma la definición de este sistema político, se limiten a administrar la voluntad popular, no a ejercer de estrellas de la política, de genios visionarios, o de conductores que circulan por la autovía de lo que se ha dado en llamar el “sentido común”, para llevar el vehículo en la dirección que ordenen esos poderes fácticos que constituyen el establishment, a los que nadie ha votado, y que no pretenden otra cosa que favorecer el interés de los llamados mercados mercados generando pobreza por doquier.

Véase lo que dice la directora gerente del FMI. El discurso de Christine Lagarde es tan insultante, despótico e irracional, que no puede entenderse más que como un desafío al Sistema Democrático en términos de chantaje: quienquiera que salga de esas urnas tendrá que ponerse de rodillas y postrarse delante de nosotros, porque nosotros somos el dinero, somos el poder, en nuestras manos está el futuro, su futuro, señor votante.

Tengo la impresión de que la tendencia expresada en las urnas es la del que ve las orejas al lobo y vislumbra una luz de esperanza a la que agarrarse, abandonando el derrotismo que representaba la impotencia de hacer frente a un enemigo tan poderoso y globalizado ante el que los partidos políticos parecían haberse doblegado, limitándose, en el mejor de los casos, a incluir medidas coyunturales que paliaran la que se nos viniera encima, pero sin cuestionar al amo. Nunca como ahora el capitalismo se ha mostrado con un rostro tan feroz, tan evidente, implosivo y descarado. Están atacando por diferentes frentes exigiendo lo que llaman reformas estructurales profundas (que lo son), promulgando leyes represivas, tratados comerciales, medidas que caminan siempre en la misma dirección: la abolición de la voluntad popular, de la Democracia.

Bien, frente a este acoso la ciudadanía recupera un hábito antiguo que era el de tomar en sus manos la acción política, el debate, procurar solución a los problemas inmediatos. Se vuelve a hablar de política en los bares, en las calles, en los trabajos. Los libros de ensayo y divulgación de contenido político se venden más que nunca. Creo que el personal empieza a plantearse su posición frente a esta agresión desde el poder en términos más políticos que pragmáticos. Quiere que sus representantes se hagan cargo y promuevan el mundo en el que quiere vivir abandonando las políticas de supervivencia, de sonrisa con las que nos quieren hundir en la miseria, de connivencia con el que todo lo tiene, todo lo quiere, y acusa al pobre de vivir por encima de sus posibilidades.

Los ciudadanos buscan representantes que planten cara a los que nos llevan a un mundo peor que el que tenemos sin molestarse siquiera en buscar una coartada convincente de por qué nos arrastran a ese escenario. La crisis ya se está superando, dicen. Entonces, ¿cuál es la razón por la que la austeridad progresiva y, según parece, sin límite, prevalece frente a otras opciones? ¿Debe el ciudadano renunciar a una vida mejor? ¿No es ese el motor de la economía liberal de libre mercado?

Por más que pretendan ocultarlo, el resultado de estas elecciones ha removido las tripas de los que se sentían seguros en sus sillones de gestión, como a ellos les gusta, sin intervención del Estado. Ya saben, libertad es lo que piden.

Vienen tiempos de control del dinero público, precisamente, eso que nos reclamaban desde Europa una y otra vez, aunque en otro sentido. A ellos no les importaba la corrupción y el latrocinio en el que nos tenían sumidos estos políticos sin alma. Al menos no nos han hecho llegar su repulsa y su solidaridad ante este escándalo que era motivo de escarnio en todo el mundo y que se convirtió en la verdadera Marca España. Ellos les consentían todo, se retrataban con nuestros próceres, con Berlusconi también, muy sonrientes porque no buscaban en ellos honradez, sino fidelidad al proyecto: sumisión. Como Saturno, devoraban a sus hijos.

La puesta en escena mediática de este lunes es el aviso a estos advenedizos de lo que les espera. Ni aquí, ni allí, van a ser condescendientes con ellos. Ahora las trituradoras de documentos se están tomando un respiro, pero pronto estarán listas para hacer jirones a los nuevos ediles.

Mientras, también de forma estratégica, aparece un marrón en el clan de Cifuentes de los de la vieja escuela, una cosa de concesión poco clara de terrenos públicos a empresas de amiguetes de toda la vida, empresarios relacionados con el tamayazo, y con su marido también en el ajo. Si Rivera, que debe saberlo y se pone tan tiquismiquis con estas cosas, fuera consecuente, doña Cristina tendría un problema serio, pero pasará desapercibido porque ese no es el enemigo a batir. Cifuentes no es peligrosa. Creo que Christine Lagarde echaría un vistazo por encima para concluir: “ningún problema, es de los nuestros”.

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