Plaza Pública

¡Qué falta de educación!

Fabiola Maqueda

Para formar el puzzle de la Educación Obligatoria debemos elegir piezas figurativas que evoquen el clásico dibujo infantil de una comunidad escolar: administradores de la cosa con gafas y corbata, asociaciones de padres con bolsos empapelados de facturas, profesores con extintores, y un alumnado de paparazzis atentos a grabar cada instantánea. Para concluirlo, utilizar un fondo sin matices ni ráfagas, del color del chapapote. La marea verde es una invención de los sindicatos para llamar la atención de los medios, los profesores de secundaria se mueven al ritmo de contradanza en la densa marea negra de esa comunidad en guerra.

Fuimos vendidos barato por Aguirre y su discípula, matrícula de honor, Lucía Figar (aunque la regenerada Cristina Cifuentes también pertenece al club de las excelentes) y ahora nos despedazamos entre nosotros: titulares con plaza fija y sueldo vacacional pero “desarmados”, contra una ola de interinos que hemos pagado cuota fija en las dos últimas anualidades –casi 80 euros de matrícula por convocatoria de oposiciones– para garantizar nuestra fe inquebrantable en un sistema educativo que se derrumba. Somos el batallón de los torpes de ese cuerpo de funcionarios sin cartera y, aunque apenas cortesanas durante el curso académico, engrosaremos después las listas de parados siendo una ominosa carga para un Estado inflacionario en su base social. Quizás por eso la administración educativa sacude la alfombra, cada caluroso estío, para que saltemos los ácaros que afeamos la celebración de la fiesta del fracaso escolar.

En las últimas convocatorias al Cuerpo de Secundaria la oferta de plazas, en el turno libre, no ha sobrepasado la decena en la especialidad de Lengua, asignatura troncal, para los cientos de institutos de la Comunidad de Madrid, sin que sepamos cuáles son los conocimientos exigidos a los “mejores profesores” que la Consejería ha publicitado como eslogan vacío de contenido. Los interinos ignoramos los criterios por los que se mide nuestro rendimiento en los exámenes, si bien se chatea que quieren recurrir al modelo de preguntas-test, no se deciden. Entretanto, arbitran fórmulas equívocas y arteras para esquilmar la lista de aspirantes al máximo: unas veces, ampliando los enunciados y reduciendo el tiempo de los ejercicios haciéndolos inabordables y, en la del verano en curso, con preguntas abiertas, pero cuyas respuestas se adivinan cerradas. Nunca lo sabremos, porque ni la comisión que organiza este maratón de corredores sin fondo los publica, ni los tribunales examinadores los revelan, como si se tratase de un secreto inviolable. Al parecer, los profesionales de la enseñanza se han convertido en actantes con mandato político, en su opaca central de recursos humanos. Fiel copia de las estructuras piramidales de las grandes empresas privadas, en los procedimientos administrativos de una convocatoria pública, las decisiones adoptadas por la Dirección General llegan a los profesores titulares de cada tribunal, no como recomendaciones sino como decálogo, que se les hará llegar en sobre cerrado sólo cuando los opositores hayamos concluido las seis horas de ejercicios de la primera fase. Como puede verse, tampoco los funcionarios con plaza gozan de su confianza. Todos vigilan a todos.

Relataré como anécdota delirante que en el desarrollo de esa primera fase se nos priva de un sencillo abanico y se otea con escrúpulo la sospechosa botella de agua que ingerimos a pequeños sorbos, quizás por si en su banda publicitaria se colara inadvertidamente una chuleta y, por supuesto, no se nos permite ir al excusado. Finalizada esta tortura, los ejercicios se introducirán ceremoniosamente en sobres cerrados con un número de registro, por el sistema concursal de plica, y todos nos iremos a merendar. Se habrá consumado el primer acto de la farsa. Cuando los evaluadores regresan a enfrentar sus deberes, los inspectores, guardianes de este castillo de traca, los someterán al rito de adhesión a los criterios de corrección soplándoles al oído un mantra contra la desobediencia y la amenaza de expediente, con el que quedarán convencidos de su labor de expurgadores de esta promoción de ácaros.

Que si han cometido faltas de ortografía, que si no se acuerdan de los textos comentados por Don Dámaso Alonso, que si no saben nada de análisis sintáctico, o sea, que no merecen el aprobado esta vez. Ya, pero no todos hemos cometido esos errores, ¿por qué nos debemos poner el sambenito sudado de la anterior temporada? Más aún, estamos satisfechos de nuestro ejercicio. ¿Qué infracción tan grave hemos cometido para perder puntos en esta renovada conducción? Silencio administrativo: No sabe, no contesta. ¡Esto ha sido una escabechina! Y los sufridos miembros del tribunal guardan tu examen con celo cuando tienen el arbitrio de mostrártelo e indicarte los fallos que tanto les escandaliza. Insistes pues con las reclamaciones, pero guardarán el secreto de los “criterios de calificación” hasta que se jubilen y puedan contarlo como una travesura a sus nietos. Pero lo cierto es que han prevaricado por cuatro duros al colaborar en un procedimiento injusto y opaco, que deja sin trabajo a miles de interinos. Si Polifemo hubiese sabido que era tan fácil cazar a esta clase de funcionarios domados, ahora estarían arredilados en su lúgubre cueva mucho más fresquitos que en las aulas de un instituto de Fuenlabrada.

Por otra parte, los interinos que hemos suspendido, desplazados hasta las últimas listas con notas vergonzantes, tenemos, sin embargo, constancia experiencial de fallas y abismos en la estructura del sistema de educación pública que merecerían ser reparados con fiero empeño, pero todos juntos, en vez de aplicarse a enfrentarnos y excluirnos de ese escenario. Hace años que venimos participando en esta larga andadura como quijotes que han recorrido muchas posadas de la Comunidad de Madrid y compartido con los profesores titulares los apuros de sus mesoneros –secretarios, directores y jefes de estudios– para llegar a fin de curso. Así la historia se invierte y Sancho Panza engorda su abultado vientre con las sentencias de los populares.

Decía Antonio Álvarez Solís en los años 90 que lo peor estaba por venir. Ya verás cuando la corrupción se haga extensiva. Un profeta en su tierra aquel buen periodista, de opinión fundada, conocedor de los deslices patrios del funcionariado. Sí, Antonio, ya llegó, pero con la pátina de la legitimidad que el Estado privatizador impone a sus decretos, cuidando las formas sin rozar nunca el fondo del asunto: que no se toque una coma de los currículos de la Secundaria, aunque se espante toda curiosidad por aprender en el alumnado. Que no te gusta el caldo que te doy, pues taza y media. Por eso, ni LOE ni LOMCE, esa no es ya la cuestión determinante para situar la instrucción pública en su casilla de partida. Bien que lo siento Manuel Rivas (De qué hablaremos cuando estemos vivos. El País dominical, 5 de julio) ya no es creíble hablar de conocimiento, pues semejante propósito no despunta entre las prioridades de una sociedad globalizada por el poderoso Don Dinero. Lo urgente es implicar a los jóvenes en la creación de todo texto, verbal o audiovisual, de reconciliarlos con la memoria de los que soñaron y ambicionaron ser únicos en esta aventura del descubrimiento, para llegar a ser algún día herederos de una cultura crítica. Y eso no se resuelve con el análisis sintáctico de la oración simple, sino con el discurso desde el párrafo, con la lectura de textos literarios y no de fragmentos entresacados e incompletos, de la que extraen, displicentes, una lección irrefutable: lo mal que escribían nuestros clásicos. ¡Mira que poner doble erre a inicio de palabra! Pues claro, no se pueden explicar las últimas normas ortográficas de la RAE y bendecir a un literato del siglo XV, que parece incumplirlas, con la convicta derrota con que asumimos una multa de tráfico.

La educación de nuestros adolescentes adolece de una profunda reforma de los currículos. No debemos sólo difundir los mismos contenidos con ayuda de una suma de tecnologías de pie quebrado, aula a aula, con conexiones Movistar e implementación de diversos artefactos multimedia, estos son medios y no fines. Por si acaso acuérdense del dicho popular: “Por mucho que la mona se vista de seda, mona se queda”. Y si no quieren creer a esta profesora interina, vaga y privilegiada por antonomasia, léanse el decreto del BOCM para la Enseñanza Secundaria y díganme si sus hijos han adquirido la retahíla de competencias previstas para cuando ultimen el ciclo obligatorio, o si, más bien, aprecian que siguen exigiendo el último modelo de tablet, portátil o móvil para que les resuelva, con un masaje digital, lo que nunca han querido aprender de nuestra lengua. Esta lección sobre cómo recuperar la cultura general para las nuevas generaciones la tienen mucho mejor aprendida los interinos que los titulares, que se han rendido a la evidencia del modelo único para mantener su puesto de trabajo. Nada de estimulación ni emprendimiento, ejercicio pleno de la voluntad de nuestros alumnos en ese tiempo previsto para su aprendizaje. La escuela no es un gimnasio ni un centro de negocios. ESO no es.

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Fabiola Maqueda es profesora y periodista

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