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La gran paradoja del 21A: un Parlamento más soberanista, una ciudadanía menos independentista

Buzón de Voz

Ni dios lo tiene fácil el 27-S

Las elecciones de este domingo 27-S en Cataluña visibilizan una fractura (¿al 50%?) que viene de lejos, pero también la dramatización de un conflicto en el que escasean las certezas y abundan las exageraciones, las manipulaciones y las falacias.

1) Los independentistas de Junts pel SíJunts pel Sí saben muy bien que no se trata de un plebiscito, y que una mayoría absoluta en escaños no significa un sí a la independencia. Pretender que haga falta una mayoría cualificada para cambiar la ley electoral pero basten 68 escaños para proclamar la independencia es simplemente ofensivo.

2) El Partido Popular también sabe perfectamente que no se trata de un plebiscito, pero ha preferido jugar a que lo es porque calcula que la tensión generada sobre la unidad de España le viene muy bien con vistas a las elecciones generales de diciembre. No busca tanto el voto en Granollers como en Majadahonda.

3) A Artur Mas le va estupendamente figurar como número cuatro de la lista electoral con el compromiso de que una victoria holgada le garantiza seguir siendo presidente de la Generalitat; pero sobre todo le va bien que las ventajas y perjuicios de la independencia acaparen todos los focos, de modo que apenas se hable de una gestión al frente del Govern que ha consistido en recortes sociales, aplicación disciplinada de la mal llamada austeridad y una responsabilidad política personal sobre los sólidos indicios de financiación ilegal de Convergéncia más allá de operaciones policiales o investigaciones judiciales en marcha.

4) A Mariano Rajoy también le resulta muy conveniente (o eso cree) que los focos se sitúen en la unidad o la ruptura de España, debate en el que pretende ejercer de firme columna de la estabilidad, intentando obviar que durante casi cuatro años en la Moncloa ha ejercido el papel de estatua, sin un solo movimiento capaz de frenar el auge del independentismo. Desde la oposición, el PP de Rajoy dinamitó cualquier posibilidad de arreglo (aunque fuera provisional) con Cataluña. Desde el Gobierno, ha sido incapaz siquiera de renegociar una financiación que dejara sin una parte de su argumentario al soberanismo.

5) A las grandes empresas y a la banca les produce urticaria el clima de incertidumbre e inestabilidad que provocaría el éxito de los grupos independentistas, por la inseguridad jurídica y por las consecuencias prácticas que acarrea para sus negocios. Han preferido no mojarse sobre el asunto hasta la recta final de esta campaña, de modo que, si los riesgos que observan en la hoja de ruta independentista son tan elevados, cabe preguntarse hacia dónde han estado mirando desde 2010, cuando empezaron a manifestarse por la independencia (o al menos por el derecho a decidir) con una fidelidad casi “religiosa” en torno a dos millones de catalanes. Lo que era un dato (una Cataluña independiente tendría que solicitar desde cero el ingreso en la UE) se convierte en amenaza o es interpretado como tal cuando se lanza justo en vísperas del 27-S.

6) Rajoy, gracias a los esfuerzos de su mano derecha Jorge Moragas y de su amigo y ministro García Margallo, ha conseguido ser más escuchado en Berlín, Londres, Bruselas o Washington que en Santa Coloma. Desde Merkel hasta Obama han resaltado en los últimos días los perjuicios que para Cataluña acarrearía la secesión. Todos arrancan con un latiguillo: “no puedo opinar sobre asuntos internos de otro país…”. Lo cual tiene su gracia (o desgracia) a estas alturas, cuando tan acostumbrados estamos a que dirigentes e instituciones internacionales sugieran o incluso exijan decisiones internas sobre salarios, reformas laborales, pensiones, privatizaciones… y lo que se ponga por delante y por detrás.

7) A la llamada “mayoría silenciosa” le puede resultar excesiva la carga de responsabilidad que se le adjudica en cada llamamiento a movilizarse para frenar “este disparate”. Nadie se acordó de ella cuando las cúpulas de partidos nacionalistas y no nacionalistas se permitían pactar el reparto de poder y la gobernabilidad, aunque fuera a costa de contradecir sus programas o hacer la vista gorda a los indicios de corrupción.

8) Si se leen las encuestas más allá del pronóstico de escaños, conviene atender a algún otro síntoma. No es baladí, por ejemplo, que el 80% de quienes se declaraban indecisos o abstencionistas en el último ObSERvatorio de MyWord eligieran responder al sondeo en castellano y no en catalán. O la distinta respuesta que aparece cuando se plantean a los votantes dos situaciones diferentes. Si se pregunta por la posibilidad de que la UE impida la entrada a Cataluña, sólo un 10% de los que se declaran independentistas dicen que cambiarían su voto, mientras que si se propone un escenario de acuerdo futuro entre Cataluña y el Estado, entonces un 20% de los independentistas rectificarían su decisión. “En esta recta final de campaña, los mensajes en positivo tienen más posibilidades de cambiar el voto”, afirma Belén Barreiro, responsable de MyWorld y exdirectora del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS). Motivar, movilizar, ilusionar a la gente siempre ha sido más factible con un horizonte afirmativo que negativo. El Gobierno, el PP y los principales altavoces mediáticos han preferido optar por las advertencias apocalípticas. Y todo aquel que defienda opciones de diálogo y se aleje de los polos de la crispación (y manipulación) es tachado (como siempre) de blando, ingenuo o buenista, cuando no de "cómplice" de los unos o de los otros.

9) Quizás la mayor falacia de esta campaña electoral consiste en transmitir que se está eligiendo en un falso plebiscito entre independencia o inmovilismo, cuando todos los actores saben que la siguiente fase de este proceso, en caso de una amplia mayoría independentista, será la negociación de posibles reformas que de uno u otro modo han de incluir el llamado “derecho a decidir”. Con las condiciones que sean precisas. Por eso no sólo importa el techo de apoyo que logren los independentistas o el que obtengan Ciudadanos y PP en el polo opuesto, sino también el peso de posiciones moderadas como la del muy castigado PSC o el estreno de Cataluña Sí que es Pot, defensor de una consulta pero con muy diversas opiniones en su seno que habrá que comprobar cómo administra Podemos.

10) A todo ciudadano o ciudadana suficientemente informada le resultará ofensivo el argumento de que un Estado independiente acabará con la desigualdad, la corrupción o el fraude fiscal, porque eso tiene tanto rigor como decir que una reforma de la Constitución solucionaría el paro en España. Basta repasar los datos aportados por Josep Borrell y Joan Llorach para descubrir unas cuantas trampas en los números económicos de la independencia. 

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11)  El órdago lanzado por los soberanistas y el “veo ese órdago” por parte del Gobierno de Rajoy han aportado al menos un beneficio al encastillado debate territorial en España: ya pocos niegan la necesidad de reformas constitucionales, institucionales o electorales o un mix de todas ellas para desatascar este embudo suicida. No hay encuesta sobre el independentismo que no recoja un porcentaje significativo de catalanes partidarios de renegociar profundamente el encaje de Cataluña en España, y entre ellos figura un número indeterminado de votantes de lo que era Convergència.

12) La trampa política del 27-S es inseparable de la cita de las generales de diciembre, y consiste fundamentalmente en que la tensión generada sobre el futuro de España garantice la continuidad en el poder de Artur Mas en Cataluña y de Rajoy en la Moncloa. Dramatizar (en principio) moviliza a los electorados. Y hay quien no desperdicia la más mínima posibilidad de hacer un drama si de ello puede sacar provecho a corto plazo.

Ni dios lo tiene fácil este próximo domingo. En un sentido literal (sólo para creyentes católicos), dios estará en un apuro al observar que unos obispos rezan “por España y su unidad” mientras otros defienden “la personalidad y los derechos nacionales propios de Cataluña”. Pese a tantas exageraciones y falacias, religiosas o civiles, la solución democrática pasa por las urnas y no por los púlpitos.

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