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La gran paradoja del 21A: un Parlamento más soberanista, una ciudadanía menos independentista

Qué ven mis ojos

La gran brecha

“Para que sigan llenas algunas cajas fuertes, tiene que haber millones de neveras vacías”

Si quieres arreglar lo que no funciona, lo que se ha detenido, no responde, se ha quedado a oscuras o perdió la fuerza que lo movía, lo primero que necesitas es saber dónde tiene el motor. Es evidente que en este mundo la política no funciona, al menos si aceptamos que su tarea es conseguir la estabilidad de los países y el equilibrio entre sus ciudadanos, y que en una sociedad honrada el único resultado justo es el empate. Pero ¿cuál es el motor de la política? ¿Dónde está? Por desgracia, de un tiempo a esta parte, su motor es el cinismo y está instalado en los discursos tan profundamente que nunca antes habían sido más verdad esos refranes que dicen que una cosa es predicar y otra dar trigo o que estamos en manos de embaucadores que nos hablan con la cruz en el pecho y el diablo en los hechos. Siempre es demasiado tarde cuando descubrimos que los candidatos no sonreían en sus carteles electorales, sólo enseñaban los dientes.

La injusticia tiene muchos nombres, y uno de ellos es desigualdad. En su libro La gran brecha, que acaba de publicar Taurus, el premio Nobel de Economía norteamericano Joseph E. Stiglitz ha reunido una serie de ensayos y artículos que hablan justo de eso, de la desigualdad, del modo en que los privilegios de los pocos que lo tienen casi todo se basan en la falta de oportunidades del resto, algo que les lleva a tratar de conducirnos a la pobreza aunque sea a costa de perder dinero: “Si se repartiera más la prosperidad, ésta sería mayor”, dice, y ésa es la frase que más miedo da de todo su libro. Parece que la única forma de llegar al futuro sea dejándose a las tres cuartas partes de la población por el camino, enterrada en las cunetas de la Historia, como las fuerzas coloniales abandonaban a sus porteadores heridos en las junglas. En clave interna, a lo mejor eso era lo que querían decir cuando nos regalaron el oído llamándonos costaleros de la democracia.

En los textos de Stiglitz se nos viene a explicar que la crisis y los padecimientos que acarrea son un montaje de quienes manejan los hilos de la política y del dinero, es decir, los que mandan y quienes les dan las órdenes. Unos, juran en sus discursos luchar por nuestros derechos contra viento y marea, pero de micrófono para fuera dictan leyes que nos dejan sin trabajo, sin asistencia médica, al margen de la Justicia, porque ésta es “para quienes se la puedan pagar”, o sin casa. Otros, expolian a las personas, les venden productos fraudulentos, las estafan, se quedan con sus ahorros y con sus viviendas… Y la única respuesta de los gobernantes ante esos abusos es rescatar a los bancos, construirles otro yate con las tablas del naufragio y a la hora de tomar medidas ante dramas estremecedores como ese holocausto de ochenta metros cuadrados que son los desahucios, lo único que se les ocurre es mandar la policía a desalojar a las víctimas y defender a los usureros. El resultado, como también sugiere Stiglitz, es que nueve de cada diez personas duda de los políticos y sospecha de la economía, de esos mercados que nos devoran, de las empresas que nos mandan al paro aunque tengan beneficios y, sobre todo, de los bancos, que tal vez es cierto que se han convertido en organizaciones mafiosas que manejan el mundo desde la sombra; que roban a sus clientes a cara descubierta y de manera impune; que nos han hecho creer que un banco es un atraco al revés, de dentro a fuera. En La gran brecha se explica el sencillo proceso gracias al cual por muchas monedas que puedan arrojar al aire, a ellos siempre les sale cara: “Si hacen grandes apuestas y ganan, se llevan los beneficios; si pierden, la factura la paga el Estado.” Qué nos va a contar a nosotros.

Los hipócritas nos ofrecen palabras de miel y hechos de hiel, dice otro refrán, lo que demuestra que todo empieza ahí, en el lenguaje, que ésa es la frontera entre los embusteros y la verdad. “El cinismo engendra tres monstruos que amedrentan al mundo: la avaricia, la maldad y la mentira”, escribió Máximo Gorki. Y aquí el cinismo está a la orden del día: el gobernador del Banco de España enfatiza que hay que aceptar los recortes salariales “por patriotismo” y a continuación se sube el sueldo un 6%; el ministro de Industria, Energía y Turismo anima a la gente a veranear en España para ayudar a cuadrar nuestras cuentas y se va a pasar sus vacaciones a la República Dominicana… La ministra de Empleo y Seguridad Social defiende a muerte los ajustes, la moderación de los salarios y la austeridad, pero cobra una dieta mensual por alojamiento pese a tener casa en Madrid. Un juez que ha trabajado para la fundación del PP y ha sido llevado a cuestas por ese partido al puesto que ocupa, sostiene que eso no lo inhabilita para juzgar las tramas de corrupción de las que está acusado. Otros muchos dirigentes viven envueltos en la bandera pero evaden impuestos, colocan sus fortunas en paraísos fiscales o las dos cosas... Y, por supuesto, ninguno supo nada ni vio nada, no tenía conocimiento de lo que hacían sus tesoreros, ni sus encargados de repartir ayudas en los expedientes de regulación de empleo: tal vez los árboles no dejan ver el bosque, ni en la calle Génova ni en el palacio de San Telmo. La lista sería interminable y, además, ustedes ya la conocen.

La conclusión es evidente: para que la política se convierta en lo que debería ser, hay que cambiarle el motor por otro cuyo combustible no sea el cinismo. Que las promesas hechas en campaña tengan el valor de un contrato y, si alguien las incumple, deba responder por ello y, en último término, sea destituido. Lo contrario del calor es el frío. Lo contrario de la luz son las tinieblas. Lo contrario de la justicia es la impunidad.

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