Caníbales

Diario de ficción y desasosiego

Lunes

Siempre empiezo la semana anulando citas, esa habilidad que todos hemos desarrollado desde que nos conectamos por twitter, mail, facebook y todo tipo de texting, y desquedamos (o sea, nos desconectamos) con un mísero whatsapp. Es algo automático y casi compulsivo: “#ganazas de verte”. Ésos son los preliminares y luego viene el gatillazo, sin hashtag ni miramientos hashtag: un "perdona, me es imposible" que hay que traducir por un vergonzante "se me ha hecho bola y me da(s) pereza".

En las noches sin citas, queda el yoga. La profesora se acerca a colocarme y sus dedos huelen a tabaco. La profesora de yoga fuma y el jamón produce cáncer. El mundo al revés. Twitter se pone el pijama con un pronunciamiento solemne: Rajoy dice que los debates son su hábitat natural. Apago el router y pongo el móvil en modo avión, que es mi hábitat natural.

Martes

Llueve. No usar paraguas es cuestión de principios. Tres minutos después ya no llueve, diluvia, y mis principios quedan empapados. Me seco con una toalla prestada y veo que se han desteñido. “Al menos no han encogido”, pienso, pero es un alivio engañoso: sé que me vendrían mejor unos principios más pequeños (y más secos).

En el metro saco el kindle y se hace un vacío desconfiado a mi alrededor. El talento y la honestidad de Janet Malcolm en su libro sobre Sylvia Plath y Ted Hughes me dejan sin aliento y, cuando levanto la vista para respirar, un hombre me levanta el pulgar con una complicidad que el emoticono (¡odio ese emoticono!) no conseguirá nunca. Su pulgar sonríe. Sus ojos y su kindle, también.

Luego abro el whatsapp cargada de tentaciones y tijeras de podar citas, pero no, no anulo nada. ¿El premio? Una comida en la que me han propuesto cambiar el mundo y, a pesar de todo mi escepticismo, he tenido que reconocer que iban bien encaminados: el mundo tiene arreglo si lo arreglan éstos.

A última hora, corro al cine. Hay pelis pequeñitas que, como los galos de Astérix, resisten al invasor. El desconocido y El club son películas que hay que ver con urgencia. El club, eso sí, es la más terrible definición del desasosiego.

En el bus de vuelta bautizo el bitasking: la gente habla por teléfono con los auriculares puestos mientras contesta whatsapps. El autobús está lleno de malabaristas que mantienen en el aire varias conversaciones a la vez. Yo sólo tengo una: Eva ha conseguido entradas para ver La clausura del amor. Eva es la mejor. Se lo escribo y, antes de que me caiga encima el whatsapp perdido de otro pasajero, pongo el móvil en modo avión. Mi hábitat natural y todo eso.

Miércoles

Me han invitado al estreno de la próxima peli de James Bond, Spectre, en el Teatro Real. Paso y no es por ese whatsapp anulador que me domina; para nada. Es que hace semanas que he quedado con mis editores favoritos. Me apetece mucho esa cena.

Antes reuniones, claro. Hubo una época exigente en que nos prohibíamos decir “Está reunido/a” porque lo correcto es “Está en una reunión”. Ya no, ya da igual. Siempre estamos reunidos. “Somos” pura reunión. Y en las reuniones, mandan los móviles. Igual que fuera: en mi cafetería, dos hombres están en clase de inglés, una conversación esforzada que interrumpe todo el rato el teléfono del alumno. Contesta cada llamada en un impecable castellano. Media hora después, el profesor se va. Cobra lo mismo, pero seguro que prefiere impartir la clase a un alumno en modo avión.

Jueves

Insomnio y ruido. Descubro que la espesura mental absoluta es, en sí, una forma de claridad. En mi cabeza no cabe nada más. Soy, por tanto, impenetrable.

(Influye en el insomnio una conversación de la noche anterior sobre la autopublicación, pero si la cuento me la cargo. Cuento otra: hablamos también del amor; del amor y del whatsapp, que ahora son inseparables y se distorsionan el uno al otro. “El amor te llega”, dice alguien casado en la era preSMS. No sabe lo que dice. El whatsapp ha sustituido al amor y/o al sexo en las relaciones sentimentales. Esta semana ya he oído tres veces “No echo de menos una pareja, sino la ilusión de recibir whatsapps cariñoso por las mañanas y por las noches… Saber que alguien piensa en ti…”. No hablan de tocar, sino de recibir y enviar. Mi tesis es que el whatsapp no demuestra nada, que es espuma, que un “te quiero” por whatsapp no siempre es amor. Y, claro, me quedo sola con mi tesis y mi insomnio).El whatsapp ha sustituido al amor y/o al sexo en las relaciones sentimentalesMi tesis es que el whatsapp no demuestra nada, que es espuma, que un “te quiero” por whatsapp no siempre es amor

Patento la receta contra la resaca del insomne: chocolate, cosquillas y libros (hoy, el dolor y la brillantez de Chaves Nogales,“A sangre y fuego”, en homenaje a mi amigo M. y a su talento).

Viernes

La noche de los muertos mexicana se ha convertido en una mañana luminosa y llena de niños con exageradísimas cicatrices en la cara. Los niños sonríen. Sufren los padres que, como yo, no somos profesionales de la cosa. Me aterran y me impresionan esos padres colosales que han llenado el colegio de niños perfectamente maquillados, niños que jamás tendrán el trauma de no haber triunfado en Halloween.

Suspenso en maternidad.

El whatsapp se regodea con un mensaje imprevisto que es muy bienvenido.

- ¿Picamos algo?

- Es que… (mi whatsapp autodestructivo busca excusas…)

- ¿Hummus? Es una hummusería nueva.

- ¿Tiene gluten el hummus?

- Tiene garbanzos.

- Joder. Digo, vale.

(¡Garbanzos! Así no hay manera de tener un cuerpo escuálido que me haga juego con el espíritu).

Comemos garbanzos y hablamos. Y nos escuchamos, que es más importante. Estoy con una mujer que se ha parado para colocarse. Ahora vive más erguida, más serena, más sonriente. Hay que ser muy valiente para, como ella, atreverse a mirar(se). Impresiona tanto que el mundo se rinde y se va colocando también, a su alrededor, en el lugar exacto.

Me hace feliz que la gente que quiero sea feliz. Me hace más feliz todavía que sepan ser felices. (Así, además, me pueden enseñar).

Después la arrastro a Truman, claro. Cesc Gay es un genio discreto. Lo es desde su primera peli. Siempre veo lo que hace el día del estreno, como si fuera una religión: la religión de la verdad, la sencillez, la humanidad, la empatía, el humor.

Comentamos la peli sin saber que los dos candidatos alternativos (se) han probado La Moncloa. Lo resumía en un tuit Enric Hernández, director de El Periódico:

Balance del pacto antisecesionista:

Rajoy reforzado

Rivera ascendido

Sánchez, aferrado a la vía federal

Siempre nos quedará Macondo

E Iglesias, coherente y arriesgado

Aunque yo todavía no he entrado en twitter. Sólo me he asomado al whatsapp. En mi móvil hay discusiones acaloradas y brillantes. “Tengo el voto ‘partío’”, dice uno de mis amigos, “porque Iglesias es el único que le ha echado cojones”. Otro manifiesta su síndrome preelectoral con emoticonos confusos. Y uno más, el matemático, saca el Excel y hace cálculos de votos, escaños y pactos que nos deprimen.

Yo ni contesto. Me voy disolviendo por las bocacalles del centro. Hago kilómetros a pie para entrar en el fin de semana en paz. Del sábado y el domingo sólo diremos tres cosas: risas, silencio, intimidad.

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