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Caníbales

“Llueve. Hace angustia”

Viernes

Es una tarde feliz. K me envía fotos de cuadros en los que una luz risueña ilumina edificios y personas. Hablamos de vivir en esa ciudad imaginaria, pero tenemos deberes: aprender cuándo por qué se escribe separado.

“¿Por qué no entiendo esto? ¿Porque soy torpe?”. Ese truco perverso me lo da G para acelerarme y que llegue a nuestra cena. Entro en el restaurante con puntualidad y una alerta: “París, ya son dieciocho muertos”.

En la mesa, dos periodistas hacen esfuerzos sobrehumanos para resistir la ansiedad de conectarse y aportar. ¿Es contar lo que pasa “aportar”? Depende. En el caso de estos dos periodistas, sí. Pero aguantan como jabatos.

Al llegar a casa, pasamos horas actualizando. No hay información certera: sólo confusión, ruido, decenas de muertos sin identificar y una autoría evidente. Daesh, que antes era el ISIS. Los acrónimos ocultan la contundencia: son terroristas.

Sábado

Encierro: me toca revisar una novela. Por mis muros trepa el dolor. Me asomo a twitter. Apenas hay datos, pero la red está llena de compulsión y de humo. Fotos en París, rezos de ateos. Sé que es cosa mía, pero entre la compulsión y el silencio, prefiero el silencio: el dolor callado me parece más limpio.

Twitter sólo habla de París, pero muchos meten el "yo" delante. El "yo" y las grandes palabras: horror, guerra, venganza.

Miro por la ventana, hay luz. Miro por la pantalla, hay polvo. Entonces entra un tuit de Borja Cobeaga.

Si no tenéis amigos en París, ni estuvisteis hace poco de escapada de fin de semana, incluso si no hacéis un análisis del tema: NO PASA NADA

Qué necesaria es la irreverencia. Qué necesario es el talento.

Actualizo: ningún medio es capaz de explicar el fanatismo.

Domingo

Me acuerdo de todos aquellos que quieren ser escritores pero no escribir: escribir a mí me hace feliz, pero publicar (o sea, exhibirse, sin defensas) me provoca angustia. La angustia se me instala en la base del cráneo, enredándome las vértebras, y se descojona. “Te jodes”, dice.

Por la noche, John Oliver hace algo necesario: mandarles a tomar por culo. Con humor, con inteligencia. Sin miedo. Aquí.

Lunes

Los rostros del periodismo están ya en París. Algunos se hacen selfies. El coro tuitero se relame. Mientras tanto, Hollande, cargado de testosterona, anuncia que está en guerra (no entiendo bien si dice “estoy” o si dice “estamos”; si es un “estamos”, ¿quiénes?) y ordena bombardeos. Se informa: las bombas caen sobre el “feudo yihaidista de Raqa”. Con ese lenguaje parece que sólo son derribados unos canallas como los que salían en los cómics de Tintín (o sea, caricaturas de fanáticos). Con ese lenguaje, los sirios no mueren.

Veo una peli titulada de forma grandilocuente: “La verdad”. No se puede contar la verdad cuando vas estrechando el zoom y desenfocas el contexto. Al llegar a casa, recupero una columna de Jesús Maraña, no por hacerle la pelota, sino porque me conmovió la lucidez de su hija: “al miedo se le puede vencer con un arma que es el conocimiento”.

Sé que no es tan simple, pero… Las bombas destruyen personas, hospitales, monumentos, pero no matan las ideas. No se puede bombardear el fanatismo.

Martes

Suspenden no sé cuántos partidos de fútbol. Me escribe J desde Berlín. Nos hicimos amigos en la última temporada de El ala oeste de la Casa Blanca, contagiados de su rapidez, su inteligencia, su ironía. Desde entonces, nuestros diálogos los escribe Sorkin, pero hoy suenan a Leila GuerrieroLeila Guerriero.

–¿Hace frío? ¿Hace miedo?– le pregunto.

–Llueve. Hace angustia.

J me regala su frase para titular esta columna, a pesar de que me repito un nuevo mantra: menos bombas y más luz. Ya, ya la he cagado con un eslogan. Justo al final de la columna se me echarán encima los que saben más que yo.

O no, porque el martes también encuentro en La Vanguardia una entrevista con un tipo excepcional, profesor de Estudios de la Guerra en el King’s College. En mi resumen (capcioso, claro) su receta contra el terrorismo no lleva bombas, sino “big data, cámaras y un buen uso de las redes sociales”. Y algo que suena ingenuo, pero que también deriva de la ilustración: “un gran abrazo integrador”.

Perdón; ya lo dejo. No soy experta en guerras ni en violencia, pero, como todos, sé demasiado del dolor.

Miércoles

La curiosidad de Leila Guerriero

La curiosidad de Leila Guerriero

(Saint Denis. Cerco. Dos muertos. Anonymous. 5.000 cuentas. De terroristas, dicen)

A finales de otoño, se acaba ya el verano. Para despedirlo, tenemos concierto de piano. Una niña frágil se ruboriza: tímida y sin miedo, acaricia el piano de tal forma que el público llora. Se llama Paz.

Luz, conocimiento y, como decía Dan Rather al despedir sus informativos, “courage”. A ser posible, echemos valor (y huevos) al vivir, y no al matar.

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