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Nuestra amiga Arabia Saudita

Nicole Muchnik

Una de las primeras reglas de la guerra, dice von Clausewitz, es saber quiénes son nuestros verdaderos aliados.

En la geopolítica mundial de hoy y el estado de violencia y caos organizado que es la situación de Oriente medio, Arabia Saudí es considerada como “del buen lado”, “el nuestro”, el de Estados Unidos y las democracias occidentales.

La relación estrecha entre Estados Unidos y la Monarquía dictatorial Saudí se remonta al final de la guerra. El 14 de febrero de 1945, el presidente Roosevelt y el rey Abdelaziz Ibn Saúd se reunieron a bordo del crucero Quincy y firmaron un “pacto de Quincy” según el cual Estados Unidos tendría acceso privilegiado al petróleo del reino a cambio de protección militar. Arabia Saudita guarda atentamente las mayores reservas mundiales de crudo, (unos 260.000 millones de barriles) y los vendrá a Estados Unidos a precio reducido con transporte incluido. El reino necesita a los Estados Unidos para garantizar su seguridad militar. Washington necesita a Arabia Saudí que financia a su industria armamentística mediante compras masivas y desmesuradas y garantice la estabilidad del mercado mundial de petróleo.

En los años 80, Arabia Saudita y Estados Unidos sostuvieron oficial y materialmente a Irak en su guerra contra Irán. Como resultado de esta alianza contra natura, un embajador saudí acaba de ser nombrado ante el estupor general , director del comité consultivo del Consejo de Derechos Humanos. Aun más – y simbólicamente más importante – el pasado 2 de octubre su representante en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU logró bloquear la constitución de una investigación internacional de los bombardeos sauditas en Yemen bajo la mirada benévola de Estados Unidos, Francia y Reino Unido. Esta victoria geopolítica permitirá en particular que los sauditas sigan desafiando las normas internacionales de derechos humanos, sobre todo en materia de libertad de expresión, tortura y ejecución de menores. Para permitir saborear la paradoja absoluta de este honor conferido, es bueno recordar los usos y costumbres del país wahhabita.

Porque nuestro país “amigo” no se preocupa mucho con principios en cuanto a las modalidades de la represión de cualquier veleidad de emancipación del pueblo: solo en los últimos meses, diez años de prisión y mil azotes para el bloguero Raef Badaoui por promover el diálogo interreligioso; decapitación seguida de crucifixión “hasta que se le pudran las carnes” para un joven manifestante de 17 años. Flagelaciones y amputaciones simples o cruzadas son comunes , como la tortura empleada como modo de investigación... Bombardeos masivos en Yemen, para destruir las ciudades principales, patrimonio mundial de la Humanidad, incluyendo “borrones” como una boda y un hospital de Médicos sin Fronteras en Saada el 26 de octubre – todo ello dejando más víctimas civiles que la guerra de Gaza en 2014.

Pero parecería que todo está permitido en el reino saudí. Por lo que atañe a los derechos civiles, ningún partido político ni elecciones nacionales están autorizados, y los sauditas no pueden criticar en público al gobierno, al Islam ni a la familia real. Desde 2011 toda manifestación pública está prohibida. Sólo se puede practicar la religión islámica. La minoría chiíta está sistemáticamente discriminada, y un millón de trabajadores extranjeros cristianos han sido privados de su sacerdote desde su expulsión en 1985. En ese gran país sunita, amigo de nuestros amigos, los actos homosexuales son ilegales y punibles con la pena de muerte.

Conocemos algo de la situación de la mujer saudita, pero para mayor precisión, el informe de 2012 del Forum Económico Mundial sobre la desigualdad entre sexos manda a Arabia Saudita a la 131ª plaza, sobre un total de 135, antes de Siria, Chad, Pakistán y Yemen. Cada mujer adulta ha de tener un “guardián” masculino, padre, esposo o hermano, reduciendo así su situación a la de una menor. Autorizaciones para viajar, cursar estudios universitarios o trabajar son estudiados caso por caso, el trabajo juzgado a menudo como “inapropiado para una mujer”. La mezcla de sexos está prohibida en los restaurantes, los transportes públicos, los parques o las playas . Tampoco pueden viajar en un vehículo conducido por un hombre que no sea un empleado o un pariente cercano y no se les otorga permiso de conducir. La mayor parte de los procesos tienen lugar a puertas cerradas, y durante los mismos el testimonio de una mujer no vale más que el de un hombre. Las adúlteras merecen la pena de muerte.

Esta pena se aplica generosamente por infracciones como el robo a mano armada, la apostasía, el tráfico de drogas, el rapto, la violación y la brujería. Existen tres tipos de ejecución: el pelotón de fusilamiento, la horca y la decapitación. Otros tipos de castigos corporales que pronuncian los tribunales sauditas, como la lapidación, la amputación y la flagelación aparecen regularmente en la prensa mundial.

Pero es en el dominio de la tortuosa política extranjera de la Monarquía dictatorial saudí donde uno puede preguntarse quién es este “amigo” de Occidente y en qué campo juega su partido.

Habría, en primer término, que recordar que Osama Bin Laden, fundador de Al Qaeda, provenía de una rica familia saudita emparentada con los Saúd. Y que el rigorismo religioso de los terroristas no es sino el wahabismo encomiado por Arabia Saudita, una variante extremista del sunnismo opuesta al chiísmo de Irán. Según una información revelada por el New York Times, Zacarías Moussaoui que cumple cadena perpetua por el atentado del 11 de septiembre, habría entregado el testimonio de un centenar de páginas a un juez federal de New York, demostrando que Arabia Saudita había financiado a Al Qaeda. No sería la primera vez que se indica la relación estrecha entre la organización terrorista y la Monarquía saudí. Según un documento secreto de 28 páginas, altamente clasificado por la administración Bush y titulado “Elementos, discusión y relación concernientes ciertos temas sensibles de seguridad nacional” los “organismos de beneficencia establecidos por el gobierno del Reino para propagar la ideología radical wahhabita han servido como fuentes mayores de financiación y apoyo logístico a Al-Qaeda durante toda la década inmediatamente anterior al 11 de septiembre.

Hoy todo se juega en Yemen, donde Al Qaeda aprovecha la intervención militar saudita para extender su influencia y su dictadura. Para Ashton Carter, secretario de defensa de Estados Unidos, la guerra que combate Arabia Saudí en Yemen ha reforzado Al-Qaïda. Bajo el nombre de Aqpa, fruto de la fusión de las ramas saudita y yemenita de Al-Qaida, este nuevo grupo terrorista está compuesto por una mayoría de ejecutivos sauditas y apoya una yihad global y desterritorializada cuyos efectos asesinos comienzan a verse en las capitales europeas.

Escribe Juan Goytisolo: “¿Existe una financiación secreta de los mismos sauditas en la creación de Al Quaeda?” “Quizás haya llegado el momento de plantearse la responsabilidad que occidente y muy especialmente los Estados Unidos han tenido en el propio nacimiento y difusión de este fenómeno”, escribe Manel García Bel en Nueva Tribuna.

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No hay peor enemigo de la democracia que los monoteístas fanáticos. El mejor ejemplo de ellos ha sido desde el principio la Monarquía Saoudí .

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Nicole Muchnik  es periodista, escritora y pintora.

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