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Caníbales

¿O en tu plasma o en el mío?

Fuera del plasma

A la hora de las legañas y el colacao, su hija le ha contado que los niños del colegio juegan a terroristas: "Se cubren la cara con el jersey y nos persiguen". Se desahoga en la comida, aún espeluznado; oscilamos entre el espanto y la aceptación.

–Puede pasar en cualquier momento, en cualquier lugar. Así exorcizan el miedo.

–Es sano incorporar el terror al juego.

–¿Seguro? ¿Habéis leído que captana los adolescentes aplicando el lenguaje de los vídeojuegos?

–Lo curioso es que el tema permanezca en los niños cuando los medios y los adultos ya nos hemos disuelto en la campaña.

–Campaña histórica, dicen.

–"Trascendental, crucial, categórica, cardinal…".

Nuestro lingüista se mofa de aquellos políticos que se crecen en los sinónimos de calado.

–"Calado, altura, profundidad…"

–Calla, coño.

Nos recomienda leer La Vanguardia. "Siguen entrevistando a expertos en yihaidismo y en guerra. Todos coinciden: educación e integración, vigilancia en las ciudades, control de las redes sociales. Ninguno de los expertos receta bombas sobre Siria".

–He repetido "experto", perdón. Podría sustituirlo por "erudito, maestro, perito…".

En nuestros plasmas

Aquella comida fue previa a las grandes quedadas de la semana, esos botellones que montamos en twitter para ver la tele (el presidente en casa de Bertín y el debate; o mejor dicho, los debates: a tres en El País, a cuatro en A3, a nueve en TVE, a ocho en 8TV).

En twitter había risas y ese lenguaje banal con el que nos disfrazamos para el plasma. Mucha coña con el yintónic, pero vivimos cada uno dentro de nuestra propia Fundeu: #onfire, #zasca en toda la boca, #modoironíaoff, #ohwait, #ahílodejo… Todo en #hashtagymáshashtag. A veces, en twitter enseñamos nuestro avatar de Playmobil, una personalidad fugaz, divertida e inane, capaz de disfrutar el Quijote en emoticonos como una obra maestra (Frozen ya se ha hecho).

Por suerte, con los debates decisivos/históricos/trascendentales, etc., nuestros plasmas hierven de humor y, también, de exigencia. Dicen que en otras elecciones hasta un 8% del voto podía fluctuar por los debates y que en éstas hay un 41% de indecisos. El lunes yo vi revolotear a muchísimo votante, como vacas sin cencerro. Perdón: como ciudadanos exigentes ("rigurosos, rectos, rígidos, severos, minuciosos…").

Aunque mi muestra –en una estadística acientífica, personal e intransferible– es mi TL y, sobre todo, el whatsapp.

No me quedan amigos ni familia sin politizar. Salvo el grupo de padres del colegio (buscan disfraces para la función de Navidad y cursos de matemáticas on line, si alguien tiene…), mi whatsapp echa humo electoral: escupe links, mítines e irrebatibles comparativas de programas. Lo que grita mi whatsapp es que son unas elecciones ilusionantes sin un candidato que ilusione (alguien discrepa y envía los listados completos por provincias: "hay vida inteligente lejos de las cabezas de cartel").

En el metro

El jueves, con retraso por el puente, me llaman varios tipos. Con y sin corbata, con y sin tarjeta de BiciMAD. Su primera pregunta es idéntica: "¿Viste el debate?". Es "el" tema en la sala de espera del médico, en los bares de vodka, en los bares de tapas.

Y en el metro.

"No los aguanto", le dice una señora a su amiga mientras buscan un asiento libre. "Para mí que perdieron todos". Y, con eso, cambian de tema. Estas dos mujeres, como los niños del principio, exorcizan el dolor comentando las ocurrencias de sus ancianos progenitores con un orgullo irónico. "Va y me dice que no quiere que le hagan los análisis en el ambulatorio porque el enfermero es hombre y los hombres no pinchan bien".

A mí no me hace gracia, a ella tampoco.

En casa

Queda el cine

A mi madre le da igual quién la pinche pero no quién la gobierne. La regaño, le digo que está sobreinformada. Es medianoche, yo ya desconecto. Pongo una serie sin políticos, pero Noah Solloway (The affair) llora en su terapia. Se pregunta si se puede ser a la vez un buen hombre y un gran hombre. O sea, un tipo cuya necrológica esté atiborrada de gente que le quiso y, también, de grandes gestas, grandes libros, grandes descubrimientos, grandes cambios (de los buenos) en el mundo.

¿Se puede?

P.D.: Me queda otra pantalla: el cine. Hay que ver Langosta, una peli de Lanthinos que mi amigo F. califica como la mejor comedia del año y a mí me resulta divertida, cruel, imprescindible y dolorosamente cercana.

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