Verso Libre

Palestina

Las fotografías a veces son un testimonio directo del horror. Cuando el 28 de septiembre de 1944 el ejército ruso entró en el campo de concentración de Klooga, situado en el norte de Estonia, descubrieron uno de los últimos espectáculos de la barbarie nazi. Las fotografías no sólo hablan del mal a través de los cuerpos famélicos de los supervivientes. Hacen incluso más daño cuando muestran la eficacia industrial moderna aplicada a la muerte.

Antes de retirarse del Báltico, los soldados de Hitler programaron el asesinato de más de dos mil prisioneros. Se trataba de asesinar y de hacer desaparecer los cadáveres en muy poco tiempo. Para lograrlo, levantaron con disciplina geométrica enormes piras de leñas y muertos. Un cadáver, un tronco, otro cadáver, otro tronco. Al avanzar más deprisa de lo esperado, los soldados rusos pudieron fotografiar algunas piras que no habían llegado a arder. Es la arquitectura del horror.

Otras veces nos puede llegar el horror a través de una sonrisa. Ocurre después de las catástrofes, cuando vemos fotografiada la normalidad justo antes de que ocurra la tragedia. Las niñas que van a la escuela, las familias que se reúnen a comer, la muchacha que se prueba un traje de boda, los vecinos que celebran una fiesta o una competición deportiva no saben que unas horas, un mes, un año después, la muerte va a abrir la puerta para entrar en la habitación del tiempo inmovilizado.

Teresa Aranguren y Sandra Barrilaro acaban de publicar el libro Contra el olvido. Una memoria fotográfica de Palestina antes de la Nakba. 1889-1948 (Ediciones del oriente y del mediterráneo, 2015). La normalidad de los niños que juegan, de los campesinos que recolectan las olivas, de las mujeres que se reúnen en una asociación feminista o de las bandas de música en unos estudios radiofónicos, grita desde las fotografías cuando sabemos que todo estaba condenado a desaparecer en poco tiempo por culpa de los intereses coloniales británicos y del terrorismo sionista.

Los grandes crímenes buscan la complicidad de la manipulación histórica. La sociedad actual ha silenciado la barbarie que supuso la creación del Estado de Israel. Barbarie, en primer lugar, ideológica: hay mucha violencia en la idea de fundar un Estado definido por la pureza nacional de una raza. Barbarie, en segundo lugar, política: sir Arthur James Balfour, ministro de Exteriores de Su Majestad, decidió apoyar la creación en 1917 de un Hogar Nacional Judío sobre una Palestina habitada por un 76 % de árabes, un 11 % de cristianos y un 10,6 por ciento de judíos. Cuando en 1947 se decidió finalmente la división de Palestina, los judíos, que poseían sólo el 6 % del territorio, recibieron el 56 %.

Finalmente hubo también barbarie terrorista. En julio de 1946, un atentado sionista dinamitaba el hotel King David en Jerusalén, cuartel general británico, y causaba más de 90 muertos. El imperio de Su Majestad abandonó la colonia. Ya con las manos libres, la cúpula sionista ideaba el Plan Dalet para arrasar a la población palestina. 418 localidades fueron destruidas a sangre y fuego en los meses previos a la creación del Estado de Israel. Los textos de la periodista Teresa Aranguren y de los historiadores Johnny Mansour, Bichara Khader y Pedro Martínez Montávez explican de forma minuciosa este proceso de barbarie, impunidad y silencio.

Memoria terrible que se rescata del olvido. Pero nada conmueve más que la sonrisa de una niña sentada en el pupitre de una escuela, habitante de un mundo normal y de una esperanza de futuro que iba a ser cancelada por la barbarie. Al leer Contra el olvido, he verbalizado un sentimiento que me asaltó después de los atentados de Atocha en 2004 y que ha vuelto a mí con los recientes asesinatos salvajes de París. Espero explicarme: en la dinámica del terrorismo fundamentalista islámico, me parece menos grave el terrorismo que la condición del fundamentalismo islámico.

Todos náufragos

El error de Europa y de Estados Unidos es pensar que la solución consiste en acabar con los asesinos. Y el verdadero peligro para el futuro social del mundo es una concepción medieval de la religión incapaz de convivir con una cultura laica que sabe separar la conciencia privada de lo público, es decir, lo que es pecado y lo que es delito. Más grave que las dolorosas muertes de Atocha y de París resulta para mi sentimentalidad democrática que haya, por ejemplo, en Arabia Saudí 12.261.840 mujeres condenadas a una esclavitud de origen religioso, un credo que las aboca a la humillación desde su nacimiento. La rabia que Galdós sentía al escribir Electra en la España de 1901Electra [lea la obra en PDF], deberíamos sentirla nosotros multiplicada por cien en el mundo de 2015.

De nada sirve acabar hoy con el terrorismo si se utilizan medios que están llamados a alimentar mañana el fundamentalismo. Una civilización no se puede asumir si no se ofrece como algo asumible. La civilización democrática occidental ha actuado como enemiga y violadora del mundo árabe de un modo pertinaz. Una fecha muy significativa es 1917, el año en el que sir Arthur James Balfour decidió apoyar la creación de un Hogar Judío en Palestina. Desde 1948 se han violado los acuerdos de la ONU, se han permitido matanzas y crímenes de Estado con total impunidad y se ha consentido la conversión de los territorios palestinos en campos de concentración. Resolver políticamente esta tragedia es más útil que bombardear Siria. Hacernos respetables es decisivo para ser tratados con respeto.

El futuro pasa por devolver a las niñas palestinas la sonrisa limpia con la que nos miran desde estas fotografías anteriores a 1948.

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