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Qué ven mis ojos

No te pongas nervioso

“Antes de volver a fiarte de alguien, descuéntale a lo que te prometa hoy lo que incumplió ayer”.

No sólo hay diferentes tipos de votantes, según su ideología; también existen muchas clases de votos, dependiendo de si los metemos en la urna a favor o en contra de alguien, por convicción, a causa del desencanto, la ira, el sentido de la oportunidad o el miedo. Los candidatos y los analistas, unos con la escoba de barrer para casa y otros con la calculadora y la brújula en las manos, nos hablan del voto útil, de castigo, oculto, responsable, estratégico, en blanco, militante, el voto conservador y el del cambio, el voto joven, el voto cautivo

Sin embargo, una gran parte de todo eso parecía más fácil de creer antes, cuando las opciones se reducían básicamente a dos: PSOE o PP; ahora que el bipartidismo tiene compañía las reglas han cambiado, por muchos motivos pero en especial porque esta vez ya no hace falta votar a uno de ellos aunque sólo sea para que no gane el otro. Las opciones se han duplicado y ésa es la razón de que haya hasta un 40% de ciudadanos que aún no saben qué van a hacer el 20 de diciembre: la matemática de la duda es así, cuantas más alternativas, más indecisos.

Cualquier demócrata tendría que considerar una buena noticia que el voto se piense una y otra vez, que no sea mecánico, que dependa de lo que ofrece cada partido; aunque esto último es difícil, cuando sabemos por experiencia que una buena parte de los programas no se cumplen y nos parece que los discursos que se oyen en los mítines están envueltos en niebla, son ambiguos o, directamente, incomprensibles. Si no lo fuesen, al menos se podría decir de ellos lo que los súbditos de la antigua Unión Soviética decían de El capital cuando, según cuenta en su libro El fin del homo sovieticus la último premio Nobel de Literatura, Svetlana Aleksiévich, conspiraban suavemente en la intimidad de sus casas: “Comunista es alguien que ha leído a Marx; anticomunista es alguien que lo ha entendido”.

Todas las campañas tienen sus frases destacadas y si en esta hay una que ha hecho fortuna es la que Pablo Iglesias utiliza para intentar que sus oponentes no le interrumpan en los debates y, de paso, hacer una demostración de calma, de seguridad en sus argumentos: “No te pongas nervioso”. O, en el caso de Soraya Sáenz de Santamaría, de usted: “No se ponga nerviosa.” A lo mejor ahí está la clave, en fijarse con cuidado en lo que pone nervioso a cada uno de los aspirantes a la Moncloa para descubrir qué esconde, cuáles son las manchas más oscuras en su expediente y cómo se llaman los cadáveres que guarda en el armario.

El líder de Podemos fue por ese camino en el brillante minuto de oro con el que cerró el famoso debate a cuatro organizado por La Sexta: “No olvides las tarjetas black; no olvides los desahucios; no olvides la trama Púnica ni la Gürtel; no olvides el mensaje del presidente a su tesorero: 'Luis, se fuerte'; no olvides los ERE, la estafa de las preferentes, las listas de espera en la sanidad pública, los recortes en educación, el artículo 135, la reforma laboral…”. Y se quedó corto, porque si le dan otros diez segundos también podría haber citado la ley mordaza, el saqueo de la hucha de las pensiones, el desinterés por la memoria histórica, comparado con la generosidad a la hora de financiar la Fundación Francisco Franco; el veto a las todas las comisiones de investigación que se han pedido en el Congreso; las aventuras de Rato, Mato y Matas; las dietas de la ministra de Trabajo o los negocios armamentísticos del de Defensa o las condecoraciones que el de Interior le pone a la virgen.

Al presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, le pone nervioso todo eso, o que cuando presume de haber saneado nuestra economía o insiste en que ha creado un millón de puestos de trabajo y creará otros dos de aquí al 2020, le hagas ver que al final de su legislatura tenemos un 21% de paro, un 91% precariedad laboral y una de las indemnizaciones por despido más bajas de toda Europa. Esas cosas no le gustan, porque bastante tiene él con prepararse para celebrar una victoria que consistirá en perder ochenta escaños.

Al cabeza de lista del PSOE le pone nervioso que le consideren parte de la casta; que le hagan ver que las encuestas le auguran una debacle y, sobre todo, que le metan en el mismo saco de la corrupción, donde además no cabe un alfiler. Por lo general Pedro Sánchez suele conseguir que se note la diferencia entre lo que no deberían haber hecho los socialistas y lo que no deberían haber hecho los conservadores. Algo es algo.

Balance de la legislatura (I)

A Albert Rivera, que ya de por sí parece un hombre inquieto, le pone nervioso que le recuerden que su formación fue financiada por un grupo norteamericano con intereses en la industria militar que también le paga las cuentas a la secta ultraderechista Libertas, con la que fue de la mano por Europa. Tampoco le gusta que le señalen al candidato naranja por Huesca que cobró de varias inmobiliarias mientras era arquitecto municipal o a la concejala que intentó que le pagaran todos los meses el viaje de Chicago a Castilleja de la Cuesta para asistir a los plenos del ayuntamiento. O que le pregunten si algunas de las cosas que dicen de él los sondeos tendrán que ver con que una de sus asesoras de confianza sea la jefa de Sigma 2. O que lo acusen de ser la marca blanca de la derecha y el caballo blanco del Ibex 35 y la banca.

Al propio Iglesias le pone nervioso que le afeen sus vínculos con la Venezuela de Chávez o utilicen en su contra a Monedero y Tania Sánchez. Y, por supuesto, como le ocurriría a cualquier persona decente de nuestro país, que lo acusen de contemporizar con ETA.

Las mentiras pueden estar en lo que se dice y también en lo que se calla; la verdad, en lo que no se quiere que se diga o no se quiere oír. Quedan cinco días para que los colegios se abran y la suerte esté echada. Hasta entonces, habrá que tener bien abiertos los ojos, valorar cada gesto, descubrir qué pone nervioso a cada aspirante y compararlo con aquello que saque de sus casillas a los demás. Es un método tan bueno como cualquier otro. Y si se quiere estar aún más seguro, también se puede uno preguntar cuánto se parece cada político a esa gente de la que habla el escritor colombiano Héctor Abad Faciolince en uno de los poemas de su libro Testamento involuntario, que acaba de publicar la editorial Pre-Textos: “Esa gente que nunca compró en las tiendas de descuento, / gente que siempre se vio más alta que uno, / que jamás se fijó en los precios, / que nunca compartió un cuarto de hospital. / Gente que nunca imploró nada. / Personas que no conocen / hoteles sin estrellas, / gente que no colgó reproducciones / en las paredes de su casa, / que jamás lavó con sus manos. / Gente que nunca comió / con menos de cinco cubiertos, / que nunca supo bien / qué vestido escoger, / que jamás hizo cola. / Gente que uno sólo, por suerte, / conoció de lejos”.

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