Qué ven mis ojos

O juegan todos o se rompe la baraja

“No moverte es pasar de largo por tu vida”.

Si quieres saber cómo es de verdad alguien, obsérvalo cuando haya sido derrotado, porque casi todos los ganadores se parecen pero cada vencido es un mundo: hay algunos que mientras caen ya están pensando en una manera de levantarse y otros que arrojan la toalla antes de tocar el suelo; hay quien se rinde, quien aprende de los golpes a esquivarlos y quien se ahoga en un mar de lamentos; hay quien busca coartadas, disculpas o atenuantes y quien no acepta el fracaso; hay quienes se esconden, quienes echan pie a tierra, quienes se sienten traicionados y quienes huyen; hay quien se lo toma con deportividad y quien piensa que saber perder es de hipócritas; hay quien imagina enredos y conjuras en su contra y quien acusa de hacer trampas a sus rivales…

Por eso, habrá que mirar con lupa cada movimiento y escuchar muy atentamente cada palabra que digan los candidatos que han luchado por llegar a la Moncloa en estas elecciones, ya que todos ellos las han perdido, aunque sea cada uno a su manera. Incluso Pablo Iglesias, que es sin ninguna duda el que más cerca ha estado de llevarse el gato al agua, con sus impresionantes 69 escaños en el Congreso, reconoció el día después de la batalla que a Podemos le había faltado “una semana y un debate”. Justo lo mismo que dijo Felipe González en 1996. Los dos saben ahora lo que amarga quedarse con la miel en los labios.

Entre los perdedores está también el partido que ha ganado a costa de perder 63 diputados y que rápidamente ha descubierto sus limitaciones, se acaba de dar cuenta de que no tiene la llave de las puertas que se ha ido cerrando en estos cuatro años y de lo difícil que va a ser saltar las vallas que le puso a los demás mientras tenía mayoría absoluta. Ahora la ha perdido y no ve una salida, porque esta gente no sabe gobernar, sólo mandar, y eso complica las negociaciones, los pactos, los acuerdos, todas esas herramientas de la razón en las que consiste la democracia y que, sin embargo, ellos consideran un grave impedimento.

Si unos y otros no aceptan que ahora ya no se trata de quién tendrá el poder, sino para qué, y en lugar de echarle flores a la Transición la imitan, volverá a haber elecciones y, en el caso del PP y el PSOE no estará tan claro que los candidatos tengan que ser los mismos. Que Pedro Sánchez se haya apresurado a comunicar que va a presentarse de nuevo a secretario general de su partido es un aviso para navegantes… hecho desde un naufragio. Ahora eso de lo que tanto les gusta hablar, las reglas del juego, han cambiado y lo que dicen es que o todos pierden algo o se rompe la baraja.

Un palo en la puerta giratoria

El PP y el PSOE tienen otro problema: no irán con nadie a ningún lado si no firman con Podemos y Ciudadanos una transformación del sistema electoral, que es injusto pero les beneficia: para lograr un escaño, los conservadores necesitan alrededor de 51.000 sufragios y los socialistas 10.000 más, mientras que a sus rivales les cuesta, respectivamente, 77.328 y 87.511. Un poco más allá, al PNV le sale por 50.200 y a Izquierda Unida por 461.562. No hay quien entienda eso o que en las urnas haya prácticamente las mismas papeletas para el PSOE y Podemos pero los segundos vayan a tener veintiún plazas menos en el Parlamento. Un disparate.

Los votos no son papeles, son un idioma, son la voz de la gente, y esta vez su mensaje es muy fácil de entender: los sinvergüenzas tienen que irse y su lugar deben ocuparlo personas decentes; es urgente que pasen a la historia la corrupción, la impunidad, el gobierno para unos pocos y contra el resto, la dictadura del dinero, la alternancia sin opciones, los discursos huecos, los desahucios, los recortes, los despidos libres, los salarios de vergüenza, la injusticia, la desigualdad, los paraísos fiscales, las leyes mordaza, las amnistías a la carta, el ataque a la Sanidad y la Educación públicas y el miedo al cambio, entre otras cosas. No se equivocan los dirigentes de Podemos cuando dicen que lo que ordena el pueblo español no es un cambio de sistema, pero sí de modelo y, obviamente, de protagonistas: el mensaje de que los únicos que podían arreglar el motor son los que lo han roto, esta vez no les ha servido. Y hay algo más: ahora ya no nos fiamos de lo que ven nuestros ojos y al mirar los carteles nos da la impresión de que quienes salen en ellos son como esos bocadillos de los anuncios de los bares que rebosan jamón en la foto y en la realidad están poco menos que vacíos.

Puede que aún no sepamos qué es, pero el 20 de diciembre de 2015 ha empezado otra cosa y la va a hacer otra gente. El tiempo es oro y el que se quede quieto no sólo es que no vaya a salir en la foto, es que se va a quedar al margen. Remángate, Pedro. Sé fuerte, Mariano.

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