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La red infinita del lobby de la vivienda: fondos, expolíticos, un alud de 'expertos' y hasta un pie en la universidad

Qué ven mis ojos

Un palo en la puerta giratoria

“Que cuando la mentira llame a tu puerta, hayas salido en busca de la verdad”.

¿En qué se parecen una escuela, un hospital y un periódico? En que deberían ser lo mismo: un bien público, un derecho esencial de los ciudadanos, porque sin una educación y una sanidad al alcance de todos no hay democracia; y sin información, tampoco. ¿En qué se diferencian? En que para que puedan cumplir con su tarea los dos primeros debe tenerlos bajo su control el Estado, mientras que los medios de comunicación necesitan ser autónomos para ser independientes. La pregunta es si en el tipo de sociedad en la que vivimos se puede recibir dinero sin quedar en deuda con quienes te lo dan o sólo hay dos formas de devolverle al poder su ayuda: la obediencia y el silencio. Más bien lo segundo, porque con esa gente no hay medias tintas: si te pones a sus pies, estarás en sus manos.

En su libro Salvar los medios de comunicación, recién publicado por la editorial Anagrama, la ensayista Julia Cagé, que es doctora en economía por la Universidad de Harvard y profesora del Instituto de Estudios Políticos de París, hace un análisis de las horas bajas que viven la gran mayoría de los diarios de Europa y Estados Unidos, golpeados por la crisis financiera, la caída de la publicidad, el encarecimiento del papel, el desprestigio al que los ha conducido la sumisión a determinados intereses, convencidos de que la única forma de sobrevivir era suicidarse, y el huracán de internet, que se lo ha llevado todo a su paso.

En la red se ha establecido una competencia en la que todos luchan y nadie gana, donde cualquiera opina, difunde, comenta... Los agregadores de noticias hacen que corran como la pólvora y de pantalla en pantalla lo mismo una gran exclusiva que un rumor sin fundamento o incluso un infundio. En las redacciones, los periodistas son sustituidos por informáticos o pasan tanto tiempo ante la pantalla de sus ordenadores que no pueden casi nunca pisar la calle. Eso los que tienen la fortuna de esquivar un ERE, que es un palíndromo, una palabra que dice lo mismo al derecho que al revés, como oro o radar, y por lo tanto no tiene escapatoria.

En el planeta virtual, sigue Julia Cagé, el éxito es más que nunca un espejismo y las cifras que parecen representarlo no significan gran cosa, si tenemos en cuenta que las ediciones digitales de Le monde o The New York Times, por ejemplo, reciben más de 600 millones de visitas al año pero el promedio de lectura de los internautas que acceden a ellas no alcanza los cinco minutos diarios. Para rematar la faena, en España, Francia y otros países el IVA que se aplica a los medios digitales es muy superior al que pagan los tradicionales, lo que supone una discriminación que tal vez se explique por la dificultad de controlarlos.

Es decir, que se trata de una estrategia parecida a la que siguen para limitar la financiación solidaria, el famoso crowdfunding, o penalizar el uso de energías limpiascrowdfunding, que ellos ven como un palo en las puertas giratorias que tantos beneficios les proporcionan. No hay más que recordar cómo al ver que la gente ponía dinero de su bolsillo para colaborar desinteresadamente con proyectos en los que confiaba, el Gobierno del PP se apresuró a torpedear las plataformas cívicas, limitando su inversión, obligándoles a registrarse en la CNMV y en el Banco de España, a presentar una relación de socios y administradores y a tener un capital social de 50.000 euros o un seguro de responsabilidad civil con una cobertura anual de 150.000. Aquí hay que tener cuidado con la generosidad, porque quien la practique puede acabar con las esposas puestas, acusado de obstaculizar la injusticia.

El resultado de ese combate, que se libra de Washington a Moscú y de Madrid a Londres y que vuelve a ser el de David contra Goliat, es que muchas cabeceras históricas han sido compradas por millonarios que prefieren tenerlas a sueldo que en su contra o, simplemente, desean jugar a magnates de la prensa igual que otros se compran un equipo de fútbol para convivir con las estrellas del deporte y viajar de palco en palco. En todas partes hay políticos que aspiran a manipular la realidad en su provecho y grupos de presión a los que no les gusta que se saque a la luz la verdadera naturaleza de sus negocios. Y unos y otros luchan a cara de perro por establecer monopolios que garanticen que la verdad no pueda perjudicar sus intereses.

O juegan todos o se rompe la baraja

¿Cómo evitar que se produzca “una concentración del poder en pocas manos que no siempre son las más competentes ni las más desinteresadas”?, se pregunta Thomas Piketty en el prólogo a esta obra. Su autora responde que la solución podría estar en hacer que los periódicos funcionasen como algunas universidades, convertidos en fundaciones que alternaran el capital público y el privado, lo primero mediante incentivos fiscales y exenciones de impuestos y lo segundo gracias al mecenazgo, las donaciones y el apoyo de los crawdfounders que respaldasen un producto que consideren necesario aunque no sea rentable y a sabiendas de que “los beneficios deben reinvertirse y no repartirse.”

Hay que conseguir que el pluralismo llegue a la propiedad, dice Julia Cagé, y que allí donde hasta ahora han fracasado la autogestión y las cooperativas, triunfe la militancia romántica de quienes sientan como algo suyo un periódico que esté de su lado y no tenga más objetivo que la búsqueda de la verdad. También habría que hacerle entender a los Estados que una de sus obligaciones es proteger y fomentar una prensa libre. “Los propietarios de las diligencias no son quienes construyen los ferrocarriles”, dice el economista Joseph Schumpeter, y tal vez esa frase explique bien la necesidad de un cambio generacional que lleve a los parlamentos a dirigentes capaces de entender que otra época requiere no sólo otros hábitos, sino también otra mentalidad.

No estoy muy seguro de que el periodismo fuese algún día el cuarto poder, pero sí de que le ha pasado igual que a los otros tres: ha sido cercado por las tropas del neoliberalismo. La única forma de romper el asedio es juntar un ejército aún mayor. Los que dividen, vencen. Los que suman, se hacen invencibles.

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