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La gran paradoja del 21A: un Parlamento más soberanista, una ciudadanía menos independentista

Nacido en los 50

Sin perdón

El Gran Wyoming

Dentro del imaginario colectivo en el que habitamos, una serie de consignas alienantes se repiten hasta la saciedad en un intento de instalarlas en nuestro inconsciente para que, una vez asumidas tales premisas fantásticas, podamos pasear con pulpos, nuestros animales de compañía favoritos, por nuestras calles y plazas. Mientras alcanzamos con tan suculento octópodo, que tan malos ratos diera al capitán Nemo, ese nivel de proximidad afectiva, padecemos síntomas de inestabilidad gástrica al tener que comulgar con ruedas de molino para las que nuestras fauces no están diseñadas y, me atrevería a decir, ni siquiera las de la boa constrictor.

En esa letanía de premisas incuestionables y universalmente aceptadas podemos incluir tópicos como: el espíritu de la transición, la unidad de los demócratas, la conversión de la Constitución en el nuevo decálogo bajado del Sinaí, leer Historia es cainita y guerracivilista, “a mí nadie me da clases de democracia” y así hasta completar el espacio dedicado a este artículo.

Se pretende con este compendio dogmático convencer al ingenuo de que todo el monte es orégano, que todo político o ciudadano en democracia es demócrata, a pesar de que la Historia nos cuenta que cuando dicho sistema es abolido por fuerzas enemigas, no faltan brazos ni mentes privilegiadas que sustenten el nuevo régimen que de la supresión de las libertades resulta, y en un porcentaje asombroso, desmesurado, mayor del deseable para una normal convivencia en lo que a mí me gusta llamar un orden civilizado, y que para otros no deja de ser un escenario apocalíptico donde las fuerzas del mal se atrincheran para dar fin a la trinidad que debe guiar la ruta de los españoles de verdad: Dios, Patria y Rey.

Resumiendo: hay más fachas que tejas. Tragan con los resultados de las elecciones por imperativo legal y eso les convierte en demócratas. “¿Quién eres tú para dar el carnet de demócrata?”, nuevo tópico para incluir en el glosario. Paradójicamente, esos que niegan a los demás la potestad de expedir tales acreditaciones, como si hubiera alguien que pretendiera ejercer una actividad tan estúpida, presumiendo que se llega a la ideología o a la creencia espiritual por afiliación, esos mismos se dedican a repartir el título de “progre” a diestro y siniestro, dándole a esa condición un sentido peyorativo que les define, porque yo vengo de un mundo donde el adjetivo “progre” era positivo y sólo los adictos al régimen de Franco lo usaban como un insulto.

Ante la evidencia del deseo de un cambio en la gobernación de este país surgen divergencias inevitables, y deseables, en tanto la programación genética y los medios de alienación no han alcanzado aún el grado de penetración que nos avanzara George Orwell. Se escuchan, por tanto, voces discrepantes ante la posibilidad de una pérdida de ese poder que por la gracia de Dios y de las urnas se otorga a los que han dedicado su esfuerzo al frente de las administraciones públicas al lucro personal y familiar, para que desde la opulencia conseguida gracias al cargo, imbuida de la generosidad caritativa que surge del pecho henchido de amor patrio, generen puestos de trabajo.

Se crea así un perverso círculo según el cual, haciendo rica a esa minoría dominante, se convierte a sus miembros en poderosos, en fuente de riqueza que otorga la potestad de trabajar a su servicio para hacerles aún más ricos y, por tanto, elevar su condición de prohombres y su potencial para seguir generando puestos de trabajo, eso sí, sólo bajo determinadas condiciones, impuestas, lógicamente, por aquel que otorga el favor del que depende la vida. Por eso se llaman liberales, ácratas, amantes de la libertad. Libertad para imponer sin cortapisas las crueles condiciones en las que los seres humanos tienen que “ganarse la vida”, una vida que a ellos les viene regalada.

No es posible, nos dicen, otro mundo.

Ese esquema dogmático, sólo cuestionable en nuestros tiempos desde la herejía, conocido como de “libre mercado” o “economía liberal”, que consiste en abolir toda traba, reglamento o ley al enriquecimiento por cualquier vía, aunque la destrucción del planeta y el quebranto social vayan incluidos en el plan, se fraguó en los años setenta como un sueño de lo que entonces era denominado de forma, creo yo, más certera, “capitalismo salvaje”, y hoy se ha hecho realidad, hoy representa la lógica, el orden y la razón fuera de la cual todo es radicalidad, nihilismo y caos neoterrorista bolivariano.

Tiemblan las estructuras de los que lo tienen todo ante la posibilidad de un cambio ahora que conducían la patria por la senda de la gran verdad de la superación de la crisis, de la impunidad presupuestaria, de la sumisión ante el gran dios del crecimiento económico que cual apisonadora destruye en su recorrido la Justicia elemental y con ella las vidas de los ciudadanos que asisten inermes a esta farsa grotesca.

No, no van a hacer nada por evitar la debacle. Lejos de ello, van a empujar el mundo hacia el abismo. No van a cambiar, sólo piden tiempo para terminar de apretar el nudo gordiano que imposibilite una vuelta atrás hacia un horizonte de esperanza.

Son inmovilistas. Su capacidad de ceder no llega al cambio de la túnica del Rey Mago.

Me juré que no hablaría de la puñetera cabalgata. No me lo perdonaré jamás. Jamás.

Los agujeros negros existen: son la estupidez ajena. Nos absorbe y nos capta con su magnetismo irresistible. Nos hace sentir mejores, superiores, y es un sentimiento gratificante, pero detestable, aborrecible.

"Si Cayetana Álvarez de Toledo ha montado esto en la cabalgata de los Reyes Magos, a la del orgullo gay se lleva un lanzallamas"

Juré que no diría una palabra del tema, como juré en la adolescencia que aquella masturbación sería la última. Lo siento, no he podido evitarlo. Creo que lo que encierra esa polémica, más allá de que la vestimenta sea o no una horterada, es una gran verdad. Ponen a sus hijos de coartada, aunque la exigencia de la imagen de los reyes como los de la baraja de Heraclio Fournier es suya, no de los niños. El mensaje es claro: no toquéis nada, no mováis nada, no hagáis nada. Este mundo no os pertenece, es inútil luchar por la emancipación, la tradición exige sumisión, humillación, servilismo.

No perdonarán jamás cualquier paso en otra dirección. Son los olmos que antes definían los caminos plantados a los lados de las carreteras. Hubo que quitarlos para ensancharlas. No perdonarán jamás. Intentar que comprendan es inútil. No depende de ellos. A diferencia de Machado uno ya no espera brotes verdes ni milagros de la primavera, los conoce bien, son previsibles.

Saludémosles cuando, desde la cuneta, nos vean pasar.

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