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Nacido en los 50

Plegarias atendidas

El Gran Wyoming

“Hay más lágrimas derramadas por las plegarias atendidas que por las no atendidas”. Esta manida cita de Santa Teresa define bien lo ocurrido en la primera sesión del Congreso. Los deseos de sus señorías se han hecho realidad. Ahora les pica.

La “unidad de los demócratas” estuvo reclamando durante muchos años a la izquierda abertzale que se incorporara a la política oficial y a las instituciones, porque en democracia era el cauce en el que cada cual debía expresar sus opiniones. Pedían su presencia en las mismas ya que representaban, para bien o para mal, a una parte del pueblo vasco. Sacaban escaños, ocupaban alcaldías, restaban votos a otros partidos, en algunos municipios obtenían mayoría absoluta y se convertían en un ejemplo nefasto.

A pesar de ese empeño en que fueran a las sesiones parlamentarias y se apuntaran a las negociaciones y las mesas pertinentes a las que no asistían nunca, nadie podía, ni puede todavía, pactar con ellos sin caer en el desprestigio y ser acusados de falsos demócratas en los debates. Es más, cualquier medida presentada por un grupo parlamentario que fuera votada por ellos, quedaba y queda automáticamente contaminada. Estos diputados son tóxicos. Como el uranio enriquecido dejan rastro. El partido original fue ilegalizado, su líder se encuentra actualmente en prisión y el partido resultante sigue siendo demonizado porque en él se encuentran restos de la formación original según descubre el contador de partículas neoterroristas de la “unión de los demócratas”.

La cuestión es que no querían ir al Congreso y no iban, cuestión que resultaba ofensiva. Se reclamaba reiteradamente su presencia en el hemiciclo. ¿Para qué? Para demostrar que los brazos de la democracia son amplios y en su seno caben todos, también los rivales, los radicales, y que eran los antisistema los que se automarginaban, los que no aceptaban las reglas del juego.

No era así. No los querían ni allí ni en ninguna otra parte. Puede que por mérito propio, pero entonces, ¿a qué venía tanto reclamo? En fin, diez años después de las primeras elecciones democráticas decidieron, por primera vez, asistir a la sesión de constitución de las Cortes. Fueron ametrallados en la cena posterior. Murió un diputado y su portavoz quedó gravemente herido.

Ha pasado mucho tiempo, corría el año 1989.

Ahora son los hijos del 15-M los reclamados a dejar la calle e incorporarse a las instituciones a través de los cauces reglamentarios. Ya sé que, afortunadamente, no tiene nada que ver una historia con la otra. Lo que ha vuelto es la canción. La misma música con la misma letra. “Si quieren participar en política que se presenten a las elecciones como tenemos que hacer los demás”.

Lo han hecho, y al convertirse en competencia real se les ha demonizado de una manera absurda, exagerada a mi entender, y las más rancias esencias de nuestro conservadurismo patrio han aflorado por una simple cuestión de cesión de poder: ahora son más a repartir la tarta. De paso, hemos podido constatar que el reservorio natural de la reacción ya no es exclusivo del partido de derechas de toda la vida, sino que algunos que en su tiempo representaron la modernidad y tomaron el cielo al asalto en el congreso del Partido Socialista de Suresnes, hoy rinden pleitesía a las huestes de Don Pelayo. Son incapaces de asumir que ese espacio político, ese protagonismo en la dirección que reclamaban desde la tormenta endocrina de su juventud, que apasionadamente exigía un vuelco en las sillas que ocupaban acomodados compañeros del exilio, hoy toca a otros que no llevan pana. El tiempo de la pana ya pasó, y los sastres que hoy visten a aquellos caballos desbocados se lo podrán contar cuando van a probarse los trajes, ahora sí, de paño.

La mascletá que ha generado la presencia de los nuevos diputados de Podemos en el Congreso no es más que la evidencia de lo intransigente de nuestra clase política, y por añadidura, de la mediática que les sirve.

Una cosa quedó clara ese día, y es que el eslogan repetido hasta la saciedad en numerosas manifestaciones de No nos representan, encerraba una gran verdad. Es cierto que nadie puede representar a todo cristo, pero a ellos no los representaba nadie en la catedral de la democracia, a tenor de los cometarios y gestos de los representantes de diferentes grupos parlamentarios.

Desde luego, nuestra democracia no ha alcanzado el grado de madurez suficiente como para admitir que puedan responder en los mismos términos y al mismo nivel de insolencia y mala educación con los que fueron recibidos. Me refiero, por ejemplo, al comentario de Celia Villalobos, mujer que ha ejercido de presidenta de tan sacrosanta institución, para la que ha pedido reiteradamente respeto, cuando afirma que a ella no le molesta su presencia siempre y cuando no le peguen piojos. Imagínense la cantidad de respuestas que podría generar ese comentario si estuviera permitido contestar en lo mismos términos sin sufrir un linchamiento político y mediático, pero cabía esperar de los anfitriones ante estos nuevos compañeros algo más de educación elemental, aunque se vieran rebasados por los gestos y actos reivindicativos que manifestaban en éste, su primer día de cole.

Mención aparte merece la cola que ha traído el 'diputadito' lactante. Cómo les ha jodido. Parece mentira, a mí me resulta una imagen bella e inofensiva. En efecto, existe una guardería a su disposición y, al parecer, tiene canguro. ¿Y qué? Ninguno de los que se ha indignado afirmando que ella se puede permitir una cuidadora y otros no, ha hecho grandes cosas para arreglar la situación de los que no llegan a fin de mes en un mundo donde las guarderías cuestan entre 300 y 400 euros tirando por lo bajo, y el acceso a las públicas es una misión imposible. En el programa donde trabajo, El Intermedio, dimos una selección de diputadas de otros países que habían llevado su retoño al Parlamento, incuso le dieron la toma correspondiente durante la sesión, sin que tal cosa causara revuelo alguno. Las recibieron con cariño. En algún caso incluso con aplausos. Sus prados son más fértiles, no hay tanta mala leche.

Me dio penilla ver a Carme Chacón sumándose al coro de los negacionistas porque recuerdo cuando unos artistas fuimos al Congreso a protestar contra la entrada de España en la guerra de Irak –acontecimiento del que alguien debería informar a Esperanza Aguirre, que todavía no se ha enterado, claro que tampoco sabe que en el 36 hubo un Golpe de Estado– pues Carme fue la única que bajó a la entrada de invitados del Congreso a protestar porque estábamos siendo tratados, digamos, de mala manera, o sea, humillados por los guardias de la puerta que nos cacheaban minuciosamente intentando evitar que entráramos a pesar de portar las debidas acreditaciones. Ante la incomprensión de Carme Chacón por ese pacífico acto reivindicativo, me dio la impresión de que su tiempo pasó. Estoy seguro de que hizo el comentario arrastrada por el partidismo cerril, el cierre de filas ante la competencia. Habría dicho otra cosa si la diputada fuera del PSOE. En fin, cada uno es muy libre de posicionarse donde quiera.

Mala pinta tiene la actitud de Pedro Sánchez, que se empeña en restregar la intransigencia a los demás limitándose a decir una cosa y a hacer la contraria. Dice que tiende la mano mientras mete el dedo en el ojo. Dar el puesto en la mesa del Senado al PNV, o ceder diputados a ERC para que tengan grupo propio, negando a sus posibles aliados el pan y la sal, no parecen el mejor arranque. Desafía a Podemos a evitar un gobierno del PP exigiendo su apoyo mientras sigue su camino sin girar la cabeza pretendiendo que sean mulas de reata atadas a su cola. Si lo que quiere es ligar con Rivera que lo diga, pero que no se haga la novia despechada que ha caído en brazos de la segunda opción amorosa, a la que no quería, porque no cuela.

La realidad es que con la constitución de la mesa del Congreso, PP y Ciudadanos han quedado encantados. Algo ha hecho el señor Sánchez mal. Nos venden la presidencia de Patxi López como una gran victoria mientras entregan la mayoría a la derecha. Pase de pecho apoyado por los medios. A mí me parece una derrota clamorosa, hubiera preferido, como cualquiera que lo piense, la mayoría a cambio de la presidencia.

Ahora la exigencia unánime a estos chicos revoltosos a los que siguen sin tomar en serio, pero que son los únicos que junto a UP se oponen al TTIP, cuestión vital que diferencia a unos de otros, es que pongan fin al circo y asuman que el Congreso es para debatir propuestas, que allí se va a parlamentar. No sé a qué vienen las prisas, da la impresión de que están fritos por hablar y lo van a hacer.

Más vale que se vayan acostumbrando a ese hedor que, por primera vez, se percibe en el hemiciclo. Tienen pituitarias selectivas, por lo visto.

Esos que dan asco, que huelen mal, que no son más que un circo mediático, pueril, radical e irresponsable, ya están allí. También entre nosotros, en la calle, en las casas, en las universidades, en las fábricas, por todos lados, yo los he visto.

No estaban en el Congreso. Ante las reacciones de rechazo vertidas se ve que, en efecto, no estaban representados.

Atrás quedan los tiempos, sólo hace cuatro años, en los que Bono, desde la presidencia del Congreso, reconvenía al ministro Miguel Sebastián por no llevar corbata y le pedía solidaridad con los ujieres obligados a portarla.

No tengan prisa señorías. Dense una tregua. No les presionen para que hablen porque mucho me temo que lo que van a decir no va a gustar a muchos de los que piden seriedad y propuestas.

Yo también pido seriedad. Lo que falta en el hemiciclo es honradez. Sobra intransigencia, crueldad, cara dura y estupidez, pero no de ahora, desde hace mucho.

Fueron abucheados en la cámara mientras el señor Gómez de la Serna ejercía como diputado con total tranquilidad porque cumplía todos los requisitos para acceder a la cobertura de protección judicial que le proporcionaron sus compañeros de partido.

En el Ayuntamiento de Madrid vuelve a salir el tema de la cabalgata. Dice el PP que el discurso de Melchor fue “doctrinario”.

Se quejan de los que llevan el circo a las instituciones los que hace mucho instalaron la carpa en la Carrera de San Jerónimo y la llenaron de payasos. De payasos crueles, con un punto psicópata, esos que no tienen ni puñetera gracia y que tan bien retrata Alex de la Iglesia.

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