Plaza Pública

Por la puerta grande

Sofía Castañón

Acaba el acto del pasado jueves en el hemiciclo del Congreso con la frase: “La cultura sale por la puerta grande”. Y es cierto, todas las personas que ocuparon los escaños para asistir al espectáculo en honor a la memoria de Cervantes por el cuarto aniversario de su muerte podían salir por las puertas de bronce del Palacio, que tan sólo se abren cuando es el Jefe del Estado quien acude al Congreso. Y aunque no deja de ser para celebrar que las puertas sean no sólo para la monarquía sino para la sociedad civil, la frase no ha dejado de rechinarme, de acompañarme en la boca como quien continúa con un chicle ya mascado.

La cultura que sale del Congreso como una visita agradable, que nos deja una sobremesa cómoda y se va tras el tercer café y el autocomplaciente ejercicio de discutir el sentido de la vida, y las cosas. La cultura que sale del Congreso como sacamos lo ornamental después de que haya cumplido su función durante un tiempo.

Quienes llegamos al Congreso desde el activismo cultural no hemos entrado para ver cómo la cultura sale por la puerta grande. Estamos para ver cómo entra la cultura. Y para que se quede. Y no sé si actos por todo lo alto y por las puertas grandes cumplen la función que ha de cumplir la cultura: invitarnos a pensar, invitarnos a ver desde otros ángulos la realidad en la que vivimos, componer nuevos escenarios, ficciones habitables que hagan habitable esta nuestra no-ficción diaria.

Cuando hace más de año y medio iniciamos las reuniones de lo que sería el grupo de trabajo de cultura del Círculo de Xixón, había quien hablaba de las astronómicas cantidades que “los de la cultura” cobraban. Hace unos días, en una de las comparecencias de la Comisión de Cultura se hablaba de los profesionales de la cultura de clase media. Diré que no conozco a estos últimos y que esa élite que cobra cantidades astronómicas deben de ser con los dedos contados y esos réditos venir más por una vinculación empresarial que por la meramente creadora. La distancia que la palabra Cultura y la palabra Pueblo tienen a día de hoy no es casual ni inocente. Y los fastos institucionales, dentro de un discurso edulcorado de “acercar la cultura”, tienden a afianzarla. Porque no, de nada han servido los grandes parques temáticos culturales de los gobiernos del Partido Socialista ni las iniciativas alambicadas y tan escasas de los gobiernos del Partido Popular. Poco tiene que ver con la emoción que genera la literatura una campaña publicitaria que pide “silencio, estamos leyendo”.

Mejor que colocar gafas a los leones del Congreso (con un look que recuerda más, por la melena felina, a Quevedo que al homenajeado) era encontrar en las palabras de Cervantes el puñado de ideas que nos acompañan, que nos hacen sentir menos solas o un poco más vivas. Yo no me resisto a citar unas líneas de la última carta que escribe, justo antes de morir: "el tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan y con todo esto llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir".

De esto habla la cultura, de la circunstancia de andar con la vida por este tiempo que nos toca. De que lo que hacemos en ese momento y ese espacio, de alguna manera, permanezca. La trascendencia entendida colectivamente. En esas andamos, en que la cultura entre para quedarse. Lean y vivan hoy, que es 23 de abril continuamente.

Profanación

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Sofía Castañón

 es poeta y diputada de Podemos por Asturias.

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