Qué ven mis ojos

Un Estado de sitio invisible

“Esa gente que sólo quiere sacar lo mejor de ti para ponerlo a su nombre”.

Una persona honrada es la que roba y no le pillan. Un ladrón no es quien se lleva el dinero, sino el que olvida repartirlo entre los camaradas. Un buen subordinado es el que mira para otra parte mientras sus jefes vacían la caja fuerte. Un gran orador es el que sabe mantener la boca cerrada. Un buen tesorero o concejal de obras públicas es el que si las cosas se ponen feas se ofrece como chivo expiatorio. Un cargo de confianza es el que no muerde la mano que lo nombró a dedo. Un buen diputado es el que vota lo que le mandan. Un buen periodista es el que escribe al dictado. Un partido serio es el que acepta que las cosas son como son y aquí manda quien manda, pase lo que pase y cueste lo que cueste. El populismo es tener en cuenta la opinión de los ciudadanos. Repetir un error es preferible a repetir unas elecciones. Una democracia es un sistema en el que todos somos iguales excepto algunos… Todo eso no es más que lo que piensan muchos de nuestros representantes públicos, aunque se lo callen o lo digan con otras palabras, como demuestra el hecho de que en nuestro país les resulte tan fácil prosperar a los estafadores, los mafiosos, los corruptos, los chantajistas, los farsantes y otros bribones, desde Francisco Correa y su trama Gürtel hasta Granados y la red Púnica, de Ausbanc y Manos Limpias al pequeño Nicolás. El neoliberalismo es un estado de sitio invisible, “una guerra en la que no hay que combatir”, como la llama el poeta italiano Claudio Damiani en su libro Héroes y otros poemas, que acaba de publicar en España la editorial Pre-Textos, en la que los enemigos “te golpean por la calle, en las fruterías, / en el cine, en los supermercados, en los puestos de trabajo / y también en tu casa”, pero sin usar puñales ni pistolas. Ellos son invisibles y algunos de nosotros no queremos ver. Ellos no suelen tener bajas, y cuando alguno cae, lo jalean como a un campeón, no hay más que contemplar el modo en que reciben al exministro Soria entre aplausos y con qué solidaridad lo abraza la secretaria general del PP: fue un evasor de impuestos y ha mentido, pero es uno de los suyos, y con eso las cuentas quedan saldadas. El mundo se divide en dos, a un lado los paraísos fiscales y al otro el resto. “La gente ya no va a los refugios, / ni se queda en su casa, ni trata de esconderse / hace las cosas como si todo fuera normal, / sale trabaja va al bar va a divertirse / como si todo fuera normal, / como si todo fuera como antes.”

Ni que decir tiene que el antiguo hombre fuerte del PP en Canarias no sabe de qué le hablan, ni qué firmó, ni por qué su nombre está allí, ni a qué se dedicaba la compañía que dirigía, exactamente igual que otro histórico de su formación, Antonio Hernández-Mancha, al que Fraga nombró y destituyó en tan poco tiempo que él mismo aseguraba no saber si era su predecesor o su sucesor, algo que tendría gracia de no ser porque lo dijo él, un ministro de la dictadura que vivió toda su vida lamiéndole las botas a un criminal y pisoteando al resto del país: para recordar quién fue ese héroe de la santa transición no está nada mal leer las Antimemorias de un comunista incómodo, de Andrés Sorel, recién editadas por Península.

¿Y la nueva derecha, la que quiere ser la cara B de Adolfo Suárez y su UCD? Pues con un diputado de Aragón y su coordinador en La Rioja obligados a dimitir por sus negocios en Panamá; con el delegado territorial en Murcia cesado por efectuar pagos irregulares en la última campaña autonómica y con una denuncia interpuesta ante la Fiscalía Anticorrupción por parte de su Plataforma por las Garantías Ciudadanas, que acusa al partido de Albert Rivera de financiación ilegal y otros delitos contra la Administración Pública. “Es una guerra, como todas, sin reglas”, escribe Damiani en su libro, “se mata a traición. / Es una guerra, como todas las guerras, sin un motivo, / y que para nosotros, los que combatimos, es totalmente oscuro. / Quizás una lucha dinástica, de sucesión, o una venganza, / (…) una cuestión de etiquetas o algo así. / Y nosotros combatimos cada día, / cada día estamos en el frente. / Cuando regresamos a casa para una breve despedida / la vida nos parece bellísima, / degustamos cada cosa con placer, / aunque después sintamos una cierta amargura, / una semilla de la guerra incluso allí, / y entonces nos damos cuenta de que el tiempo ha terminado / (…) y regresamos a combatir.”

Lo que nos quedan son los medios de comunicación, a pesar de todo, aunque estén cercados o en algunos casos invadidos. Pero tal vez no será por mucho tiempo, porque en estos días la Unión Europea trabaja sin descanso para sacar adelante una ley contra la Prensa, con la disculpa de proteger a las empresas de las filtraciones que pueden hacer algunos de sus empleados o de los descubrimientos que puedan llevar a cabo los reporteros e investigadores. Sin unos y otros no habríamos sabido nada de la ingeniería financiera de los delincuentes de guante blanco ni de las emisiones ilegales de alguna marca de coches, por poner dos ejemplos recientes, pero de eso se trata, y el Parlamento Europeo quiere que las empresas puedan demandar a quienes publiquen lo que ellos esconden bajo el epígrafe de “secretos industriales”, una medida con la que tratan de dificultar que lleguen a conocimiento de la población asuntos como los tejemanejes de la banca privada, el espionaje gubernamental, el blanqueo de capitales de los poderosos y demás. “Las empresas tendrán el derecho de demandar a cualquiera que publique informaciones que ellas consideran como secreto industrial y será el juez quien tendrá que ponderar entre este derecho económico y el derecho a informar de los periodistas”, dice el borrador.

“Nosotros, los de la resistencia, no es que vayamos disparando por la calle”, dice Claudio Damiani en su obra, “ni nos escondemos en la montaña, / ni escribimos en los periódicos, / nosotros los de la resistencia no hacemos nada / pero a la hora de morir, tendremos en nuestra mente / un orden santo que nos ha consolado, / (…) ha hecho que valiera la pena vivir la vida, / morderla con todos los dientes como a una fruta, / y a la hora de morir este paraíso / que hemos encontrado y que estaba en la calle / ante los ojos de todos / vendrá con nosotros bajo tierra / y aún bajo la tierra seguirá brillando.” Eso es, vivimos un espejismo y es muy hermoso, pero el agua no está allí ni lo vamos a beber nosotros. O asaltamos los depósitos o morimos de sed.

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