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La gran paradoja del 21A: un Parlamento más soberanista, una ciudadanía menos independentista

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El fracaso no es nuestro

Tiene razón el señor López, y es saludable que lo reconozca, como de una u otra forma han hecho otros partidos en los últimos días. Pero hacerlo no le exime a él ni a los demás parlamentarios de esta minúscula legislatura de la responsabilidad en este inmenso fracaso, del mismo modo que la confesión no libra de la pena al delincuente, todo lo más la atenúa.

Más aún a la vista de que el reconocimiento del fracaso no inspira a ninguno de ellos algo levemente parecido a asumir responsabilidades, sino al contrario: algo tan evidente no es suyo en absoluto. Pregunte usted a cualquiera de los líderes políticos o breves diputados y ya verá cómo ni uno solo de los pésimos gestores de nuestros votos de diciembre es capaz de reconocer no ya su responsabilidad, sino algo, un poquito, un ápice, una brizna de culpa en todo esto. Ya sé que no se puede comprobar empíricamente esta teoría, pero basta que observe usted con atención lo que sale en la tele, la radio o internet, y podrá corroborar que en el ánimo de la tropa parlamentaria esto del fracaso es real, pero de los otros.

El PSOE, que es culpa de Podemos, que ha preferido que siga el PP a reconsiderar lo suyo contra Ciudadanos; Podemos, que del PSOE porque ha pactado con Ciudadanos antes de buscar una alternativa contra el PP desde la izquierda; Ciudadanos, que carga contra el PP por su falta de valor y responsabiliza al PSOE por no definirse entre ellos y Podemos; y el PP que ve a Podemos como un peligroso grupo de irresponsables, acusa al PSOE por veleidades ultraizquierdistas y dispara contra Ciudadanos por pactar con el socialismo.

Ese es el paisaje de esta suerte de “todoscontratodos” que presenta aristas tan sorprendentes e inesperadas como la aparición de los restos la derecha catalana de toda la vida como un triunfante y colorista movimiento de izquierdas. Al menos para algunos.

En medio de este lío se nos presenta ya en el horizonte con más cuerpo que la propia realidad presente el fantasma de las elecciones del 26 de junio. ¿Les haremos entonces pagar su fracaso? De entrada, tengamos claro que han colocado de nuevo la pelota que no han sabido jugar en el tejado de los votantes cuyos intereses debieron administrar con cualidades de generosidad y perspectiva que han brillado por su ausencia en estos meses. ¿Se la devolvemos y que desde una casilla de salida similar vuelvan a trabajar en lo que no supieron? Probablemente eso es lo que pase, que el nuevo parlamento presente un color no muy distinto al actual incluso aunque cuajara la unión a la izquierda del PSOE.

¿Renunciarán entonces los socialistas a su empeño en un gobierno monocolor? ¿Aparcará Podemos su tozuda insistencia en que cualquier acuerdo pasa por el referéndum catalán? ¿Se sentará Ciudadanos a hablar con todos, incluído Podemos? ¿Pondré el PP sobre la mesa alguna renuncia o idea nueva? ¿Despejarán PSOE y PP el camino a la verdadera renovación?

El gen bobo

El gen bobo

Alguna de estas respuestas, o quizá más de una, deberá ser positiva después de la segunda oportunidad de junio. Más nos vale. Por una cuestión de confianza democrática en las posibilidades de nuestros representantes, para evitar el descrédito definitivo de los viejos, los nuevos y los neutros.

Lo que hoy es imposible tendrá que dejar de serlo. Y tendremos aún más sensación de tiempo perdido y oportunidades desaprovechadas. O puede que sea demasiado tarde, quién sabe.

De momento, sin gobierno, la economía española creció en el primer trimestre más de lo previsto. Fracasan ellos en la política: este país puede y se merece mucho más.

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