Plaza Pública

Queda la palabra: el caso Cebrián

Javier Pérez Bazo

Hace unos días asistí al concierto que Silvio Rodríguez ofreció en Madrid a la nostalgia y a ilusiones que en su gran mayoría peinaban canas. Fue una noche memorable, a rebosar en todos los sentidos. Con Amoríos, título de su último e innovador trabajo, volvieron a corearse las letras de los setenta y los ochenta del trovador cubano. Pese al tiempo transcurrido, los sones no habían perdido la frescura de entonces, parecíamos estar ante el mismo horizonte de aquellos años cargados de esperanza en los que anduvimos aprendiendo democracia y estrenando la libertad de expresión. Con la emoción anudada a la melancolía, nos añusgaba la sensación de que la España de hoy había retrocedido cruelmente cuatro décadas, que todo estaba de nuevo por hacer. Con la voz de Silvio, la mejor de siempre en la cumbre de la edad, cobraban actualidad las consignas de la resistencia, los ojalás que te borren de pronto, las ganas de amar, los "países enormes en revolución", la rabia por tantos demasiados, el mismo estremecimiento por las mujeres de fuego y nieve "que la historia anotó entre laureles", los fogonazos solidarios de "la era está pariendo un corazón", el compromiso con la verdad, la búsqueda del unicornio azul entre el desaliento… Marchado el poeta con sus tonadas, nos dimos de bruces con la bofetada de la realidad.

Este introito creo que viene a cuento para una breve reflexión en torno a la creciente amputación de la palabra en un mundo al revés, en torno al olvido lleno de memoria, que diría Mario Benedetti. En tiempos de hegemonía ultraconservadora asistimos a una peligrosa reinstauración de la censura en los medios de comunicación. Aquello que parecía olvido o recuerdo se ha transmutado en un presente de mordazas y libertades pisoteadas. Quienes antaño las reprocharon, ahora las recrean y las hacen suyas buscando su protagonismo totalitario y hueco en la ignominia. Algunos que pretendieron ser adalides de las libertades elementales, hoy se hacen olvidadizos y las niegan traicionando a la memoria. Acaso sólo sea un simple reflujo de la penúltima generación del franquismo. O un simple revisionismo nostálgico en los más oscuros días para la libertad de expresión en la España dicha democrática.

Me refiero no tanto a la imperante censura institucionalizada desde el actual gobierno, que he denunciado desde estas mismas páginas de InfoLibre, como a los reiterados vetos que bajo el síndrome de citizen Kane dictan los nuevos magnates de los medios de comunicación en esta España alicortada. De refilón supimos cómo el lenguaraz director de la sinrazón irradió a su adjunta Esther Palomera por sugerencia del gobierno del PP; después dejamos de ver a mediodía a Jesús Cintora en la cadena de Mediaset; y luego leímos que a Miguel Ángel Aguilar, director del joven semanario Ahora, se le suspendía su venerable columna en El País por poner en duda en The New York Times la independencia de los diarios españoles. Quien esto escribe bien sabe de vetos tras haber denunciado en El Huffington Post expurgos y censuras del Instituto Cervantes de Rafael Rodríguez Ponga y la desvergüenza ramplona de su director De la Concha, ruborizado y probablemente acusica quejoso ante el presidente de Prisa, compañero suyo de sillón académico.

Son algunos casos paradigmáticos, ciertamente, pero los límites tenía que desbordarlos de nuevo Cebrián. No sólo se ha llevado por delante el rigor como comentarista de Ignacio Escolar en la SER por airear en su diario digital una información de interés internacional que, al parecer, mucho duele y sangra en aquél que la motivó, sino que ha prohibido que los periodistas de otros medios intervengan en sus predios informativos, y más concretamente en su emisora, porque tropezaron con el nombre de su divorciada esposa en unos papeles de Panamá, que presuntamente también le implican.

Aun siendo deplorable que, en aras de la libertad de empresa, la riña de intereses entre grupos editoriales se cobre una merma o groseras mutilaciones que conculcan cuando menos el artículo 20 de la Constitución sobre el derecho a la información, sin duda más grave que esta transgresión democrática es la censura ejercida por el presidente de un grupo de poder mediático sobre los propios compañeros y que la mayoría de los profesionales de los medios mire hacia otro lado con kafkiana indiferencia. En verdad, sorprende que, exceptuada alguna voz, el comunicado de la Asociación de la Prensa de Madrid y una circunstancial desobediencia al emulador de W. R. Hearst, ensordezcan los demasiados ecos de silencio entre los colegas de los censurados.

Un significativo sector de los tataranietos de Larra ha vendido el alma y su pluma al mejor impostor violando con ello la independencia editorial y la libertad de expresión, otros hacen gala de su mamporrería ideológica gubernamental en informativos episcopales, en tertulias cortadas por el mismo patrón confesional e, incluso, en debates nocturnos sabatinos. Indigna que algunos tertulianos hayan llegado a juzgar la actitud de Cebrián como torpeza, gran torpeza acaso, al tiempo que manifiestan con boca chica su solidaridad condicionada con el perseguido. Son los mismos que, en cambio y curiosamente, en días pasados unieron fervorosamente su protesta y censura corporativa ante la crítica equivocada de Pablo Manuel Iglesias a la prensa.

Afortunadamente, mientras unos sabelotodo pasean su tiempo e improvisaciones en tertulias radiofónicas y televisivas suscitando nuestra curiosidad por saber cuándo cumplen con su nómina en la redacción del periódico que dirigen o para el que trabajan, desde luego el periodismo español no adolece de quienes analizan, por escrito o verbalmente, la actualidad al dictado de la pulcritud profesional y la deontología. Visto lo visto, cualquier día el comisario Marhuenda nos larga una de sus peroratas dequeístas con afligido desdén y los detiene a todos. Que la política advenediza nos coja confesados a lomos del unicornio azul.

Cebrián, sobre la posibilidad de enviar a la Guardia Civil a Cataluña para evitar un referéndum: "¿Pues por qué no? "

Cebrián, sobre la posibilidad de enviar a la Guardia Civil a Cataluña para evitar un referéndum: "¿Pues por qué no? "

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Javier Pérez Bazo es catedrático de Literatura española

de la Universidad de Toulouse

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