Opinión

Madres de película

El primer domingo de mayo, algunas madres nos despertamos solas, tan felices. Nuestros hijos no han dormido en casa y nos parece mágico que los cachorros se vayan haciendo independientes.

Por la tarde vuelven, claro. Con sonrisas, con abrazos. A tiempo para la nocilla, los deberes y el cine. Cine con un poco de miedo porque la película se llama La noche que mi madre mató a mi padre y somos conscientes de que ese “mató” apunta un crimen, así que…

– ¿Hay asesinatos, mamá?

A los niños les tranquiliza la autoridad. Y la autoridad, en nuestro particular mundo cinéfilo, es sensacine:

– Mira, lee: “no recomendada para menores de 7 años”. Y tú tienes casi ocho…

– ¿Pero me va a dar miedo?

– Conmigo no.

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La chulería de las madres en su día.

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Una pregunta: ¿quién, en el Ministerio de Cultura o en cada comunidad autónoma, califica las pelis? ¿En base a qué? ¿Palabrotas, sexo, dudas morales…?

La duda no es mía, sino de la señora de al lado que me descalifica a mí como madre.

– Esa niña –me sermonea, como si la niña no pudiera oírla ni sentir su reproche– es muy pequeña para esta película.

– Y muy lista, señora. Y muy lista.

A la señora, parece, le molestan los niños cinéfilos, pero a nosotras en el cine no nos molestan las señoras.

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El koalilla se agarra esperando el asesinato y lo que de verdad nos sorprende a las dos es que nos brote a la vez la misma carcajada loca. La peli es tronchante (como si el Woody Allen más ganso hubiera adaptado una novela escrita a medias por Agatha Christie y Ben Elton); los actores, extraordinarios.

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Mi hija no sabe, suertuda, lo que los marketinianos estrictos definen como “prescriptor”, pero sí sabe prescribir. Desde el coche llama a sus abuelos, a sus tíos, a sus primos, y organiza para el día siguiente un segundo visionado de la peli con toda la familia. Cuando cuelga, le hablo de otros trabajos de Fele Martínez, Eduard Fernández, María Pujalte

Y de otra película de Inés París: A mi madre le gustan las mujeres. Se la cuento y se parte. Quiere verla. Seguimos con Rosa María Sardá, Leonor Watling, Marlango… pero al llegar a casa descubrimos que la peli se ha evaporado. No está en ninguna plataforma legal (ni siquiera en Filmotech, la de los productores). Busco en Amazon: el DVD hay que pedirlo a Reino Unido.

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Me surgen varias dudas (esta vez propias): ¿por qué a los que trabajamos en la industria cultural se nos llena la boca con la piratería y/o con el “esto será el spotify de los libros/las series/las películas”? ¿Por qué luego no cumplimos? ¿Por qué nos duele tanto que Amazon se meriende el negocio tradicional si no somos capaces de darle al cliente lo mismo que el kindle: todo, menos lo que no quiere el editor? ¿Y por qué no quiere el editor?

Por ejemplo y en concreto: ¿por qué una novela como Tú no eres como las otras madres no está en digital? ¿Qué ganamos tapiando un formato?

¿Y por qué (que tampoco los gurús son perfectos) iTunes vende y alquila pelis sin versión original?

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La cultura tiene un precio, claro. Pero no un formato único, grande y obligatorio.

Cuanto más disponible, mejor. Cuánto más fácil, mejor. Cuántos más consumidores, mejor. Por favor, señores y señoras, multipliquemos el altavoz.

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Mi hija la prescriptora inocente no lo sabe, pero he estado leyendo Cineclub, el libro de David Gilmour. Cuenta la historia (real) de un padre que toleró que su hijo dejara el instituto a cambio de que vieran juntos tres películas por semana. Vieron más. Aprendieron mucho. Salió bien.

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Mi hija no lo sabe, pero R. quiere que haga lo mismo con ella: contar nuestras aventuras cinematográficas. No lo sabe pero lo agradece: “Gracias, mami, por ver tantas buenas películas conmigo. Te quiero” fue el cartel que colgó en el árbol de agradecimientos de su colegio.

(Ya: en mi colegio tampoco hubo nunca un árbol de agradecimientos. Creo que mi padre nos habría sacado de allí espantado, pero…).

Tendría que habérselo agradecido yo: “Gracias, hija, por entender que la ficción es una ventana al mundo. Gracias por tu curiosidad. Gracias por tus ganas”.

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La hora de las malas madres

La hora de las malas madres

La semana pasada vimos Breakfast at Tiffanys y La boda de mi mejor amigo, pero no encontramos High Fidelity en ningún servicio legal. Se nos rompen los DVD's de tanto usarlos, pagamos varios servicios digitales y nos duelen, como miembros amputados, las películas que la industria secuestra y no nos deja ver.

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Entonces repetimos nuestros propios clásicos. Como dice David Gilmour, “la segunda vez que ves una película es, en realidad, la primera. Tienes que saber cómo acaba para poder apreciar lo maravillosamente que ha sido pensada y realizada desde el principio”.

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